Comanchería

| miércoles, 29 de marzo de 2017 | 10:43

“He vivido pobre toda mi vida. Igual que mis padres y los padres de mis padres. La pobreza es una enfermedad que pasa de padres a hijos sin remedio ni curación. Pero yo me cansé de ser pobre”. Con esta frase de uno de los protagonistas de la película “Comanchería” -Hell or High water- se desata la tragedia. En la profundidad de Texas, en una geografía de pueblos arrasados por la debacle económica, llenos de deshauciados, de casas en venta, de desarraigo, de desempleo, pero sobre todo de ausencia de esperanza, dos tipos comienzan a atracar los mismos bancos que han atracado a todo el inmenso estado. David Mackenzie firma este sensacional western social, iluminado por un no menos tremendo guión de Taylor Sheridan. En los espacios interminables de Texas, en los personajes de frases rotundas y actitudes cínicas y cansadas se respira a Peckinpah y a Cormac McCarthy, con una estructura narrativa clásica que, sin embargo, deviene en una rabiosa modernidad. El film desprende el mismo agotamiento que hacía que Michael Douglas reventase en Un día de furia: dos personajes representados con coraje y fiereza por los actores Chris Pine y Ben Foster, que tras una vida de miseria, palizas, mala educación y trabajos de mierda deciden levantar la bandera de la rebelión. A su caza está el ranger Jeff Bridges, que en esta peli alcanza el epítome de su talento. Esta es la América que votó a Trump, la que piensa que los atracadores de bancos solo pueden ser mexicanos, la que va armada hasta para comprar el pan -cuando puede-, la que mira cara a cara a un sistema fallido que se ha quitado la careta, la que refuta a los estómagos agradecidos y bien pensantes, la que declara que la socialdemocracia lleva mucho tiempo muerta. En ciertos momentos te preguntas por qué no se unen los perseguidores y los perseguidos para encarar al verdadero enemigo, aunque todos sabemos que el enfrentamiento final es tan ineludible como la rotación del planeta. Si ustedes pueden ver la película versión original no entenderán nada del acento texano, sobre todo cuando habla Jeff Brigdes, pero utilizando la salvaguarda de los subtítulos disfrutarán como enanos de cada inflexión, de cada gesto, de cada mirada. Créanme, cuando el cine es grande, es lo más grande.