Me despido hasta el año que viene. Aquí les dejo la cúpula geodésica de Richard Buckminster, un proyecto mesiánico, utópico, seguramente imposible de realizar, pero que buscaba proteger a la humanidad de una hipotética extinción. Esta la diseñó para Manhattan, pero vale para cualquier lugar del planeta. Les deseo un 2018 tan imaginativo y protector como este sueño. Y recuerden pasarse con el champán y los libros, como siempre.
¿Cómo ayuda el
arte en la construcción de la democracia? Ese es el tema de uno de los ensayos
más estimulantes que he leído últimamente. Manuel Vázquez Montalbán analizó en
su “La literatura en la construcción de la ciudad democrática” una serie de
parámetros que configuran la libertad, y se remonta hasta Caín y su ciudad
cuadrada, voluntad de orden, de estabilidad, para comenzar un apasionante
viaje. Desde la Ciudad de Dios agustiniana, la idea se vuelve progresivamente laica con Bacon, Dante y Campanella, aspirando a la urbe perfectamente
organizada de Le Corbusier. En el interregno, Vázquez Montalbán se da un paseo
terrible por las utopías socialistas, el esplendor de los años veinte en el
Moscú revolucionario con Tatlin, Kandinsky, Chagall, Maiakovski, Rodchenko,
Meyerhold, Pasternak, Eisenstein, Filonov, Bunin, Esenin… que conformaron una
década prodigiosa, guardianes de una estética revolucionaria hasta que fueron
en unos casos laminados y en otros exiliados por el oficialismo de Stalin. La
conversión de la imaginación en un pisapapeles. También resulta enjundiosa la
reivindicación de la literatura de los cincuenta en España, a menudo ninguneada
pero que ya entonces inició la necesaria dialéctica -en muchos casos jugando al
escondite con la censura- que coloca los ladrillos de la libertad. La sociedad
franquista no era una foto fija, y gracias a la conciencia transformadora que
se fue abriendo paso, los Blas de Otero, Cela, Castellet, Aldecoa, Hortelano,
Gil de Biedma… se enfrentaron a la escuadra y cartabón oficiales a base de una
mirada distante, de una experiencia individual y una mirada crítica. Con la
llegada de la democracia las cosas se enredan, el realismo social colapsa, y
brotan los faraones del estilo, Benet y Goytisolo, sátrapas y ensimismados,
junto con nombres como Mendoza o Marsé, todos en las antípodas de sus
respectivas creaciones pero que conspiraban por esa pluralidad, esa libertad
estética cuya traducción política era la democracia. Y con ellos llega la
neoburguesía, el capitalismo rampante, y los sistemas de control que en el
franquismo eran obvios ahora se vuelven invisibles bajo la forma del control de
la imagen y la abundancia de bienes, la narcotización del mecanismo
placer-insatisfacción-placer. Aquí el arte ha de enfrentarse a un nuevo enemigo,
el totalitarismo democrático, cuestionándose las estructuras de una ciudad que
se buscó con tanta ilusión como ahínco: la renovación surge de la novela
policíaca, la narratividad frente a la pirueta, el retrato moral del nuevo
orden social, la denuncia del hipercapitalismo, un cañonazo a la línea de
flotación de una literatura tan estética como inoperante. Y esa, como dicen en
las películas, es otra historia. En todo caso les animo a leer este ensayo,
contiene más sorpresas, confesiones personales, teoría y práctica literaria,
consejos… Una joyita, como diría Modiano.
Disco Sally, Fangoria, la versión en directo de Pianissimo. Qué letra.
Una novela que es costumbrismo, ciencia ficción, ensayo político, pero, sobre todo, una gran historia de amor.
Hipnótica. Una exploración de la psique humana, llena de soledad y otros demonios.
No sé si es un western, o una peli gótica, o un thriller psicológico... lo único seguro es que el aliento viene de "La noche del cazador".
Recuerdo un
documental sobre el gran mistificador, Donald Rumsfeld, durante el cual le
preguntaron acerca de la persona que más le apetecía conocer, y él respondió
que al ministro de propaganda de Sadam, el mismo que mientras los tanques
americanos estaban a las puertas de Bagdad, dijo literalmente “las tropas
norteamericanas han comenzado a suicidarse en los muros de la ciudad. Les
conminaremos a que cometan más suicidios rápidamente”. Está claro que entre
gitanos no se leen la mano. Traigo esto a colación porque en la batalla
constitucionalista que se libra en Cataluña, la guerra del agit-prop la hemos
perdido. No quiero citar clichés archisabidos, pero la mentira, la añagaza bien
argumentada tiene una fuerza que, en muchos casos, convierte los hechos en algo
intrascendente. La fuerza del mito, su épica, resulta mucho más estimulante y
atractiva que las guerras de cifras o las demostraciones legalistas. El famoso
“relato” es lo que se impone, la movilización de las emociones, las
construcciones simbólicas, la repetición de logos, el secuestro de las
pantallas por historias tan falsas como fascinantes. Pero a quién le importa la
realidad cuando la leyenda es mucho más cañera; esa necesidad de un cuento que
ordene una realidad cruda e ilegible y la dote de sentido está grabado “in
grain” en nosotros. Los grandes relatos que jalonan la historia desde Homero a
Shakespeare transmiten lecciones de sabiduría, pero la propaganda funciona en
dirección contraria: sobre la realidad traza conductas y orienta el flujo de las
emociones, conforma modelos y protocolos, provoca cortocircuitos en los
procesos racionales. Porque la gente no quiere datos, quiere creer, prefiere lo
ficcional a lo factual, y especialmente en épocas de crisis, en las que la
magia y la conspiranoia y el incienso quemado en honor a dioses excéntricos
hacen su agosto. Hoy en día, el poder no se mide por la ejecución, sino por la
realización, una puesta en escena de constante tensión dramática -en este caso
por los independentistas- que conlleva un montaje de flujos de información, muy
controlados y centralizados, la influencia en los medios de comunicación, la
movilización estética de las masas para crear un espectáculo visual en las
calles, todo en busca de una democracia que no delibere, que no juzgue a sus
líderes ni la pertinencia de sus políticas, aunque estos les lleven
directamente hacia el Leviatán. Básicamente, es una campaña electoral
permanente en la que el discurso controla la realidad y la rediseña a su gusto,
desvía la atención de lo esencial y crea un mundo de mitos y símbolos a fin de
que todo el mundo respire en el interior de una atmósfera milagrosa. Este es el
enemigo posmoderno que tiene que confrontar el estado español: universos
virtuales, reinos encantados donde el mal y el bien se enfrentan, héroes y
villanos, ciudadanos convertidos en espectadores que se limitan a recitar
letanías y con un apetito por nuevas y más dramáticas historias, cada vez más
violentas y desgarradoras, adaptadas en cada momento a sus estados de ánimo, que buscan acaparar el mayor número de audiencia posible en una espiral de
telebasura. Y el estado español no puede únicamente permanecer atrincherado en
la ley, en el monopolio de la violencia y las decisiones judiciales. Si el
estado pretende que la nación española dure unos cuantos años más debe cambiar
la estrategia apresuradamente y, sin renunciar al principio de realidad -la
información contrastada que noquee al rumor, la noticia falsa, las
manipulaciones-, crear historias que susciten adhesión, que emocionen, que cristalicen
algo llamado España; crear mitos que se igualen a los relatos clásicos que
transmiten lecciones basadas en la experiencia acumulada, que nos inspiren y
nos den moral y herramientas para seguir construyendo un futuro de manera
colectiva; que nos diga lo que el país ha sido, lo que es, lo que quiere ser, y
la manera en que todos podemos movilizarnos en pos de ese objetivo. Pero, sobre
todo, que no nos encarcele. Si quieren un ejemplo son espléndidos algunos
anuncios de las Fuerzas Armadas, en especial uno en que aparecen cazas y
destructores y de fondo solo se oyen pajaritos, niños jugando, porque “nunca
oyes un caza cuando vigila nuestras fronteras, ni una fragata cuando patrulla
las costas…”. Veraz. Emocionante. Patriótico sin estridencias. En resumen: la
búsqueda de una tranquilidad para todos. Si logramos que lo imaginado no
distorsione lo real, sino que lo enriquezca, lo haga seductor sin renunciar a
la verdad y fije una cierta imagen de nosotros mismos, estaremos en el camino
de hacerle frente a los grandes mistificadores, que mientras nos digan como
dijo el surrealista ministro de propaganda iraquí: “Hoy he visitado Bagdad y no
he encontrado invasores. Ustedes ven cómo los hemos expulsado a todos de esta
ciudad. Están llorando fuera y esperando recibir balas. Serán asesinados en
breve”, nosotros ya estemos tomándonos un cafelito con ellos. Gotcha Rumsfeld!
En una película
muy interesante, Billy Lynn, dirigida por Ang Lee, uno de los soldados que
realiza una heroica gira por Estados Unidos, se siente totalmente frustrado al ver la ausencia de compromiso con la realidad que tienen muchos de sus
compatriotas, en concreto respecto al hecho de que ellos están muriendo en
Irak. Finalmente, uno de sus compañeros le desvela: Tienes que darte cuenta de
que estamos defendiendo una nación de niños. En ocasiones, yo también albergo
esa sensación al ver las declaraciones tan insustanciales como suicidas que
ponen en jaque el derecho del Estado a ejercer la coerción, ergo -en algunos
casos- la violencia. Son los mismos escrúpulos de monja ante el envío de tropas
francesas a combatir las animaladas de los yihadistas, o el escándalo ante los
fusiles de asalto G36 que portan los cuerpos de seguridad. La vida, lo real, no
se basa en poner fotitas en Instagram o chorradas en Twitter; la vida, lo real,
tiene consecuencias que no podrás detener bloqueando al seguidor. Cada derecho
conlleva una responsabilidad, y su concesión implica una exigible lealtad: toda
vez que esa lealtad queda traicionada, el derecho queda anulado, porque el
contrato social es ineludible. Ya el mismo Cicerón afirmaba que somos esclavos
de la ley para ser libres, también John Locke: "donde no hay ley no hay
libertad", y Rousseau determinaba que somos tanto individuos particulares como
ciudadanos, y en ese previsible choque de intereses es la coerción estatal
quien estabiliza el sujeto colectivo, el contrato, la sociedad. La ecuación es
sencilla: soberanía nacional igual a parlamento igual a un estado que protege
ambos. A lo mejor estamos demasiado
acostumbrados a la ausencia de consecuencia, a una dialéctica de mesa camilla,
y cuando la policía se ve obligada a hacer cargas para defender esa sujeción de
todos los ciudadanos a la ley, las críticas que se desatan son de una
hipocresía inaudita, porque somos nosotros mismos los que delegamos ese
monopolio de la fuerza. La libertad nunca es gratis, ya lo dijo Rosa Parks, y el precio se paga en Omaha
Beach, entre las ruinas de Raqa, desde un F-18 sobre Belgrado, con un toletazo
o una pelota de los antidisturbios… Quien no sea consciente de esto puede
seguir subiendo consignas estúpidas y fotos a las redes sociales, pero, como escribía
Philip K. Dick, la Realidad es aquello que, incluso cuando dejes de creer en
ello, sigue existiendo y no desaparece.
¿Qué hombre no se ha inclinado a velar el sueño de su hijo,
para meditar cómo mirará ese rostro el suyo cuando esté frío,
o ha pensado, mientras su propia madre le besa los ojos,
en cómo sería su beso cuando su padre la cortejaba?
Así era como se
autodenominaba Lutero, la mosca cojonera de Roma, el revisionista del dogma
católico. La biografía de Lyndal Roper sobre Martín Lutero aporta mucha luz
sobre este personaje que se jugó el pellejo frente al mismísimo emperador
Carlos en la Dieta de Worms, con su denuncia de la corrupción y la decadencia
de las instituciones cristianas. Una iglesia que tenía su particular “impuesto
revolucionario” en la venta de indulgencias y tiques para contemplar las
reliquias de los santos -el príncipe de Maguncia poseía19.000 fragmentos de
huesos sagrados-, como un sistema de financiación cuasimafioso, y que Lutero
llegó para denunciar. En un mundo donde las campanas de las iglesias repicaban
las noches de tormenta para ahuyentar a sus causantes, demonios y brujas,
Lutero se movía en una compleja red de convicciones e intereses políticos y
económicos que a punto estuvieron dar con su cabeza en un cesto. La salvación
por la fe, como él defendía, sin la necesidad de la práctica laberíntica de
indulgencias y confesiones, ni diezmos, ni misa dominical, ni catecismo…
eliminaba del tablero de juego a los intermediadores, es decir, sacerdotes e
iglesia. De hecho, representaba el mismo peligro para la fe que siglos antes
los presocráticos, con su famoso silogismo ser
es ser percibido, y qué paradoja que ciertas órdenes como los franciscanos
se rozasen también por momentos con el heresiarca y su conciencia sobre el
descarrío del despilfarro y los sacramentos inútiles. Ya digo, una época
apasionante y peligrosa, con Martín Lutero alimentando las calderas de un siglo
cuyos cambios se producían a toda velocidad -especialmente los científicos-,
mientras se rompían los corsés medievales y se proyectaba la centuria hacia la
modernidad. Como hombre paradójico que era defendía que el sexo no era un
peligro para las creencias -él mismo se casó, como buen precursor del
calvinismo-, al mismo tiempo que despotricaba contra los judíos, defendía la
igualdad de la mujer mientras daba por bueno que Cristo se encarnaba
literalmente en la hostia, defendía que los monjes eran completamente santos al
tiempo que aseguraba que los corazones estaban llenos de odio, miedo e
incredulidad. Lo que queda claro cuando se cierra el libro es que, al margen de
contrasentidos, y como decía Victor Hugo, no hay nada más poderoso que una idea
a la que le ha llegado su tiempo.
Después del chiste
que significó el Nobel al señor Dylan -lo que abrió la puerta a cualquier
oficio folklórico que se les pueda pasar por la cabeza, porque ni siquiera como
poeta llega-, la Academia ha optado por lo que algunos denominarán un perfil
conservador, cuando de lo que único que se trata es de dar el premio a la
materia para el que fue concebido: literatura. Curiosamente se lo ha concedido
a uno de los grandes admiradores de Dylan, Kazuo Ishiguro, que formó parte de
ese dream-team británico que juntó a McEwan, Amis, Barnes, Rushdie… y que le
dio un poco de mambo a la narrativa británica de los ochenta. Le descubrí como
mucha gente leyendo la novela “Lo que queda del día” tras ver la adaptación
cinematográfica protagonizada Emma Thompson y por Anthony Hopkins. Y allí
estaba de nuevo la escena que me estremeció, el momento tan delicado como
demoledor en que el mayordomo Stevens, tras una vida de pulcritud y dedicación,
se resiste a dejarle ver el libro que lee a la señorita Kenton, en un acto casi
de violación espiritual, mostrando toda la tristeza y desamparo que ocultaba
una fachada rígida e impecable. La novela es precisa -con esa exactitud
aprendida de Henry James: no dejen de leer “Los europeos”-, elegante, y te toca
el corazón. Luego leí otras que no me entusiasmaron tanto, Cuando fuimos
huérfanos, Nunca me abandones… y me quedé con ganas de leer El gigante enterrado
-ese extraño revival artúrico- pero lo que resulta de recibo es que Ishiguro es
un escritor -y no un experimento social de la Academia- a quien se puede
premiar, aunque le den un galardón de tal fuste un poco prematuramente. Este
autor tiene una característica que a mí me gusta, y que puedo identificar en
otras plumas como la de Doctorow: la capacidad para arriesgarse en cada novela.
Ahora bien, la diferencia con el americano es que los saltos de Ishiguro
siempre son con red: el desconcierto lo causa no con el experimentalismo, sino
con los cambios de registro pero siempre dentro de una legibilidad clásica, o
bien haciendo las cosas a destiempo. Me explico: nos puede contar una novela
victoriana con la mirada del siglo XX, distopías utilizando herramientas
canónicas, o puede escribir sobre vampiros cuando hace años que ha pasado la
moda de Amanecer. La redención, la identidad, la ausencia de figuras paternas,
los recuerdos que pueden consolar o pueden hundirnos, siempre manipulados por
una memoria que los somete a muchas atmósferas de presión, son sus temas
predilectos, y escribe a su ritmo, o sea, poco. Respecto a la pachorra,
Ishiguro responde que no cree tan necesario escribir mucho como aportar algo
diferente en cada creación. Y yo creo que eso va a misa. También maneja una
técnica que a mí me fascina, el narrador poco fiable, y volvemos de nuevo a
Henry James y su “Otra vuelta de tuerca”, en la que al final no sabes quiénes son
los fantasmas, como en El sexto sentido o Los Otros. En ese vaivén Oriente-Occidente que caracteriza a la Academia, se comentará el ninguneo a
Murakami -que a este paso va a ser tan legendario como el enfilamiento que le
profesa Boyero a Almodóvar-, que a mí, sinceramente, no le veo estatura para un
Nobel, pero cada uno tiene sus gustos, y por eso hay ferias. No quiero terminar
este artículo sin romper una lanza por esos escritores que se merecen el Nobel y
año tras año se llevan la decepción, y más teniendo en cuenta que se les acaba
el tiempo: Philip Roth, Juan Marsé, Milan Kundera, Stephen King, Cormac
McCarthy, Charles Baxter, Ismail Kadaré… Y sí quiero terminar este artículo
haciendo una apuesta por quienes lo pueden ganar el futuro: Jeffrey Eugenides,
T. C. Boyle, Dennis Lehane, Colson Whitehead, Alessandro Baricco, Emmanuel
Carrére…
Y de repente 94
nazis han entrado en el Bundestag. Los británicos, que llevaban décadas con una
patita fuera, sacan las dos. Los húngaros sufren tics supremacistas. Una parte
de Cataluña se quiere ir. Etcétera. ¿Tan corta es la memoria? No hace ni
treinta años que en Yugoslavia se produjo una guerra con campos de
concentración tras la atomización del país. El resultado fue la centrifugación en
seis repúblicas soberanas cuyo peso específico internacional, a día de hoy, es
que siguen jugando estupendamente al baloncesto. Si un estado nación como
España se desintegra, el efecto dominó se llevará por delante una construcción
tan frágil como es Europa, en cuyo seno se ha producido el mayor periodo de paz
y bonanza de toda la historia. A lo mejor es que el estado narcótico que
produce el bienestar incita a anhelar aventuras épicas, a cantar la Ilíada como
se canta Els Segadors, olvidando que la verdadera gesta europea es haber
logrado que haya Seguridad Social y que los supermercados estén llenos. Antes
del interrail, y de las pensiones, y de los souvenirs, y de la exigencia de tus
derechos y de los Ave y de los Juegos de Barcelona con la Caballé y Mercury dándolo
todo, en Europa lo que había eran pestes y carnicerías -solamente en el siglo
XVII hubo once conflictos diferentes que implicaron a la mayoría de los
países-. Recuerdo un fragmento estremecedor de los diarios de Sebastian Haffner
sobre la situación alemana en Weimar: “hubo un momento, que duró tres años,
entre el 26 y el 29, que el país se estabilizó y los negocios funcionaban y
hubo una razonable porción de calma y orden, incluso de aburrimiento. Todo el
mundo hubiera podido ser feliz. Pero sucedió algo extraño, no se supo qué hacer
con el regalo de poder disfrutar de una vida privada en relativa libertad, como
si los alemanes no supieran cómo emplearla y necesitasen de emociones fuertes,
de sensaciones intensas de amor y odio, de júbilo y tristeza, todo acompañado
de pobreza, hambre, muerte, confusión, peligro…”. El resto se lo pueden
imaginar. ¿Tan mal le ha ido a España en estas décadas? ¿Tan mal han vivido los
catalanes en el seno de un estado nación imbricado con un ente supranacional
que ejerce de blindaje contra amenazas externas e inestabilidades económicas?
Desde luego, Europa no ha robado a España, y por supuesto ningún español ha
robado ni un céntimo a los catalanes. Mi impresión es que no se ha sido capaz
de conectar todos los factores antedichos en un mapa cristalino para que cada
uno de los ciudadanos de este país tengan claro que, como decían los antiguos
mapas acerca de las zonas peligrosas o inexploradas, a partir de aquí,
dragones.
Nueva temporada Afinando los sentidos
De IGNACIO DEL VALLE | miércoles, 27 de septiembre de 2017 | 12:47
Tras un descanso en septiembre, este viernes 29 regresa AFINANDO LOS SENTIDOS, en Aquí en la Onda, con el gran Arturo Téllez: nos acompañarán José Luis Piquero, Juan Carlos Chirinos, Ernesto Mallo, Adolfo García Ortega... Les esperamos siempre en Onda Cero.
Vladimir Tatlin y las plegarias no atendidas
De IGNACIO DEL VALLE | miércoles, 20 de septiembre de 2017 | 11:48
En la historia de las plegarias no atendidas, contamos con el fantástico Monumento a la Tercera Internacional de Vladimir Tatlin, uno de esos genios que se escurren en la historia. En la recreación de la foto se planeaba construir la torre en San Petersburgo, cuatrocientos metros de hierro, acero y vidrio -más alta que la torre Eiffel-, futura sede de la Internacional -y de algunos restaurantes-. El proyecto se presentó a comienzos de los años veinte del siglo pasado, pero la guerra y los costes de construcción lo jibarizaron a una maqueta. La vida de Vladimir Tatlin, arquitecto, pintor y escultor constructivista es igual de apasionante que este proyecto.
Los
independentistas catalanes no han leído a Curzio Malaparte. En su justamente
célebre La técnica del golpe de Estado,
el toscano explicaba las claves para dar un golpe como dios manda: directrices
claras, una minoría dispuesta a morir, acojonar a la mayoría para que
permanezcan neutrales o al menos convencerles de que la cosa no va con ellos, y,
sobre todo, ninguna piedad. Leyendo los documentos sobre los que basarán el
futuro de la república catalana, llego a la conclusión de que al final todo se
reduce a una minoría totalitaria que quiere gobernar sobre una mayoría obviando
cualquier viso democrático. Estos señores lo hacen sabiendo que no los pueden
fusilar -como hubiera sido podido ser el caso de una derrota bolchevique o el 18 Brumario-, y que las leyes españolas, estas sí democráticas, pueden ser duras
pero no letales. Sin ese estado mental de César o Nada ningún golpe de estado
puede llegar lejos. El intento de nulificar un orden jurídico por un nuevo orden ilegítimo -¿les suenan los nacionalsocialistas en el 33 con su Ley
Habilitante Alemana, tan parecida a la de Transitoriedad?- ya no puede tratarse
con eufemismos que no permiten identificar el problema y aplicar la receta
adecuada. La democracia española es fuerte, cosa que estos señores no parecen
entender, y que si hasta ahora ha habido permisividad con tanta insensatez y
chapucería, en toda relación llega el momento de dar un golpe en la
mesa. Constitución, Ley de Seguridad Nacional, Código Penal, Estados de Alarma,
Excepción y Sitio… el Estado no ha de tener ningún reparo en dar ese golpe
porque hay una democracia que proteger. El mismo Puigdemont confunde sentido con razón de Estado, tergiversa el significado del "mandato democrático", alude espuriamente a mayorías inexistentes, chalanea con las leyes a lo Carl Schmidtt, inventa agravios económicos, hace oídos sordos a la invitación de defender sus tesis en el Congreso de los Diputados, pretende "reeducar al pueblo", incautar los bienes estatales, amnistiar a "sus" delincuentes... El disparate nacional, lo titularía el gran Berlanga si pudiese hacer una película sobre los acontecimientos. En el parlamento europeo han sido claros: atacar la Constitución Española es atacar Europa. Blanco y en botella. Si los independentistas creen que van a desatar un levantamiento de los ciudadanos catalanes que saldrán a la calle con un pecho fuera para protegerlos de las inhabilitaciones, multas y cárcel que les van a caer encima, es que hace tiempo que están más pasados que el Sombrerero Loco.
Siempre comienzo la temporada con una recomendación gastronómica. Si les gusta el steak tartar, en Madrid tienen un lugar, Babelia Café, que aparte de ponerlo aliñado como dios manda, proponen una sorpresa: un helado de mostaza con el cual ir punteando la carne. Delicioso, de verdad.
El marfil de la torre cierra por vacaciones. Regresamos en septiembre. No obstante, recuerden que pueden seguirme este agosto a nivel nacional en Onda Cero. Todos los miércoles una hora de Afinando los sentidos con entrevistas, recomendaciones, historias, música... Que disfruten las vacaciones.
Vamos que nos vamos. El Tren Negro partirá este viernes hacia Gijón, y allí estaremos del 7 al 16 de julio escribiendo a diario para El Comercio. El festival canónico de España, no se lo pierdan. Además tenemos cachopos!!
Tras leer la
merecidamente célebre colección de relatos Knockemstiff, cuando descubrí la
nueva novela de Donald Ray Pollock, El banquete celestial, me apresuré a
sumergirme en ella. Knockemstiff era brillante, y siempre temes que la
siguiente obra de un autor quede demediada, pero Pollock continúa con su prosa
descarnada e impactante, que a pesar de contar cosas tremebundas lo hace de tal
manera que no puedes apartar la mirada de sus portentosas imágenes. La novela
se plantea como un western, pero, al igual que la última hornada de libros de
género, Zebulon, Warlock, En busca de New Babylon… están entreverados de
elementos filosóficos, pulp y psicodélicos en una continua reinvención de las
historias clásicas. Los personajes de este autor, siempre estigmatizados,
malditos, llenos de odio y rabia, en esta ocasión están situados entre Georgia
y Alabama en 1917; una especie de hermanos Dalton de quinta categoría que,
hartos de pasar hambre, deciden renunciar al banquete celestial que espera en
el Cielo a los bienaventurados mansos y pobres para calzarse unos pesados
revólveres y dedicarse a asaltar y matar a tutiplén. Entremedias, una galería
de magníficos secundarios, atrabiliarios, psicópatas, aventureros, pícaros, siempre
lo mejor de cada casa. Donald Ray Pollock es comparado con los hermanos Cohen,
con Cormac McCarthy, con Faulkner o Flannery O´Connor, pero se olvidan de
Steinbeck y la miseria y el polvo de Las uvas de la ira o Al este del Edén, y
de las extrañas novelas de Erskine Caldwell; también de las historias de Harry
Crews o Edward Bunker. En todo caso asistimos a la desaparición de un mundo, el
salvaje Oeste, y la aparición de la sociedad moderna, y en ese prolegómeno de dos
guerras y una depresión los protagonistas sueñan aún con un universo donde
poder ser forajidos de leyenda, y una libertad donde los espacios son abiertos
y sin ley. Pero los tiempos han cambiado, recitan los personajes de Peckinpah,
mucho más lúcidos que estos hermanos Jewet, que solo obtendrán un diorama de un
lumpen amoral y violento, en el que los gusanos salen del interior de
cadáveres, funcionarios públicos de dedican a rescatar a bebés abandonados en
letrinas, hay que mujeres que ofrecen perversiones sexuales, oficiales que
están por salir del armario, vagabundos en conexión directa con Cristo, chulos
de putas con bombín…
Aquí no podemos ganar, dijo Robert
Mitchum en Retorno al pasado, solo una
manera de perder más despacio. Seguramente eso fue lo que pensaron todas
las fuerzas de la Transición cuando decidieron que pelillos a la mar y que
vamos a poner esto en marcha, porque si no volvería a haber hondonadas de
hostias, Airbag dixit. A pesar de los recientes intentos de desprestigiar la
Transición, pasar de una casposa dictadura a una tierna y endeble democracia
con los tiros justos -300 muertos entre 1973 y 1983- fue un hecho milagroso. El
precio a pagar, olvido de los criminales de guerra, toda la mierda bajo la
alfombra, el mirar hacia otro lado, fue altísimo, pero sin duda mucho menor que
el que podría haberse cobrado. Solo hace falta recordar las Cortes de aquel
gran hombre, Torcuato Fernández Miranda, con la mayoría de los asientos llenos
de uniformes de la Falange y de militares, los ultras de todos los colores
haciendo presión en las calles, la crisis del petróleo que empobreció el país,
Arias Navarro golpeándose el pecho, la conflictividad laboral en las calles, el
golpe de Pinochet contra Allende, la invasión de Afganistán… Se hizo lo que se
pudo con los peligrosos mimbres que había, y fue mucho, con un rey emérito hoy
demediado pero cuya voluntad democratizadora en aquel entonces fue cardinal
para que el proceso avanzase -recordemos que Juan Carlos I tuvo en sus manos
todo el poder de Franco y renunció a el; recordemos el arakiri de las Cortes
Franquistas al tiempo que se juraban los principios del Movimiento-. Con cada
paso, la disolución del Movimiento Nacional, la legalización del Partido
Comunista, la conformación de un partido de aluvión como UCD para pilotar la
metamorfosis… se pisaba un callo que podría explotar en un duelo de garrotes.
Aprobación de una Constitución, la proclamación de un Rey, unas elecciones, la
Ley de Reforma Política, las Cortes Bicamerales, la consolidación del modelo de
partidos... todo en un intervalo de tres años se me antoja uno de los
ejercicios políticos que me concitan más admiración, aun sabiendo todas las
facturas que no se pudieron cobrar. Al final, el 15 de junio de 1977, 18 millones
de españoles fueron a votar a una urna después de cuarenta años de dictadura.
Hay que fijarse que la grandeza y la dificultad, la libertad y la
responsabilidad de la democracia representativa y parlamentaria era lo único
que nos podía salvar del abismo. Lo único, a día de hoy, que puede continuar
haciéndolo.
Partamos de una
premisa clara: envejecer es una mierda. Para la gente normal, seguro, pero el
asunto se enreda más si eres un billonario de Silicon Valley con recursos
terrenales infinitos pero un periodo biológico limitado. El tope a día de hoy
está en los 120 años. Es un poco frustrante ser consciente de que no se puede
sobornar a esa Dama que según Cocteau viajaba en Rolls. Los inversionistas han descubierto una nueva
frontera donde inyectar su plata: las empresas tecnológicas que buscan alargar
la vida, y con suerte, encontrar lo que ellos llaman la píldora de dios, la
llave genética de la inmortalidad. Transfusiones de sangre, bailes de
cromosomas, enzimas, telómeros, genes… lo estamos intentando todo para destilar
un elixir que nos prolongue este valle de lágrimas -para unos más que para
otros, seamos realistas-. 150.000 personas mueren cada día víctima de la
termodinámica y la entropía; muchos de los investigadores están centrados solo
en alargar la vida y mantenernos en condiciones dignas hasta llegar a una
muerte sin dolor, pero hay otros, los mad doctors, que van a por el premio
gordo. Las larvas de las abejas con capaces de prodigios metamórficos; los
tiburones de Groenlandia viven quinientos años y no padecen cáncer; cierto tipo
de almejas que nosotros con comemos con alegría también viven sus quinientos
añitos sin despeinarse. Desde 1900 hemos
incrementado nuestro tiempo de vida en 30 años, y con ello han aparecido
enfermedades que no sufríamos antes: demencia, cáncer, infartos… ¿Qué nuevos
problemas aparecerán si vivimos doscientos o trescientos años? ¿Se imaginan a
Trump dando la matraca durante centurias?, ¿qué será de la innovación si esta
depende de seres que llevan viviendo siglos? Y sobre todo, ¿si logramos la
inmortalidad conseguiremos también la juventud eterna?: porque, la verdad, no
me apetece vivir mil años con el cuerpo de un anciano. El síndrome Dorian Gray
-o de Camilo Sesto, según se mire-, recorre el planeta. Hablan de un mercado,
este de la longevidad, que estaría en torno a los doscientos billones de
dólares, y se ha desatado la carrera por ver quién logra primero el cóctel de
pastillas que haga que los novecientos años que llevaba viviendo Yoda en Star
Wars nos parezcan un entremés. Quién quiere vivir para siempre, cantaba Freddie Mercury; bueno, tanto, tanto, no, pero yo los trescientos años los firmo ya.
Entre la pléyade de intereses intelectuales que me desvelan, un lugar preeminente lo ocupa, sin duda, el tiramisú. Suave, cremoso, absolutamente delicioso. Si la felicidad se mide en cucharadas, todas las que proporciona el restaurante Forte Pizza, en Madrid, van a ser pocas. Y no se olviden de la burrata trufada. Tampoco de las pizzas.
http://www.fortepizza.es/
Todo cambia,
aunque no queramos, y casi siempre a peor. Con esta frase, uno de los
protagonistas de la película Las Furias expone un sentimiento trágico de la
vida. La familia como género artístico, lugar de acogida pero también de
disensión, venero de calidez pero rayo que no cesa. Miguel del Arco realiza una
exégesis de la tribu, los Pontealegre, rencillas, pasiones, odios,
hiperestesia… nada que no conozcamos de primera mano y que por lo mismo no
podemos dejar de mirar. Una gavilla de actorazos -qué papel el de Alberto San
Juan-, que pone en escena la catarsis del grupo con un horizonte de referentes
adventicios, Celebration, American Beauty, August, Quién teme a Virginia Wolf…
Las Erinias, las Euménides, las Benévolas; Alecto, Tisífone, Megera; la
implacable, la celosa, la vengadora; terroríficas figuras que no dejan crímenes
impunes y persiguen a los hombres con el mismísimo infierno hasta hacerlos
enloquecer, se ceban en los Pontealegre: matriarcas que se lían con jovencitas,
leyendas del teatro que pierden la memoria, primogénitos marcados por el
cangrejo de la enfermedad, talentos varados en las playas de su propio
desorden… infidelidades, traiciones, envidias, recuerdos demasiado compartidos
que ya no sirven como áncoras para mantener la ilusión de la estirpe. Cada uno
de los nombres, Aquiles, Casandra, Héctor, remiten a una tragedia, y cada una,
con su propia máscara. La única lástima es que tras dos horas de desarrollo
dramático la película termine con un final tan apresurado como inverosímil;
también falla la sobreactuada Macarena Sanz haciendo de niña psicótica, y que
el intento de reproducir la intensidad de la Magnolia de Paul Thomas Anderson
se resuelva en sobrecargas innecesarias de estímulos. No obstante los fallos,
hay más aciertos, y Miguel del Arco, con un caché teatral suficientemente
acreditado, fusiona cine y teatro ya desde las primeras secuencias en las que
la felicidad de un arcádico pasado da paso a unos vínculos familiares tan
estrechos que han llegado a estrangular a los miembros del clan. La tragedia es
el centro de una buena comedia, el drama conlleva la ironía, y nuestra mirada
ha de ser compasiva ante unos personajes que no dejan de reflejar nuestra
humanidad: ¿Quién no ha ido a regañadientes a una comida familiar, recorrida de
los entremeses al postre por todas las cosas que no nos podemos decir, so pena
de que despierten las furias?
El suicidio de
los organismos, las sangrientas victorias pírricas, los obstinados choques de
trenes, el derrumbamiento de alianzas y baronías y comités federales y órganos de
control… todas estas imágenes se confabulan en mi cabeza ante la victoria de
Pedro Sánchez. La militancia ha depositado de nuevo el laurel en su frente
marcoantoniana, cuyo venero es lo asambleario y lo populista en contra del
aparato, que tendrá como consecuencias una sucesión de purgas y desgarros que van a poner contra las cuerdas al púgil socialista. Los bandazos de Sánchez
proseguirán, de la nación de naciones culturales a la ideología marxista -si no le gustan estos
principios, tengo estos otros-; del radicalismo de bases ideologizadas a la
demagogia meliflua según con qué pie me levante. Los Podemitas -que no viene de
poder, sino de podar-, aguardan a que nuestro hermoso tribuno se una a ellos y
a los independentistas en un salto base al abismo populista. El problema no es
solo del PSOE, sino de todos los ciudadanos que estaremos al albur de cada
nueva ocurrencia sobre la plurinacionalidad española, la polarización extrema,
las revanchas históricas, la solución en la calle de lo que no consigan en el
parlamento… hasta que se enfrenten a la realidad, que no se dirime en el
corralito de unos cuantos miles de militantes, sino en las elecciones generales, con el
consiguiente estropicio, y sería el tercero. Se acabó el cabildeo para muñir
las necesarias geometrías políticas, ahora solo habrá puño en alto y propuestas
imbuidas no por el sentido común, sino por las emociones ciegas y un culto al
líder que se va a cargar la descentralización del partido. Para ver el futuro solo hay que fijarse en los
socialistas franceses o en los laboristas británicos. Cuenta Tácito que tras la victoria de Germánico contra
Arminio, las ganas que les tenían a los queruscos eran tantas debido a la
aniquilación seis años atrás de tres legiones en el bosque de Teutoburgo, que
se hizo "una matanza que duró lo que el
odio y el día". Me imagino que cuando le preguntaron a general romano que
cuándo empezaban a meter cuchillo, este respondió: Ya es ya.
Hay una escena iluminadora en El
nombre de la rosa en la que Fray
Guillermo de Baskerville mantiene un enfrentamiento dialéctico con
Jorge de Burgos en el que se discute un tema apasionante: la licitud de la
risa. Uno la defiende y el otro abomina de ella. La risa es propia del hombre,
dice Fray Guillermo, es signo de su racionalidad, mientras Jorge escupe que es
signo de estulticia, el hombre no cree en aquello de lo que ríe, por tanto
reírse del mal implica no estar dispuesto a combatirlo, y reírse del bien
significa desconocer su fuerza. Supongo que si estuvieran envueltos en las
actuales polémicas sobre condenas y twitter también mantendrían una enjundiosa
querella. A mi juicio condenar a una persona por un chiste no resulta ni
prudente ni sensato. Hay chistes obscenos, homófobos, racistas, vejatorios… y
algunos incluso tienen gracia, por muy bestias que sean. El problema es que
antes se quedaban en la barra de los bares y ahora se hacen públicos vía redes
sociales. El humor es un antídoto contra cualquier totalitarismo, y la libertad
de expresión tiene estos inconvenientes; extender la acción de los tribunales
ad infinitum es un gasto de tiempo y dinero, y además no sirve para nada. El
caso Cassandra -que, por cierto, espero que se maneje con la misma jovialidad
cuando le cuenten chistes de transexuales- no es más que un caso de estulticia
e inmadurez que no puede ser judicializado a riesgo de poner a toda la sociedad
en peligro. La guía de Fray Guillermo -tengan a Sean Connery en la cabeza- puede
volver a sernos útil: “A menudo la risa sirve para confundir a los malvados y
para poner en evidencia su necedad. Cuentan que cuando los paganos sumergieron
a San Mauro en agua hirviente, este se quejó de que el baño estuviese tan frío;
el gobernador pagano puso estúpidamente la mano en el agua para probarla, y se
escaldó. Bello acto de aquel santo mártir, que ridiculizó así a los enemigos de
la fe”. Condenar a la gente por un chiste puede provocar la autocensura, y si
alguien hubiera tenido una guillotina virtual en la cabeza, no habrían sido
posibles virguerías como La escopeta nacional, La vida de Bryan, algunas
viñetas de la revista El Jueves, Fargo, American Psycho, Borat, los textos de
Villiers de L´isle-Adam, el robot Bender de Futurama, la serie Black Mirror,
los premios Darwin, los cómic de Fontanarrosa, Lolita…
Yo creo en América. América me ha hecho rico… Desde los
primeros fotogramas de la película en los que Amérigo Bonasera le suelta su
filípica a Vito Corleone, sabías que estabas viendo algo grande. Hay algo
clásico en sus imágenes deslumbrantes, en sus diálogos perturbadores… Habla
Tácito en las primeras páginas de sus anales diciendo que lo primero que hizo
Tiberio al ser emperador fue mandar matar a su hermanastro, suena a Flavio
Josefo contando cómo Antípatro se abrió la túnica y aseguró que él no tenía que
hablar porque ya lo hacían sus cicatrices. Cada personaje habla de nosotros, de
cómo vivimos y morimos, del éxito y la humillación, de la estupidez y el
sentido común, del amor y la traición… Ahora se cumplen 45 años de una de las
obras de arte más importantes del siglo XX, y los protagonistas -faltaron John
Cazale y Marlon Brando por fuerza mayor- se sacaron una foto en el festival de
Tribeca. A partir del último sonido de la claqueta, fue muy fácil que las
siguientes décadas el lenguaje popular se impregnase de sus diálogos que, como
decía Preston Sturges, son esas cosas brillantes que te gustaría haber dicho
pero que en su momento no se te ocurrieron. ¡Y vaya si las dijimos! Solo los
autistas o los que no toman partido -y esos, según Dante, van directos a la
peor zona del infierno- no ha soltado en alguna ocasión, “Un hombre que no pasa
tiempo con su familia no puede ser un hombre de verdad”, “Mi padre le hizo una oferta que no pudo
rechazar...”, “Trata de pensar como la gente a tu alrededor y sobre esa base
todo es posible”, “Senador, ambos somos parte de la misma hipocresía, pero no
la extienda a la familia”, “El poder agota a los que no lo tienen”, “Dinero y
amistad… agua y aceite”, “Sé que fuiste tú,
Fredo, me destrozaste el corazón…”, “Si algo nos ha enseñado la historia es que
se puede matar a cualquiera”, “Deja el arma, coge los canoli”. Mi madre siempre
me repitió que, siendo un crío hiperactivo, de las pocas ocasiones en que estuve
tres horas quietecito fue cuando con tres años me llevo a ver El Padrino en un
cine de Ribadesella. Hace también tres años, durante una estancia en casa de
unos amigos en Long Island, tuve que cuidar a su hijo de un año y tampoco se
paraba quieto. Puse la televisión por cable y había un bucle con la trilogía de
El Padrino. Coloqué a Alessandro recto en el sofá, subí el volumen y le puse la
escena en que Michael Corleone visita al señor Vitelli, el padre de Apollonia,
para pedirle su mano y le revela quién es: “Algunas personas pagarían mucho por
esa información, pero entonces su hija perdería un padre en lugar de ganar un
marido”. Miré a Alessandro, era incapaz de apartar sus ojos de la pantalla, y
yo respiré tranquilo. La nueva generación de devotos estaba garantizada.
Círculo de Lectores lanza la serie completa de Arturo Andrade en una edición especial.
https://www.circulo.es/serie-arturo-andrade-bimestral
https://www.circulo.es/serie-arturo-andrade-bimestral
¿Saben por qué
defiendo la máxima dureza legal con los sinvergüenzas que han saqueado la
cámara del tesoro público? Por una cuestión de consecuencias. Sí, una cadena la causa-consecuencia que parece no haber calado bien en el ideario público. Cuando
Urdangarín hace de las suyas -con la connivencia real por acción y omisión-,
cuando los Correa y demás esbirros se bañan en oro, cuando los Pujol permanecen
intocables e impunes, cuando Granados no suelta prenda sobre dónde está la
plata, cuando Rato no ha ingresado aún en la trena, cuando los Ere son
regalados a discreción, etc, etc, etc… cuando sucede todo esto hay
consecuencias para todos y cada uno de nosotros. Cuando se produce el blanqueo,
la falsedad de documentos, la estafa pública, el cohecho, la malversación, el
fraude, el tráfico de influencias, la extorsión, la prevaricación, la
cooperación necesaria…. hay consecuencias en el día a día de cada ciudadano.
Todos esos millones que son robados de nuestros bolsillos provoca que la
educación pública se vaya al carajo y nuestros hijos tengan que estudiar en
pabellones prefabricados; que cuando se pide una simple endoscopia se tenga que
esperan dos meses, no digo ya una operación grave -con el consiguiente aumento
de los seguros privados, uno de los grandes fracasos de nuestra sociedad-; que
la gente sea desahuciada sin cortapisas; que no haya suficientes policías en la
calle; que la recogida de basuras sea ineficaz; que las pensiones no sean
sostenibles; que se exija el copago de medicamentos; que se privatice y
externalice a mansalva… A toda esta rapiña y depredación se le une una especie
de escarnio, desprecio y cachondeo por parte de los culpables, que parecen
estar seguros de que la prueba es “a contrario”, o sea que somos los ciudadanos lo
que tenemos que demostrar que nosotros no somos los culpables. Las
consecuencias de la expoliación y la piratería no son entes metafísicos, solo
tienen que pensar en ello cuando vea una bolsa de basura tirada en la calle,
derramando toda su mierda y hedor; cuando pida una resonancia magnética en la
sanidad pública y por urgencia tenga que pagar los 400 euros que cuesta hacerlo
por lo privado; cuando su hijo llegue de clase y le diga que tienen goteras;
cuando vaya a sacar dinero y el cajero le perdone la vida diciéndole que no le
cobra nada por extraer su “propio” dinero; cuando no pueda desarrollar una
empresa porque hay regulación disuasoria; cuando descubra cierto grado de
punición en su fiscalidad. Entretanto, un señor sacaba de un cajero 3000 euros
en menos de diez minutos con una tarjeta que dicen black. Ahora bien, ya saben
ustedes que el cajero no le cobró nada por el servicio. Todo un alivio.
Los dibujos ilógicos y maravillosos de Alfred Kubin. Cómo no disfrutar de un antecesor del expresionismo alemán.
Y como complemento, este finísimo blanco canario. Tengo querencia, lo sé, pero no puedo renunciar al valle de La Orotava. Para lo que nos queda en el convento...
“He
vivido pobre toda mi vida. Igual que mis padres y los padres de mis padres. La
pobreza es una enfermedad que pasa de padres a hijos sin remedio ni curación.
Pero yo me cansé de ser pobre”. Con esta frase de uno de los protagonistas de
la película “Comanchería” -Hell or High water- se desata la tragedia. En la
profundidad de Texas, en una geografía de pueblos arrasados por la debacle
económica, llenos de deshauciados, de casas en venta, de desarraigo, de
desempleo, pero sobre todo de ausencia de esperanza, dos tipos comienzan a
atracar los mismos bancos que han atracado a todo el inmenso estado. David
Mackenzie firma este sensacional western social, iluminado por un no menos
tremendo guión de Taylor Sheridan. En los espacios interminables de Texas, en los
personajes de frases rotundas y actitudes cínicas y cansadas se respira a
Peckinpah y a Cormac McCarthy, con una estructura narrativa clásica que, sin
embargo, deviene en una rabiosa modernidad. El film desprende el mismo
agotamiento que hacía que Michael Douglas reventase en Un día de furia: dos
personajes representados con coraje y fiereza por los actores Chris Pine y Ben
Foster, que tras una vida de miseria, palizas, mala educación y trabajos de
mierda deciden levantar la bandera de la rebelión. A su caza está el ranger
Jeff Bridges, que en esta peli alcanza el epítome de su talento. Esta es la
América que votó a Trump, la que piensa que los atracadores de bancos solo
pueden ser mexicanos, la que va armada hasta para comprar el pan -cuando
puede-, la que mira cara a cara a un sistema fallido que se ha quitado la
careta, la que refuta a los estómagos agradecidos y bien pensantes, la que
declara que la socialdemocracia lleva mucho tiempo muerta. En ciertos momentos
te preguntas por qué no se unen los perseguidores y los perseguidos para encarar al verdadero enemigo, aunque todos sabemos que el enfrentamiento final es tan ineludible como la rotación del planeta. Si
ustedes pueden ver la película versión original no entenderán nada del acento
texano, sobre todo cuando habla Jeff Brigdes, pero utilizando la salvaguarda de
los subtítulos disfrutarán como enanos de cada inflexión, de cada gesto, de
cada mirada. Créanme, cuando el cine es grande, es lo más grande.
Santander: Martes 21 de marzo, 19.30, Ateneo. Presenta el escritor Javier Menéndez Llamazares.
Ribadesella: Miércoles 22 de marzo, 20.00, Biblioteca. Presenta el editor Jorge Salvador Galindo.
Oviedo: Jueves 23 de marzo, 19.00, Librería Cervantes. Presenta el escritor Manuel García Rubio.
Gijón: Viernes 23 de marzo, 19.30, Ateneo Jovellanos. Presenta Ángel de la Calle.
A mi pesar, no
dejo de estar fascinado por Pedro Sánchez. Lo que no tengo claro es si por su
cerrilidad o por su falta de oportunidad histórica. Lo único seguro es que
Gollum nunca desplegó tamaña tenacidad en la consecución de su anillo. Pedro
Sánchez, a quien la historia recordará como “Noesno”, fue una marioneta que
colocaron en la secretaría general a la espera de que escampase –gran ceguera
de los prominenten- sin tener en cuenta que hay ciertas marionetas que tienen
muy mala leche. A mí me gustan los títeres que cortan sus cuerdas, y fue el
caso. Sánchez dispuso entonces de la oportunidad de gritar que él también era
Espartaco, y lo que sucedió fueron dos derrotas consecutivas y la apertura de
los sellos apocalípticos, con el consiguiente ruido de cuchillería, es decir,
que le hicieron la cama. Tras estas quisicosas, el señor Sánchez, que
personalmente no me producía ninguna impresión ni de seguridad ni de liderazgo
pero que tampoco tenía especialmente enfilado, se destapó como un desesperado
perseguidor de “su tesoro”, ya fuera a costa de la unidad nacional o la
destrucción de un partido con tantos años de historia. Algo estremecedor. Y lo
es porque si tenemos en cuenta que el malhadado Zapatero ha sido el peor
presidente de la democracia –me tuvo tres años encabronado-, yo no contaba con
que alguien lo hiciese bueno. Si alguien interpreta este artículo como un
ataque al PSOE, nada más lejos de mi intención. Los otros dos candidatos a
liderarlo tampoco despiertan en mí la urgencia de sacar los pompones de
cheerleader, pero al menos están por probar. Tengo tanto interés en que el
ecosistema político funcione de una manera higiénica y regular, que mi
preocupación por un partido socialista agrietado es mayúscula. De ahí mi
zozobra por el regreso de la marioneta airada, tanta como la que siento cada
vez que escucho a Pablo Iglesias intentar deslegitimar el principio de
representatividad con aquello de que “hay que sacar la política fuera del
parlamento” y “dar voz al pueblo”, o a Rafael Hernando asegurar que ellos no están engrasando las puertas giratorias o que el gobierno no tiene que ver con la factura de la luz. En caso de que Pedro Sánchez Castejón ganase
–no hay nada escrito- sería un líder nefasto para el PSOE –no quiero ni pensar
en España-, demagógico, tramposo y polarizador. Esperemos que esta sea su
última cabalgada.
Presentaciones de Índigo mar en Madrid y Valencia
De IGNACIO DEL VALLE | sábado, 4 de marzo de 2017 | 20:12
Presentación en Madrid: Librería Alberti, miércoles 8 de marzo, a las 19.00. Harán los honores los escritores Raúl Guerra Garrido y Antonio Gómez Rufo.
Presentación en Valencia: Librería Bartleby, jueves 9 de marzo, a las 19.30. Hará los honores el filósofo Juan Arnau.
Un tipo que deja
atrás a su mujer cuando salen de un coche, y más en un acto oficial, lo dice
todo de él. Pero al margen de la educación, y tras el anuncio del muro
mexicano, déjenme contarles mi visión de Trump, y permítanme ser inmisericorde.
Estaba claro que este tipo iba seguir literalmente su discurso de campaña y que
no iba a respetar las normas no escritas de que una cosa es lo que se dice y
otra lo que se hace. Su motorcito es cargarse las normas. Trump lleva dentro un
salvador de la patria, o sea, un dictador. Y como todo dictador va a atacar las tres columnas de la democracia: la prensa, los jueces y el principio de representatividad. Por
un lado se va a dedicar a socavar la credibilidad de los medios a base de
postverdades, y por otro va a intentar forzar el sistema legal desde dentro. No
se extrañen que en cualquier momento quiera abolir el tope de dos mandatos en
la presidencia. Nuestra esperanza también se basa en tres cosas: el sistema
americano de check and balance, y que sus mismos excesos pueden llevarle a un
impeachment, o bien que la sociedad civil –robusta en los Estados Unidos- le
haga la vida imposible a base de juicios, o bien que la economía se vaya al
carajo, y con ella Trump. In God we trust. Me resistía a escribir sobre este
señor, pero ahora su rostro fascista ha emergido definitivamente, y mi deber
como escritor es denunciarlo. Es racista, proteccionista, xenófobo… carga con
toda la mochila de características básicas del autócrata, y se rodeará de lo
peor como bien describía Jenofonte en su Hierón o la tiranía, así como
continuará con las prácticas del poder que, como también explicaba Tucídides, no
se detendrá en la exploración de sus límites. Si tenemos que citar más
referencias para entender su psicología, yo les recomendaría leer Masa y poder,
de Canetti, los libros de Orwell sobre el fascismo, el famoso ensayo de Hannah Arendt y los espléndidos ensayos y
memorias de Sebastian Haffner sobre el ascenso del nacionalsocialismo. En un
entrevista en el NewYorker, Philip Roth describía bien a Trump: es un individuo
sin la menor noción de lo que es un gobierno, ni de historia, ni de ciencia, ni
de filosofía, ni de arte, es incapaz de expresar o reconocer sutilezas o
matices y maneja un vocabulario de setenta y siete palabras que más bien puede
llamarse “balbuciente” que lengua inglesa. Quién iba a decir que alguien haría
bueno a Bush.
Ya a la venta la traducción portuguesa de Soles negros, Céus negros. Editorial Porto Editora 2017. Muito obrigado!
Una isla en invierno. Un escritor perdido en una novela. Extrañas galerías subterráneas y una explosiva tormenta que se acerca amenazante. Aquí, en esta isla, las fronteras entre la realidad y la ficción se difuminan y los sueños juegan un papel demoledor. Sueños de panteras que hablan y susurran al oído palabras incomprensibles. Y el amor. Y el sexo. Y el pasado que vuelve para desgarrar el alma y desatar su violencia contenida. Y la literatura...
Ignacio del Valle ha escrito su novela más personal, una historia donde descubre por primera vez los demonios y miedos del creador y se enfrenta a los temas que importan en la realidad y las ficciones: el amor feroz, la fragilidad de la amistad, la sensualidad sin freno, la violencia, los tabúes, el conflicto entre la realidad y el deseo...
Un thriller en aparente calma, pero violento y despiadado, un juego metaliterario en cuyo escenario vivirán los personajes la más terrible de las pesadillas.
Con las ilustraciones de Miguel Navia.
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