| miércoles, 7 de mayo de 2008 | 0:07


EL SENTIDO DE LA MARAVILLA


Realmente no acierto a distinguir si la ola de superhéroes que nos invade forma parte del chikichikismo que impregna la libido dominandi, ese frikismo narcisista que mezcla las ganas de juerga con la fantasía, lo extraordinario, lo impactante, lo espectacular; un exceso que confunde lo excelente con lo mediocre, lo popular con lo aristocrático, a la postre una parada de monstruos donde todos se gustan mucho. Esta pléyade de fenómenos nos invade por tierra, mar y aire, Ironman, Hulk, Spiderman, Catwoman, Spawn, Batman, Superman, Daredevil, Los 4 Fantásticos, X-man, El Motorista Fantasma… y en breve Thor, Wonder Woman, El Capitán América... Incluso el mundo árabe, con tantos entuertos por desfacer, se ha apuntado a la moda con cómics como Los 99, repletos de superhéroes halal, es decir, con poderes basados en los atributos de Alá y el trasfondo de la cultura musulmana.
Todas son fábulas postmodernas, proteicas, sorprendentes y milagrosas; héroes nietzscheanos y poderosos, algunos tan casposos y esperpénticos como otros inspirados y colosales. Sus hazañas descomunales, delirantes, buscan hacer saltar la santabárbara del Mal, son burbujas efervescentes para combatir el sentimiento trágico de la vida. Aunque a hueso desnudo, estos superhéroes no son más que notas a pie de página de los mitos grecolatinos, Aquiles, Hércules, Teseo… que recorren la espina dorsal de la cultura occidental sublimando nuestros miedos y debilidades para enfrentarnos a los riesgos mortales de la vida con alguna esperanza de éxito.
A la postre, lo único cierto es que Hollywood, siempre ojo avizor, ha encontrado en esa falla un negocio millonario, porque el éxito de toda película se basa en la estructura mítica, los patrones estructurales y los personajes arquetípicos de mitos que proporcionan la base de la narración moderna: Érase una vez, y de pronto un día, y justo cuando todo iba bien, y justo en el último momento, y después todos vivieron felices y comieron perdices, y punto final. O lo que es lo mismo, ponerse la capa y coger la espada, o colocarse el sombrero Fedora, la chupa de cuero y el látigo, e ir a enfrentarse con el Dragón o recuperar el Santo Grial.
Yo, que soy asturiano y no entiendo mucho de prodigios aparte de los que tengan que ver con el mágico queso de Cabrales o la fantástica sangría de sidra, estoy un poco acomplejado porque no tengo un colorido pijama de lycra, ni armaduras hipertecnificadas, ni poseo tanta vocación de servicio, ni soy lo suficientemente esquizofrénico o psicópata -aunque en el borde estoy-, para lanzarme de un rascacielos a otro a fin de Salvar el Mundo con mayúsculas. Por no llegar, me temo que ni siquiera llego a las pantorrillas de un Pokemon, ese personaje que también se dedica a unificar el ideario mitológico de Asia. No obstante, ganas no me faltan y algo sí hago, aunque no sea ni sublime ni hiperbólico: cuando tiro la basura, separo el papel, el plástico y el cristal. A ver si el Mal acusa el golpe.







3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya he leido el post. De los autores que has escrito, tengo pendiente Confesiones de un opiófago inglés de Quincey.
Te ha gustado Underworld? Personalmente cambiaría esa película de la lista por Jóvenes ocultos o Abierto hasta el amanecer. Underworld me parece una gran bazofia. Un abrazo de esos reconfortantes! :)

IGNACIO DEL VALLE dijo...

Quincey es estupendo, y ese humor negrísimo que se gasta...Abierto hasta el amanecer es una buena película. También recomiendo 30 días de oscuridad, que parte de una premisa genial.

Anónimo dijo...

Ignacio no te agobies. Venga, te adopto como mi héroe particular, aunque sea por esta tarde.