Aquí no podemos ganar, dijo Robert
Mitchum en Retorno al pasado, solo una
manera de perder más despacio. Seguramente eso fue lo que pensaron todas
las fuerzas de la Transición cuando decidieron que pelillos a la mar y que
vamos a poner esto en marcha, porque si no volvería a haber hondonadas de
hostias, Airbag dixit. A pesar de los recientes intentos de desprestigiar la
Transición, pasar de una casposa dictadura a una tierna y endeble democracia
con los tiros justos -300 muertos entre 1973 y 1983- fue un hecho milagroso. El
precio a pagar, olvido de los criminales de guerra, toda la mierda bajo la
alfombra, el mirar hacia otro lado, fue altísimo, pero sin duda mucho menor que
el que podría haberse cobrado. Solo hace falta recordar las Cortes de aquel
gran hombre, Torcuato Fernández Miranda, con la mayoría de los asientos llenos
de uniformes de la Falange y de militares, los ultras de todos los colores
haciendo presión en las calles, la crisis del petróleo que empobreció el país,
Arias Navarro golpeándose el pecho, la conflictividad laboral en las calles, el
golpe de Pinochet contra Allende, la invasión de Afganistán… Se hizo lo que se
pudo con los peligrosos mimbres que había, y fue mucho, con un rey emérito hoy
demediado pero cuya voluntad democratizadora en aquel entonces fue cardinal
para que el proceso avanzase -recordemos que Juan Carlos I tuvo en sus manos
todo el poder de Franco y renunció a el; recordemos el arakiri de las Cortes
Franquistas al tiempo que se juraban los principios del Movimiento-. Con cada
paso, la disolución del Movimiento Nacional, la legalización del Partido
Comunista, la conformación de un partido de aluvión como UCD para pilotar la
metamorfosis… se pisaba un callo que podría explotar en un duelo de garrotes.
Aprobación de una Constitución, la proclamación de un Rey, unas elecciones, la
Ley de Reforma Política, las Cortes Bicamerales, la consolidación del modelo de
partidos... todo en un intervalo de tres años se me antoja uno de los
ejercicios políticos que me concitan más admiración, aun sabiendo todas las
facturas que no se pudieron cobrar. Al final, el 15 de junio de 1977, 18 millones
de españoles fueron a votar a una urna después de cuarenta años de dictadura.
Hay que fijarse que la grandeza y la dificultad, la libertad y la
responsabilidad de la democracia representativa y parlamentaria era lo único
que nos podía salvar del abismo. Lo único, a día de hoy, que puede continuar
haciéndolo.
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