Buckethead: Kabuki y rock progresivo

| martes, 26 de enero de 2016 | 9:51


                                                   Outstanding!!

En este abismo cabemos todos

| jueves, 21 de enero de 2016 | 10:03

¿Conocen las estadísticas de las obras literarias que se han perdido a lo largo de la historia? Sobre lo conservado de fragmentos de obras, se puede establecer una relación entre lo que conocemos y lo que se ha perdido de uno a cuarenta. La relación se vuelve mucho más desfavorable si se incluyen en el cálculo obras desaparecidas de las que no ha quedado ninguna huella. Me recorre un escalofrío. De los primeros quinientos años de la historiografía griega solo se han conservado completos Heródoto, Tucídides y Jenofonte y un tercio de Polibio. A esto le podemos añadir las traducciones malas, o traducciones sobre traducciones, o traducciones “creativas“ o conjeturales que añaden más deslices sobre interpretaciones ya erróneas.  También podemos sumar la confusión en la organización de los rollos, las copias desordenadas de los textos, las mutilaciones de varia condición, la reagrupación fallida en códices… Edward Gibbon en su famosa “Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano” nos da una explicación convincente “…destrozos debido al correr de los siglos, los defectos de la ignorancia y la calamidad de la guerra“. Y luego nos intenta consolar alegando que no nos preocupemos, que los autores que han quedado sometieron a análisis y estudio a todos los dramaturgos, oradores y filósofos que les precedieron, y que en cierta manera poseemos todo lo que se ha perdido a través de ellos, “no tenemos motivo para creer razonablemente que alguna verdad importante, o algún útil descubrimiento en el arte o en la naturaleza hayan sido sustraídos a nuestra curiosidad“. Pero magro consuelo es ese, pues su optimismo da por hecho que todo lo perdido se puede infravalorar. De la magnitud del desastre da buena cuenta el filólogo italiano Luciano Canfora en su ensayo “El copista como autor”. En este libro podemos atisbar la cadena ininterrumpida de destrucciones y reconstrucciones que se interponen entre el “Arquetipo”, el original de un texto, hasta cualquier edición de bolsillo que podemos comprar actualmente. Ahora las dudas me asedian: ¿Cuándo compro un libro de Diodoro de Sicilia, estoy leyendo a Diodoro o a una multitud de desconocidos apiñados como en el camarote de los Hermanos Marx?

Silencio en la nieve en Versión Española, la Dos.

| lunes, 18 de enero de 2016 | 15:41


A propósito de la emisión de Silencio en la nieve en Versión Original -la Dos- tuvimos un agradable coloquio sobre el rodaje dirigido por Cayetana Guillén Cuervo, y con la presencia de Gerardo Herrero y Juan Diego Botto. Aquí les dejo el link. 

De croquetas y vino blanco

| martes, 12 de enero de 2016 | 12:44

Tiene una calidad de vino blanco de veinte euros por un precio que les sorprenderá. Parajes, un Verdejo Viognier fermentado en barrica de Castilla y León. Mi sorpresa de este año.   



Encontrar un sitio donde hagan buenas croquetas es como encontrar el Santo Grial. Este restaurante en Madrid, Antigua Huevería, guarda el cáliz esplendente en la calle San Vicente Ferrer, en plena Malasaña. Croquetas de queso, jamón, setas... bien fritas, con corteza crujiente y sabor delicado. Fíense, yo soy serio.  

Dog Soldiers

| miércoles, 6 de enero de 2016 | 10:03

Un paquete de heroína, un hombre y una mujer que escapan con la droga, y un grupo de delincuentes que quiere recuperar el paquete. Ya disponemos de una mezcla tan explosiva que a poco que escribas bien, tienes una novela. Y es el caso. El libro de Robert Stone es una joya de la novela contracultural americana de los años setenta, un canto del cisne de un sueño hippie/beatnik que quedó aplastado por los ataúdes que se remitían desde Vietnam, y salpicado por la sangre que salía despedida de cada golpe en contra de los derechos civiles. La droga también venía de Saigón, como el resto de pesadillas de la nación americana, y el resto de magníficos personajes secundarios que pueblan la novela se encargan de mantener encendidas las calderas del infierno. Entre el follaje del árbol genealógico del libro se encuentra -cómo no- “El corazón de las tinieblas” de Conrad, con sus naves negras disparando continuos e inútiles cañonazos contra la selva esmeralda, y entre sus frutos hay obras tan grandiosas como “Árbol de Humo” de Dennis Johnson, “El poder del perro” de Don Winslow o “En el lago de los bosques” de Tim O´Brien. Ken Kesey definió una vez a Robert Stone como “un paranoico profesional capaz de detectar fuerzas siniestras hasta en una galletita Oreo”, y su novela es el latido de algo que puede saltar por los aires en cualquier momento, aliñado por una espiritualidad que se escapa como el oxígeno en una nave espacial cuya escotilla hubiese sido abierta con violencia. Enjundiosos diálogos -“Eres el hombre con más miedo que he conocido, no sé cómo te las has arreglado para sobrevivir-, desorientación existencial -“Entre su propio vacío y la vida, no quedaba mucho espacio para vivir“-, road movie desaforada, la inocencia malbaratada de todo un país, la heroína que se corona a sí misma como sustituto fatídico del sueño new age… En la tierra de los fuertes y los valientes, en medio de las visiones excepcionalistas de la “Ciudad sobre la colina” de Winthrop, todo termina con una persecución por un desierto tanto físico como ideológico -la última escena de "True Detective 2" bien pudo haberse inspirado en los Soldados Perro- que describe la desmoralización de un pueblo con la misma contundencia con que Martin Sheen “Willard” lo hacía en las primeras escenas de Apocalypse Now.