Partamos de una
premisa clara: envejecer es una mierda. Para la gente normal, seguro, pero el
asunto se enreda más si eres un billonario de Silicon Valley con recursos
terrenales infinitos pero un periodo biológico limitado. El tope a día de hoy
está en los 120 años. Es un poco frustrante ser consciente de que no se puede
sobornar a esa Dama que según Cocteau viajaba en Rolls. Los inversionistas han descubierto una nueva
frontera donde inyectar su plata: las empresas tecnológicas que buscan alargar
la vida, y con suerte, encontrar lo que ellos llaman la píldora de dios, la
llave genética de la inmortalidad. Transfusiones de sangre, bailes de
cromosomas, enzimas, telómeros, genes… lo estamos intentando todo para destilar
un elixir que nos prolongue este valle de lágrimas -para unos más que para
otros, seamos realistas-. 150.000 personas mueren cada día víctima de la
termodinámica y la entropía; muchos de los investigadores están centrados solo
en alargar la vida y mantenernos en condiciones dignas hasta llegar a una
muerte sin dolor, pero hay otros, los mad doctors, que van a por el premio
gordo. Las larvas de las abejas con capaces de prodigios metamórficos; los
tiburones de Groenlandia viven quinientos años y no padecen cáncer; cierto tipo
de almejas que nosotros con comemos con alegría también viven sus quinientos
añitos sin despeinarse. Desde 1900 hemos
incrementado nuestro tiempo de vida en 30 años, y con ello han aparecido
enfermedades que no sufríamos antes: demencia, cáncer, infartos… ¿Qué nuevos
problemas aparecerán si vivimos doscientos o trescientos años? ¿Se imaginan a
Trump dando la matraca durante centurias?, ¿qué será de la innovación si esta
depende de seres que llevan viviendo siglos? Y sobre todo, ¿si logramos la
inmortalidad conseguiremos también la juventud eterna?: porque, la verdad, no
me apetece vivir mil años con el cuerpo de un anciano. El síndrome Dorian Gray
-o de Camilo Sesto, según se mire-, recorre el planeta. Hablan de un mercado,
este de la longevidad, que estaría en torno a los doscientos billones de
dólares, y se ha desatado la carrera por ver quién logra primero el cóctel de
pastillas que haga que los novecientos años que llevaba viviendo Yoda en Star
Wars nos parezcan un entremés. Quién quiere vivir para siempre, cantaba Freddie Mercury; bueno, tanto, tanto, no, pero yo los trescientos años los firmo ya.
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