| lunes, 6 de agosto de 2007 | 12:31



IMPROVISACIÓN SOBRE UN DIBUJO DE ÁLVAREZ CABRERO


El amor no es más que querer ser el centro de atención. Cuando nos miramos, el mismo dios Eros desciende sobre nosotros, vive en nosotros, mira a través de nuestros ojos, besa por nuestros labios. No recordamos ya cuánto llevamos así, con la sangre anegada de endorfinas, los niños brotando a nuestro alrededor como tiernos conejos de una chistera, el tiempo que transcurre al margen del tiempo. Amamos este reino de lo pequeño, de lo limitado, donde el sexo no es solamente sexo y se convierte en una necesidad imperiosa de salir de uno mismo y de una vida que ni se entiende ni se quiere. Resultó perturbador desear tanto a alguien desde el primer momento, porque nunca se tiene demasiado; en cierta manera es amarse a uno mismo, porque todos buscamos siempre un espejo donde mirarnos, da igual lo que refleje, con tal de reconocernos en alguna medida. Nosotros ya no tenemos historia, porque las personas felices no tienen historia. Y aunque sabemos que esta será una de esas relaciones de las que surgirá tanta nostalgia y tanto dolor y en cuyo recuerdo quedaremos atrapados, confinados para siempre en el futuro; aunque somos conscientes de que el amor a primera vista no es más que la intuición de la persona que más daño nos puede hacer, nosotros soñamos, soñamos con envejecer juntos mientras los hijos crecen y se abren paso en la vida, y en nada nos asombraremos de lo rápido que pasa el tiempo, y mientras los nietos se multiplican a nuestro alrededor de nuevo como tiernos conejos, ya viejos, muy viejos, desconcertados por las distancias de su vida, empezaremos a olvidar dónde nos conocimos, las palabras, los gestos, los olores y sonidos, todo irá desapareciendo como papel mojado, con un movimiento lento, de arrastre, incluso lo que hemos sentido el uno por el otro, y todo nos lo guardaremos, sin decir ni una palabra, para que las nuevas generaciones no sepan de ese vacío, de esa soledad y puedan vivir todo lo que nosotros estamos viviendo, el júbilo, el miedo, el dolor, el amor, todo, absolutamente todo lo que nos define como seres humanos exactamente como si fuera la primera vez. Pero, mientras, nos miramos sin parpadear, sin apartar la mirada, sin bajar la cabeza. Bien… Mal… entre nosotros eso carece de sentido, porque aquí sólo importa la intensidad.