| miércoles, 27 de febrero de 2008 | 0:03


SIN TU QUERIDA PRESENCIA…


Los monomaníacos no son una variedad de sacerdotes ortodoxos, como le oí a alguien hace años, sino personas obsesionadas con una sola idea, seres que construyen una imagen reducida, única y extravagante del mundo, que les permite tomar decisiones alejadas de la realidad y, en el caso de un dictador, amordazar o exterminar a miles de personas sin rastro alguno de conciencia. El herrumbroso Fidel Castro es un buen ejemplo de ello. Por ende, esas mentalidades autoritarias no admiten consejeros, sino sólo cómplices, como ha demostrado Raúl Castro, una mera marioneta dirigida por su hermano, que ha vuelto a dar gato por liebre al anunciar con una mano reformas y con la otra limitarse a armar el nuevo teatro de títeres talibanes, con Machado Ventura a la cabeza, un tipo que por mucho que tararee el himno soviético o el venezolano, está, como todos ellos, a la derecha de Luis XIV.


Los más optimistas confían en que esta maniobra pretenda una transición de Cuba hacia el modelo chino o vietnamita, es decir, reforma económica sin apertura política. Sin embargo, yo, que procuro no confundir la realidad con los deseos, opino al igual que Philip Roth que nadie abandona nada, jamás, y mucho menos los hábitos, y que sólo la muerte o la enfermedad más severa te obliga a ello por una causa de fuerza mayor. Sencillamente por eso Fidel Castro, aunque no gobierne, seguirá mandando a parar en la isla hasta la última gota del gotero que mantenga viva su oxidada sangre, y por eso los medios de comunicación continuarán amordazados, los disidentes silenciados, los presos políticos escarnecidos y el pueblo muerto de hambre.


Desde la hornacina del santoral comunista, Fidel Castro lleva ejerciendo un asombroso y sangriento magisterio que dura ya 56 años, justo desde que una esperanzadora revolución devino en dictadura primero, y luego degeneró en tiranía. 56 años en los cuales la coartada del marxismo y sus recompensas ficticias de paraísos terrenales, ha servido para que este Moisés de baratillo interpretase las tablas de la ley adaptándolas a su voluntad de poder, de forma que cuanto más chocaba con los hechos, lo racional, más se recurría a la fuerza motriz de la fe, de lo irracional, logrando efectivamente la igualdad predicada, pero a base de aplastar a todo el mundo. Miles de cubanos intimidados y neutralizados mientras el Comandante construía su teocracia ecuménica, simplificadora y maniquea utilizando el cemento esencial del interés, la estupidez y el miedo. Ninguna diferencia con el nazismo, el fascismo o el nacionalcatolicismo. Ninguna, créanme. En el camino, desde aquella heroica Sierra Maestra, quedaron mil promesas gangrenadas por un cáncer llamado socialismo real, mil sístoles de ron y risa ahogadas en la palabronería caciquil, mil humillaciones a la dignidad -nunca perdida- del pueblo cubano utilizando como excusa que los hospitales no funcionaban del todo mal.


El futuro es capitalista, como el chándal y las zapatillas que utiliza Fidel Castro; el futuro es hipertecnológico, histérico y global, y no estajanovista, artrítico y folclórico como el uniforme verde aceituna que le uniformaba ataño. Al igual que sin la querida presencia del Che, tanto Cuba como el mundo serán un lugar mejor con la ausencia de Fidel. Y vaya, ¿el intocable y mediático Che también está mal visto en El marfil de la torre?, se preguntará algún lector pillado de improviso. Pues sí, el Che también. Y no se preocupen, porque de él hablaré mañana. Largo. Tendido.