Elogio de lo simple

| jueves, 14 de agosto de 2008 | 11:17


En un entrevista reciente Riccardo Muti hablaba de la escuela de Toscanini a la hora de dirigir una orquesta, de la fuerza dramática que residía en la ausencia de perfumes o retórica, de la belleza de las ejecuciones que se limitaban a ser lo más claras posibles, a huir de la pirotecnia, a comunicar directamente la energía, todo en contraposición a la escuela de Karajan, grande, fastuosa, exorbitante, enorme, diríamos pleonástica. Bien, los hechos son que la partitura de los acontecimientos humanos se ha ido decantando por el patrón alemán debido a una tecnología que ha pasado de contingente a necesaria en poquísimos años, sustituyendo nuestra cotidianeidad analógica por otra digital. Antes se viajaba con el bocata de tortilla, la cantimplora y, como muy sofisticado, un parchís magnético, por si nos aburríamos. Últimamente, ¿le han echado un vistazo a su mochila? Portátiles, móviles, cámaras de fotos, reproductores de MP3, cámaras de vídeo… todos con sus correspondientes y apocalípticos cables y cargadores, por supuesto incompatibles entre sí. Evidentemente, al tiempo que toda esta cacharrería tecnológica ha invadido nuestras vidas, han crecido de modo exponencial sus aplicaciones, a tal punto que el 90% de los botones ni sabemos para qué sirven ni los hemos tocado nunca, además de que cualquiera que disponga de la santa paciencia para descifrarlos, tendría que pasarse una semana con unos de esos libros de instrucciones del grosor de una guía telefónica.
La Historia no suele dejar impune la lucha en dos frentes, así que imagínense en cuarenta. Por eso, señores fabricantes, por favor se lo pido, tengan en cuenta que no descendemos del mono, somos monos, y por tanto enamorados de esas herramientas geniales por sencillas del tipo el palito que metíamos en los hormigueros para sacar los bichitos con que luego nos relamíamos. Debido a esto, pónganse de acuerdo para producir unos pocos periféricos universales y compatibles, traduzcan los engendros lingüísticos de las instrucciones a fin de orientarnos en el maremagno de aplicaciones, pero, sobre todo, por favor se lo pido, simplifiquen las funciones de todos sus cachivaches. Para eso, y ahora que la tecnología va camino de ser arte, sigan la trayectoria de todo artista con dos dedos de frente, que va siempre de lo más complicado a un enriquecimiento progresivo para después simplificarlo o sintetizarlo en extremo. O háganle caso a Bruce Lee y su be water, my friend: dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno entrelazados entre sí, la sencillez personificada el agua, oigan, y lo útil que resulta.