| miércoles, 5 de diciembre de 2007 | 22:06





FELICIDAD






Uno de mis escritores favoritos, Cyril Connolly, tiene unas reflexiones sobre la felicidad que siempre me han parecido sabrosísimas.


Connolly dice que la felicidad pasa por el fanatismo y la serenidad, nada puede conseguirse sin lo primero y nada puede disfrutarse sin lo segundo. Hasta aquí podría resultar una frase perfecta para esas galletitas de la suerte de los restaurantes chinos. Pero, evidentemente, Connolly tiene mucha más mala leche, y comienza a hablar de un posible estado contrario a la felicidad, el tedio, que es la condición resultante de no haber ejercitado nuestras potencialidades, acompañado por sus eternos compañeros, el remordimiento y la ansiedad. Pues bien, nuestro escritor le da una vuelta de tuerca más al asunto y se pregunta qué son exactamente nuestras potencialidades, eso que ejercitado con fanatismo y serenidad podría darnos la felicidad. La potencialidad sería algo sencillo: el deseo de mejorar, de llegar a ser mejor. ¿Y ese instinto es algo natural en los hombres, se pregunta, o por contra es el resultado de un condicionamiento anterior? Los cocodrilos, los cangrejos y las águilas, dice Connolly, no evolucionan, a pesar de lo cual parecen ser plenamente felices por su humilde estatus. Y son muchos los seres humanos que disfrutan de una apacible existencia sin sentirse obligados a expandirse o desarrollarse. Junto con ese deseo de evolucionar nos acomete el miedo a permanecer estáticos, es decir, el complejo de culpa. Si no tuviésemos unos padres empeñados en obligarnos a ser mejores, ni maestros que nos persuadieran de aprender, ni nadie deseoso de enorgullecerse de nuestra causa, ¿no seríamos más felices?


Esas promesas de futuro son el pesado fardo que han de soportar los niños y que los salvajes, en su estado de bienaventuranza, jamás han oído mencionar. El cebo evolucionista de una sociedad condicionada. ¿Realmente, vuelve a preguntarse, a la Naturaleza le importa que evolucionemos o no? Los instintos naturales se centran en la alimentación y en el sexo, en la destrucción del rival y en la protección de la progenie. ¿Qué monstruo, grita ahora Connolly, pudo ser el primero al que se le pasó por la cabeza la idea de progreso? ¿Quién vino a destruir nuestra felicidad mediante esos dolores del crecimiento?


2 comentarios:

Fernando Alcalá dijo...

Definitivamente tengo que leer esas reflexiones. Espero que no me dejen hecho polvo. Gracias por la recomendación!

Patricia Venti dijo...

Me contemplas tras la puerta
esperando que algo cambie.
Mientras tanto,
mi sombra
más conmovida que yo,
inicia la cuenta atrás.

A las cinco de la tarde,
allí donde el viento arrastró las hojas,
nadie espera que digas
What do you want from me?

Ahora,
como si fuese la última despedida,
tan solo resta,
empaquetar años de convivencia,
llorar la broma del destino,
abandonar la poesía.

Hágase
un minuto de silencio,
llueve.

Poema del libro Fragil Felicidad