Caída libre

| sábado, 15 de agosto de 2009 | 22:48


La nota que le dejó Francis Scott Fitzgerald a Budd Schulberg en un cuarto de hotel define a la perfección el tono de su existencia, el suicidio a cámara lenta, el cansancio de todo: Colega no deberías haberme dejado colega porque me sentí solo colega y bajé al bar colega y empecé a beber colega y ahora nunca me encontrarás colega… Estas simples frases sin coma reflejan quirúrgicamente el desmoronamiento, el proceso ininterrumpido dedemolición que es la vida. Y cada vez que cito la nota, suelo completarla con otra de Agustín de Foxá: Y pensar que después de que yo muera, seguirá habiendo mañanas luminosas…
Quien ha muerto ha sido Budd Schulberg, el señor que hizo el guión de La ley del silencio, Más dura será la caída o Un rostro entre la multitud; el cronista de la época dorada de los estudios en Hollywood; el amigo de Robert Kennedy que creció escuchando a Charles Chaplin hablar de socialismo y viendo entrar y salir a Greta Garbo de su casa. Pero también el despiadado chivato que marcó su biografía en el 51, cuando delató a muchos de sus compañeros del partido comunista al Comité de Actividades Antiamericanas hundiendo vidas, carreras y haciendas. Aunque, sobre todo, para mí ha muerto el amigo de Scott Fitzgerald. Nadie como él reflejó al autor de mi libro preferido, El Gran Gatsby, utilizando como trasunto al personaje de su novela Los desencantados, el tierno y desgraciadísimo Manley Halliday. Su alcoholismo y su desesperada forma de amar eran los de Fitzgerald, su vida, una de esas vidas americanas que no tienen segundos actos, era incontestablemente la de Fitzgerald. Budd Schulberg supo que cuando esa vida llama a tu puerta y abres, dejas que entren muchas cosas más. Supo que a los 18 años las convicciones son montañas desde las que miramos, y a los 45 son cavernas en las que nos escondemos. Y por esoincita a Manley Halliday-Scott Fitzgerald a coger un avión y a comenzar a hacer una cosa que tiene prohibidísima: beber. La primera copa de champaña -esa que fue la última Chejov-, abre la puerta por la que entran muchas más cosas y convierte el resto de la novela en un grito, en una descorazonadora petición de ayuda, en el infierno tan temido. Y ahora sí, nunca me encontrarás colega porque no deberías haberme dejado colega porque me sentí solo colega y ahora nunca me encontrarás colega nunca nunca me encontrarás colega nunca nunca nunca me encontrarás…

1 comentarios:

Begoña Argallo dijo...

Me apunto el título, algo así me parece interesante. Todos conocemos a gente que actúa de esa manera, y no deja ser torturante. Porque ni les hemos entendido, ni les entenderemos jamás.