http://www.elmundo.es/opinion/columnas/pedro-j-ramirez/2009/09/19492296.html
e ilustrativo este artículo de El Mundo: Zapatero y los poderosos.
La teoría es que a partir de 1770 la moda se acelera y entra en una esfera que los sociólogos llaman sistema económico de bienes simbólicos, la frivolidad se convierte en necesidad para quienes pretenden mantener un rango y hacer brillar su apellido. Por ejemplo, conocer con antelación el peinado de la reina del día siguiente era una forma de asegurarse el poder aparecer idéntica y sumisa a ella, al tiempo que favorita de los demás. Años, siglos más tarde, esta mecánica, más o menos democratizada, se ha hecho extensiva al mundo. La práctica es que hoy en día esa aceleración de la moda llamada lujo se ha convertido en una manera de escapar de todo lo que no es necesario para la supervivencia, de fabricarnos un escudo de bienestar, un autoengaño de invulnerabilidad, ya que este siempre se ha asociado a las celebraciones, a esos momentos de fiesta en que los padres se vestían de forma especial para cenar o el menú se llenaba de los cócteles de gambas que en una época de este país era lo más sofisticado que podíamos degustar a la mesa.
Por mucho que se haga apostolado de la contención, casi todo el mundo se siente mejor, más deseado o menos vulnerable cuando se compra un bolso o va a cenar a un sitio fuera de lo común o tiene ante sí una rara obra de arte o palpa la seda de un foulard. A su vez, a través del lujo también se busca el reconocimiento del otro, ya que se quiera o no estamos pendientes de esa mirada porque vivimos en sociedad. Siempre que no se confunda lo que se tiene con lo que se es; siempre que seamos conscientes de que ese ceremonial con que vamos a consumir ese producto costoso -Lipovetsky dixit que siempre se tiende a la liturgia ante lo caro- no es más que una manera de ponerle el lacito a un buen vino -pero vino al fin y al cabo-; siempre que no se caiga en la obsesión por lo prohibitivo, en el más extravagante todavía que aboca a la caricatura; siempre que esa puntual trufa del Perigord, esa exclusiva cosecha de Dom Perignon o ese Caviar Royal Beluga con el que intentamos maravillarnos y evadirnos por unos momentos de la realidad, tenga como prioridad celebrarnos, es decir, darnos un homenaje a nosotros mismos o en pareja o en familia, sin que ello suponga una instantánea transformación en conaisseurs despectivos o en aquel duque Jean Floressas des Esseintes, que se retiró a un palacio para rodearse sólo de cosas bellas a fin de huir de la vulgaridad -qué cosa más vulgar que renunciar al mundo- pues lo doy por bien empleado.
Calma, lujo y voluptuosidad, decía Baudelaire. De vez en cuando no viene mal, ¿a que no?
Abro un suplemento cultural. En una de sus páginas me encuentro con un pintor de la antigua RDA, de 71 años, que expone en Madrid. Va de provocador, de incómodo y de rebelde. Con 71 años. El pintor va desgranando el discurso estándar del cultureta. Que el artista es un ser asocial, nos guste o no. Que el artista es alguien a quien la sociedad no necesita en absoluto, que la sociedad no lo quiere, que la sociedad lo rechaza. Que generaciones posteriores quizás lo encuentren interesante, pero que a sus contemporáneos probablemente les molestará y les disgustará. Que el arte no es entretenimiento. Que él no es alguien normal porque no está integrado en la sociedad. Que no es dependiente de sus estructuras sociales. Que es muy, muy, pero que muy independiente. Que no requiere público para hacer lo que hace. Que no necesita a nadie para que vea sus cuadros. Repito, tiene 71 años, o sea, que ya es mayorcito. Sigo. Que cree que el arte sólo concierne a los artistas. Que los artistas son poseedores de una especie de locura. Que en la sociedad los listos son sólo unos pocos, poquísimos, una élite, que es a quien concierne el arte verdadero. Y bla, bla, bla. Por mí vale. O sea, que cada uno vende la moto como más le conviene. Sin problemas. En serio. Me aburre, pero hay que vender el producto. Lo que me irrita es que después, en la misma entrevista -que para qué da entrevistas si no le interesa la sociedad, al igual que por qué Goytisolo recoge premios si los odia-, pues eso, que en las misma líneas te enteras de que este buen señor vive en una 'graaan' y preciosa residencia diseñada por los arquitectos Herzog & De Meuron en las afueras de Múnich. Que le va pero que muy requetebién con la venta de sus obras, y que a pesar de un reconocimiento internacional y numerosas exposiciones en galerías supersuperprestigiosas, él es un 'outsider'. La entrevista no lo trae, pero se supone que si cae enfermo no va a ir a la Seguridad Social, sino a una clínica privada suiza, que queda al lado, porque él es un artista muy importante y tal. Y los desplazamientos en primera, cómo no. Y no se te ocurra llevarle a un burger porque a un rebelde de 71 años esa dieta capitalista no le conviene. Y eso sí, mucha nostalgia de la Rusia soviética, en la que podías tener un coche de cualquier color a condición de que fuese negro. O sea, que como decía mi admirado Victor Hugo, gran parte de la historia de la civilización sigue en las alcantarillas.
¿Por qué tengo la sensación de que esto de la gripe A es un timo nigeriano? ¿Por qué no puedo quitarme la sensación de fraude, de exageración, de una mentira al servicio de una política de entidad categórica cero? ¿Por qué me da que nos están amenazando con una nueva caracterización del lobo feroz o del hombre del saco o, mejor, de esos tenebrosos médicos de la peste que recorrían Europa con sus lonas alquitranadas y sus máscaras profilácticas como picos de aves apocalípticas? ¿Por qué se me viene a la cabeza continuamente el final alegórico de la película 'El bosque', de M. Night Shyamalan, esa perversa fábula en la que se analiza cómo se puede utilizar el miedo para controlar a la sociedad e incluso construirla?
Habitualmente suelo ser más optimista que los bolivianos, que no tienen salida al mar pero poseen una marina de guerra y hacen sus maniobras en el lago Titicaca, y eso ya es optimismo. Pero en esta ocasión tengo una sospecha negra, porque el miedo es una ganancia permanente para los políticos que parecen arrogarse el deber de acabar con él, y eso genera nuevos créditos además de desviar la atención de cosas más esenciales. De hecho, el secreto es buscar continuamente nuevas fuentes de miedo, que si unas vacas locas por aquí, que unas gallinas histéricas por allá, que si un protocolo para acojonar en esta mano, que si unos antivirales mágicos en la otra... lo importante es mantener la tensión, la ansiedad, la hipocondría del vulgo, ¿no?, aunque el sentido común diga que en el 95% de los casos no hace falta ir al médico, y que el número de muertos no supera al de una gripe estacionaria normal. Pero, claro, como decía Groucho, ¿a quién va a creer, señor?, ¿a mí o a sus propios ojos? En la novela negra siempre que hay un fiambre la primera pregunta es: ¿a quién beneficia? ¿Qué me dicen de las empresas farmacéuticas? ¿Qué me dicen de objetivos políticos? ¿Qué me dicen de la pasta que se gana con la vacunomanía? ¿Qué me dicen de la ausencia de genéricos si la cosa es tan dramática? ¿Qué me dicen de batirlo todo a la vez?
Um... recordemos a Coco y su definición de sociedad cerrada o dictadura: ficción y realidad se confunden y se suplantan la una a la otra. Ahora recordemos su definición de sociedad abierta o democrática: ficción y realidad son autónomas y diferentes, coexisten sin invadir ni usurpar los dominios de la otra. Arriiiba, abaaajo, izquieeerda, dereeecha, más leeejos, más ceeerca. ¿Habéis comprendido, mis queridos niños?
Los demonios de Berlín: segunda edición
De IGNACIO DEL VALLE | viernes, 4 de septiembre de 2009 | 15:28Estamos de enhorabuena: acaba de empezar la segunda edición. Para celebrarlo y coincidiendo con el último día de música, les presento a Dios: Johann Sebastian Bach. Y este concierto para dos violines, además de ser una de mis piezas preferidas, es precisamente la música que escucha Arturo Andrade en un momento de la novela. Les deseo un buen fin de semana.
Este Souvenir of China es lo que se llama una masterpiece. A este tío lo estudiarán como un clásico.
¿Y qué me dicen de este oasis? Atentos a esas cuerdas que aparecen y desaparecen bajo la melodía. Enorme. Un milagro.
Minutos musicales-Georg Philipp Telemann
De IGNACIO DEL VALLE | martes, 1 de septiembre de 2009 | 0:01Si Bach es Dios, éste es su profeta.