No, nunca me cansaré de mirar mujeres, se lo aseguro, de admirar su sentido de la observación, su intuición. De ver cómo se ponen y quitan sus zapatos de tacón con esa forma de comunicarse que nunca entenderemos, como si nos recitasen poemas en un cadencioso y dulce idioma extranjero. Y cuando las pilas se nos agoten y nuestras linternas parpadeen, y sintamos la muerte como algo ya no meramente intelectual y nos rodeen los medicamentos y los desmayos y los mareos, yo mismo ayudaré a mi chica y la cuidaré hasta el último momento, pero sobre todo le probaré los zapatos cuando ella no pueda y miraré su desnudez de ochenta y tantos como si fueran veinte, porque seguirá siendo guapa, de otro modo, pero lo seguirá siendo. Quién podría dejar de hacerlo.
PORQUE LA CULTURA NO ES SÓLO LITERATURA...
Siempre se me ha antojado artificial ese enfrentamiento que algunos quieren provocar entre Oviedo, Gijón y Avilés, y si nos ponemos, entre cualquier núcleo urbano de Asturias y sus respectivos homólogos. Nací en Oviedo y me encantan sus líneas puras, su limpieza, su aire suizoburgués -qué soy yo, más que un burguesito-, pero siempre he adorado el horizonte marino de Gijón y su noche, a la vez que me perdía feliz como una perdiz por el Húmedo de Avilés. Esta impresión resulta extrapolable a Ribadesella, Tapia, Llanes, Cangas del Narcea… Al cabo, todos compartimos los mismos miedo y necesidades, la misma dependencia y búsqueda del significado de lo que supone el amor. Por ello todo lo que sean pabellones bajo los cuales fomentar la filia asturiana son bienvenidos por un servidor, y uno de los más significativos es la Semana Negra. Al margen de los odotipos, el márketing olfativo de chorizos a la sidra y calamares que la identifica, hay otro márketing que nutre su ADN, la conciencia de que la alta cultura, lo académico, la erudición, seca la savia de la creatividad, momificándola. Y en consecuencia, la Semana Negra está convencida de que sin lo popular no existiría el mejor arte; es en esa colisión entre la calle y los salones, en ese choque entre lo masivo y la cultura donde surgen las mejores creaciones. El cine negro clásico fue realizado con la mirada en la taquilla, pensando sólo en el negocio, es decir, era comercial, y miren dónde dejó colocado el listón.
Yo me suelo mosquear por muy pocas cosas, una de ellas es la mala educación. Normalmente escucho la argumentación de que si te encuentras a un maleducado, no hay que ponerse a su altura, pero yo creo que sí, que hay ponerse, y devolverle la pelota con el doble de fuerza, porque ellos tienden a aprovecharse de la educación de su víctima, y además de humillarla, se quedan como reyes, sin complejos de culpa, y hay que creárselo de una forma severa en la medida en que sea posible hacerlo a uno de estos paquidermos. Hay una cosa que se llama honor, y sin honor es complicado vivir, además de que yo la educación sólo la guardo para la gente educada. No obstante, esta es únicamente mi opinión, que ni siquiera es criterio.
Hace poco dos matadores, José Tomás -uno torero malacostumbrado a que le bailen la danza de los siete velos diciéndole que no es de este mundo y que posiblemente al final se lo ha creído-, digo, este señor y Paco Camino han devuelto sus respectivas medallas de oro de Bellas Artes en una rabieta de gata Flora -si se la meten ríe, si se la sacan llora-, alegando ligereza en la concesión del galardón porque se lo han dado a Francisco Rivera. O sea, que le están llamando mierdecilla a la cara, así, textualmente. No entro a valorar ni el grado de perfección de los susodichos, ni el oficio que le ponen, ni las puertas grandes acumuladas, ni los revolcones, ni si ha habido ganas de buscar publicidad, ni si hay envidias porque Rivera se levanta a las gachís más cañón o porque es más mediático ni nada, sólo valoro que todos ellos tienen los huevos de ponerse delante de un morlaco de quinientos kilos y no echar a correr como haría yo. Y eso implica respeto. R-e-s-p-e-t-o. Si un torero no entra en el canon de tu poética y crees que es una castaña y que sólo tú posees el arte, la nobleza y la maestría, ¿por qué te preocupas de un trozo de metal que da un ministerio? Si el único prestigio que te importa es el que dan en una plaza, ¿por qué te turbas a causa de un nimio oropel burocrático? ¿Se imaginan lo que pasaría si esto ocurriera en el Premio Planeta? Pero, claro, en el Planeta aparte del laurel te dan una paletada de kilos… ¿Habrían devuelto la dichosa medalla si hubiera ido acompañada de un montón de plata? ¿Qué hubiera sucedido? Ah, cómo me gustan las ucronías, esos filamentos de lenta incertidumbre… Hace nada, en una cena con un periodista mexicano, se dijo una frase que define muchas cosas: a mí la doble moral se me antoja venial, es el pan de cada día, lo que me molesta, lo que me irrita de verdad, es la triple moral.
Este vídeo de Los Coronas lo acabo fusilar del blog de Rémora, y como admirador del señor Fernán Gómez encuentro este documento imprescindible. Y por favor, si pueden no dejen de ver el documental LA SILLA DE FERNANDO que le hizo David Trueba, un par de horas de ironía salvaje, cultura e ingenio sin tabarras. La desopilante escena en la que habla de los afters sui generis que frecuentaba en su etapa de noctámbulo impenitente o su speech sobre el lujo deberían de estar en todas las recopilaciones artísticas del siglo XX.
Si usted está pensando en un lugar con poblaciones de almas con caras sonrientes y carpas para las reuniones evangélicas de los serafines, o en ángeles que muestran su abdomen sin ombligo y se acicalan las alas con peines de madreperla, o en ir mojándose los pies en ríos de luz, pues no, no va de eso, lamento defraudarle. Aunque eso sí, tenemos alguna que otra serpiente cascabeleante, y de vez en cuando un grupito de palmeras alabeadas. No hablo de paraísos naturales como Asturias, ni de los artificiales que poetizaba Baudelaire, sino de los correosos paraísos fiscales, sí, esos de los que se llenan la boca los políticos en los grandes encuentros internacionales refiriéndose a las acciones definitivas que se van a tomar para evitar la evasión de dineros de las grandes fortunas o corporaciones, y el blanqueo de capital de los perversos malhechores.
A día de hoy continúan funcionando a toda pastilla unos cuarenta y cuatro paraísos fiscales en todo el mundo, que dibujan una geografía de insolidaridad, avaricia, corrupción y fraude. Se calcula que tras la opacidad absoluta en que trabajan, se mueven en diferentes activos unos diez billones de euros, con b de burrada, de barbaridad y de bochorno. A este rosario de marías se le añaden tres países, Mónaco, Liechtenstein y Andorra, que están en la lista negra porque no sueltan prenda acerca de lo que hacen con las manitas por debajo de la mesa. Y, ejem, 24 de las sociedades que cotizan en el Íbex español tienen relación con paraísos fiscales.
En Retorno al pasado, de Jacques Tournier, Jane Greer le pregunta a Mitchum si existe alguna maldita manera de ganar, y él responde que, bueno, hay un camino para perder más despacio… A lo mejor uno de esos caminos es empezar a perseguir duramente estos territorios offshore, unas alcantarillas por las que desaparece su dinero, querido lector, tanto como el mío. Ya nos fríen lo suficiente a impuestos como para que encima Suiza -que aunque no está en la lista es uno de los de mayor raigambre a la hora de opacar sus chanchullos- sea de los pocos países europeos que está creciendo, todos sabemos a costa de qué.
Como decía Martin Luther King, yo también tengo un sueño: que Tío Gilito y Rockerduck, eternamente enfrentados por el control del club de billonarios de Patolandia, sean expulsados de sus paraísos, marcados a fuego con una F como la que los romanos grababan en la piel de los ladrones, y que lloren como Adán, no porque les expulsen de su Edén, o no sólo por eso, sino porque jamás podrán olvidarlo. Pelín lisérgico y bíblico me ha salido este artículo. Pero es lo que hay.
Para esto habría que inventar una sección nueva en mi blog. Lo veía hace unos minutos en un informativo y no lo creía. Una confirmación más de que la ficción es arrollada continuamente por la realidad. Este señor tiene 32 años, es turco, y ha sobrevivido con un rasguño en la oreja izquierda a la barbaridad que pueden ver a continuación. Si este año tienen que comprar lotería les recomiendo que le paguen un billete desde Estambul y lo manden a él a Doña Manolita. Les retira seguro...