| viernes, 1 de agosto de 2008 | 11:43


LEJOS DE EL CORTE INGLÉS...
De nuevo en Asturias huyendo del calor animal del sur. Las hélices de mi ADN empiezan a girar chispeantes cuando regresan a la temperatura de 18 grados ideal para que un asturiano pueda respirar. Hoy en Oviedo tuve comida y copeo de tarde con algunos tovarich literarios, Javier Lasheras, José Luis Piquero y Eva Vaz, Rubén Darío... Gastamos ese lujo fetiche, esa mercancía privilegiada que es el tiempo libre hasta una hora prudente, que es la que marca el grado de alcohol en sangre. Hoy me instalo de nuevo en mi rincón de Ribadesella cual señor medieval en sus tierras, y lo haré por una temporadita larga, hasta que en Madrid amaine el fuego. Suelo escribir con el portátil debajo de un limonero que hay en el huerto, y entre párrafo y párrafo manoseo un limón, lo huelo, lo acaricio. Vivo en el interior de una égloga pastoril, un remanso bucólico insólito para un urbanita irredento como yo, que se pone nervioso cuando está a más de 300 metros de un Corte Inglés. Una semana, dos semanas... pero lo sé, será inevitable, a la tercera comenzaré a sentir un estremecimiento en la Fuerza, el revés tenebroso de este sueño idílico y silvestre, un Madrid metalizado y de respiración asmática llamándome con voz profunda y gutural, asegurándome: yo soy tu padre...

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Y usted, ¿cuándo vuelve a publicar? Lo echamos de menos al otro lado del papel, el del lector.

Abrazo fuerte,
Gero

IGNACIO DEL VALLE dijo...

Muchas gracias, ilusiona comprobar que hay gente esperando mis libros. Ya queda muy, muy poco, me he tomado mi tiempo porque no quería defraudar. Creo que es la novela más compleja y emocionante de mi vida, y espero de corazón que pueda estar a la altura de gente como usted.

Abrazos.

Anónimo dijo...

...Soy tu hermanoooo
jjjjjjjj (respiración waderiana)
...ven a cocerteeeee
jjjjjjjj

(M.)

Begoña Argallo dijo...

A mí me sucede justo lo contrario. Una ciudad llena de tráfico, gente, escaparates, y mundanal ruido me crispa hasta el punto en que no puedo respirar. Una gran superficie que no esté medio vacía, me agota. Huyo del mundanal ruido y vivir en el campo me carga las pilas. No concibo mi vida en una ciudad.