| jueves, 20 de diciembre de 2007 | 0:25


PSICODRAMA

Abortar. La palabra en sí suena horrible. No tiene esa armonía musical de otros términos como licor o blindaje. Si además define un acto tan duro como trágico, se produce una acumulación de fealdad que provoca la misma concentración de atención irracional que el exceso de belleza.

Olvidémonos de los absurdos teológicos de la religión -la misma que condenaba la anestesia porque refutaba la advertencia divina a Eva de que parirás con dolor, la misma que estuvo a punto de quemar a Vesalio, el padre de la disección de cadáveres para el estudio médico, y la misma que execró a Benjamin Franklin por inventar el pararrayos alegando que quién era ese señor para oponerse a los chispazos divinos...-, y centrémonos en lo humano, es decir, en sus protagonistas: las mujeres. No me imagino lo dura que tiene que ser la decisión de ir a una clínica para abortar porque sencillamente no aceptan un hijo en determinadas circunstancias -y ya no me refiero a problemas psicológicos o físicos, violaciones o malformaciones del feto-, únicamente porque tienen el derecho a decidir sobre su vida y su fertilidad. Y como la decisión en sí tiene que ser dramática, no me explico ese empeño en ponérselo aún más difícil al no reformar de una vez por todas la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Esa ausencia de firme legal en el que cualquier española pueda abortar de una forma gratuita y en un centro público no conduce más que a abortos irregulares y la humillación de que, por ejemplo, mujeres navarras tengan que interrumpir sus embarazos en otras comunidades o que, en el mejor de los casos, dependan de una voluntad arbitraria.

El gobierno socialista acaba de dar uno de esos pasos en falso a lo Chiquito de la Calzada, como si estuviesen probando lo templadas que están las aguas electorales antes de ampliar la despenalización del aborto, y se ha hecho el sueco al comprobar el presunto desgaste que sufrirían si les diese por sacar otra vez la Ley de Plazos, por otro lado un compromiso que tenían ya apalabrado en su pasado programa electoral. Mal asunto este de amagar, de demostrar sólo intenciones, de desenvainar la espada y no volverla a envainar tinta de sangre, valga la metáfora del Tenorio, máxime cuando estas no son cuestiones ni electorales ni políticas, sino vitales.

La nueva moral secular tiene un piso inferior hedonista, uno intermedio de utilitarismo y un ático de justicia clásica transmutado en la modernidad en ideal de autonomía y dignidad del individuo. Esto queda muy bonito, pero la traducción es que, como decía Di Stefano a sus porteros, no te pido que las pares todas, pero las que van fuera, no las metas dentro, o sea, no te inventes más problemas, limítate a solucionar los que hay. Y hazlo pronto, porque existen un montón de inquisidores que están esperando algún síntoma de debilidad, los mismos que coleccionan burkas y no ven mal pegarle un par de hostias a la esposa, siempre que te levante la voz o no te tenga preparada la cena, porque ya se sabe, la mujer para parir y en casa con la pata quebrá.