El arte y la ciudad democrática

| viernes, 8 de diciembre de 2017 | 9:51

¿Cómo ayuda el arte en la construcción de la democracia? Ese es el tema de uno de los ensayos más estimulantes que he leído últimamente. Manuel Vázquez Montalbán analizó en su “La literatura en la construcción de la ciudad democrática” una serie de parámetros que configuran la libertad, y se remonta hasta Caín y su ciudad cuadrada, voluntad de orden, de estabilidad, para comenzar un apasionante viaje. Desde la Ciudad de Dios agustiniana, la idea se vuelve progresivamente laica con Bacon, Dante y Campanella, aspirando a la urbe perfectamente organizada de Le Corbusier. En el interregno, Vázquez Montalbán se da un paseo terrible por las utopías socialistas, el esplendor de los años veinte en el Moscú revolucionario con Tatlin, Kandinsky, Chagall, Maiakovski, Rodchenko, Meyerhold, Pasternak, Eisenstein, Filonov, Bunin, Esenin… que conformaron una década prodigiosa, guardianes de una estética revolucionaria hasta que fueron en unos casos laminados y en otros exiliados por el oficialismo de Stalin. La conversión de la imaginación en un pisapapeles. También resulta enjundiosa la reivindicación de la literatura de los cincuenta en España, a menudo ninguneada pero que ya entonces inició la necesaria dialéctica -en muchos casos jugando al escondite con la censura- que coloca los ladrillos de la libertad. La sociedad franquista no era una foto fija, y gracias a la conciencia transformadora que se fue abriendo paso, los Blas de Otero, Cela, Castellet, Aldecoa, Hortelano, Gil de Biedma… se enfrentaron a la escuadra y cartabón oficiales a base de una mirada distante, de una experiencia individual y una mirada crítica. Con la llegada de la democracia las cosas se enredan, el realismo social colapsa, y brotan los faraones del estilo, Benet y Goytisolo, sátrapas y ensimismados, junto con nombres como Mendoza o Marsé, todos en las antípodas de sus respectivas creaciones pero que conspiraban por esa pluralidad, esa libertad estética cuya traducción política era la democracia. Y con ellos llega la neoburguesía, el capitalismo rampante, y los sistemas de control que en el franquismo eran obvios ahora se vuelven invisibles bajo la forma del control de la imagen y la abundancia de bienes, la narcotización del mecanismo placer-insatisfacción-placer. Aquí el arte ha de enfrentarse a un nuevo enemigo, el totalitarismo democrático, cuestionándose las estructuras de una ciudad que se buscó con tanta ilusión como ahínco: la renovación surge de la novela policíaca, la narratividad frente a la pirueta, el retrato moral del nuevo orden social, la denuncia del hipercapitalismo, un cañonazo a la línea de flotación de una literatura tan estética como inoperante. Y esa, como dicen en las películas, es otra historia. En todo caso les animo a leer este ensayo, contiene más sorpresas, confesiones personales, teoría y práctica literaria, consejos… Una joyita, como diría Modiano.