Oktoberfest

| lunes, 29 de septiembre de 2008 | 0:01


Los muniqueses lo celebran desde 1810, tras la boda de Luis de Baviera y la princesa Teresa de Sajonia, a la que fue invitada toda la población de München. Recibe seis millones de visitantes de todo el mundo, y en dos semanas se beben más de 5 millones de litros de cerveza y se comen más de 200.000 salchichas de cerdo. Consumición mínima, un litro, y hay que cogerlo al vuelo de cualquiera de las camareras que pasan entre las mesas. Me han dicho que durante la fiesta hay otras cosas que ver y que hacer aparte de emborracharse, pero yo de momento no caigo. A ver si mañana...



CODA: por cierto, mi enhorabuena para dos asturianos, escritores y sin embargo amigos, Manolo Abad y Miguel Barrero, uno por publicar su primera obra, Vasos sucios en la madrugada, y el otro por el premio a su novela Los últimos días de Michi Panero. Abrazos y a seguir currando: gana el que aguanta.

Jugar como un maestro

| domingo, 28 de septiembre de 2008 | 11:37


Esto no me cuesta nada escribirlo. O me cuesta todo. Ha muerto Paul Newman, es decir, ha muerto la belleza, la inteligencia, la complejidad, la credibilidad. La clase. A pesar de su condición cuasidivina, no ha podido resistirse a la Pelona, que a su vez no fue capaz de resistirse a sus espectaculares ojos azules. Este es mi particular y sincero homenaje a Paul Newman, mi agradecimiento al hombre que me ha salvado tantas veces la vida. Me la salvó Eddie Felson, aquel genio arrogante machacado entre el humo y el güisqui por el Gordo de Minnesota, que finalmente se sobrepone a su propio talento en una lucha tan épica como desoladora. Me la salvó la ocurrencia, el idealismo, la locuacidad, el optimismo de Butch Cassidy. Me la salvó el coraje con que encara su inevitable destino aquel patriarca irlandés en Camino de perdición, cuando ha de salvar a Caín aunque ame más a Abel. Paul Newman ha sido una droga, una filia profunda. Con él las he pasado putas cuando me perseguían los comisarios del Union Pacific, he sido un virtuoso del billar, he pasado noches enteras jugando al póker, he perseguido el dulce pájaro de la juventud, he caminado por ardientes tejados de zinc, he buscado cadáveres en los canapés que me daban durante la entrega de los Nobel, he comido huevos duros hasta caerme desmayado. Pero, sobre todo, he estado enamorado de su veracidad, de su ritmo, de sus matices, de su seducción, de su gracia, de su carisma. De su clase. Y ahora que este gran señor ya no saldrá nunca más de la pantalla, esta misma noche me pondré delante de una, enfriaré una botella de Pipper-Heidsieck y veré por vez tropecienta El Buscavidas. Durante dos días me perderé en un tapete verde en blanco y negro, y golpe tras golpe de taco descenderé a los infiernos entre mareas de orgullo, tristeza, determinación y entusiasmo, hasta que al final la derrota del Gordo de Minnesota redima para siempre mi estigma de fracasado. Gordo, has jugado como un maestro, le diré entonces, y él me responderá: tú también, Eddie, tú también…

First we take Manhattan then we take Berlin

| viernes, 26 de septiembre de 2008 | 1:12

Das schöne Berlin. He admirado mucho la cultura de Alemania, y me da que voy a seguir admirándola muchos años más. Este es el país de Bach, Döblin, Mann, Herzog, Wenders, Fritz Lang, Koeppen, Gödel, Brecht, Isherwood -a veces-, Haffner, Weil, Karajan, Jünger, Lubitsch, Nietzsche, Goethe, Adorno... Pero, sobre todo, de Heidi Klum.
Muchas gracias a CARLOS SÁEZ DE TEJADA, ministro consejero de la embajada española en Berlín, por las facilidades y la información que me proporcionó.
Allá vamos...

absurdo.es

| miércoles, 24 de septiembre de 2008 | 22:33

¿Alguien ha intentado renovar últimamente un dominio punto es? Bien, desde mi humilde punto de vista, es uno de los mayores absurdos del que he sido protagonista en los últimos meses. Vueltas y revueltas digitales sin orden ni sentido, un vuelva usted mañana de ventanilla garbancera, un malestar que paulatinamente se convierte en mala hostia, una pérdida infinita de tiempo, unos plazos raquíticos, un registro carísimo, una imagen pésima para la administración. Inaceptable.
Aquí dejo algunas soluciones para los futuros damnificados, sacadas del blog de andrés pedreño, que me han salvado la vida:

Veamos, en vez de un simple botón "Renovar dominio", resulta que tienes que "autentificarte" en la página web http://www.nic.es/ encontrar y luego pinchar el cuadro "Gestiona" introducir el identificador (NIC-HANDLE) y contraseña del contacto ADMINISTRATIVO o de FACTURACION y pinchar la clave del dominio en cuestión. Aparece por fin el nombre de tu dominio... Pero a pesar de que el nombre aparece como hipervínculo, no lo pinches porque... hay que pinchar solicitudes en el margen izquierdo. Saldrá una lista de "referencias" y el nombre de tu dominio. Hay que pinchar la referencia (¡NO el dominio!) y sale una especie de historial y luego, si solo faltan 15 días para la caducidad, al final un botón "acciones posibles" (si falta más tiempo, dicho botón no aparece, ni aclaración complementaria alguna). A partir de ese momento, si lo has encontrado, puedes empezar a proceder a la renovación. Ni los más ágiles en navegación aciertan con este sistema. Hace falta estudiar un manual para comprender una burocracia digital innecesaria. Sería mucho más fácil y sencillo un enlace "renovar tu dominio" desde la página principal. Sería más razonable, si se supone que ESNIC pertenece a una administración, cuyo objetivo es fomentar el uso de las nuevas tecnologías y facilitar su implementación en España, que este servicio fuese gratis o, al menos, costase lo mismo que la agencia más barata ¿no creen? Tampoco recurra a los correos electrónicos. Ayer y hoy mismo ninguno de los dos correos de ESNIC (PlanDeDominios@red.es y es-nic@nic.es ) admiten correos. Si intenta enviarles una consulta, su sistema de correo le dirá que su servidor requiere
"autenticación": "El mensaje no se pudo enviar, uno de los destinatarios fue rechazado por el servidor. Su dirección de correo electrónico es "es-nic@nic.es". Respuesta del servidor: '473 es-nic@nic.es relaying prohibited. You should authenticate first"...

Ego y soberbia

| domingo, 21 de septiembre de 2008 | 20:54

Si te forras a lo Damien Hirst, te ponen a parir. Si eres pobre de solemnidad e intentas sobrevivir -y si puedes, forrarte- emigrando y trabajando duro, también te ponen a caldo. ¿Conclusión? Limítate a forrarte y ni caso a los críticos vitriólicos. Si yo fuera uno de esos ecuatorianos o rumanos que vienen aquí a romperse los cuernos, y que encima tienen que aguantar que se refieran a ellos en términos de putas de Babilonia, peste, pandemia, o que simplemente se les cubre de alquitrán y plumas por recibir el subsidio de desempleo o ser atendidos por la sanidad pública, me pondría detrás un póster de la calavera humana con los 8.601 diamantes incrustados del nuevo rey Midas inglés, delante una barricada de quita y pon, y en medio la proteica capacidad de competir del susodicho. Y más madera. ¿Que tienes que salir con un desventaja de un kilómetro respecto del último contendiente nativo? La necesidad crea el órgano: carácter, convicción, fuerza, trabajo, ego, e incluso una pizquita de soberbia si es necesaria para aguantar el chaparrón, como una de esas pastillitas de uranio de dos centímetros de alto y uno de diámetro que liberan energía para parar un tren. Así hasta que se alcance lo que Bill Gates llama el umbral de aceptación, ese momento en que estalla la venta de un producto o la fama de alguien de una manera exponencial.
El miedo a lo extraño, al extranjero, está marcado en nuestro código genético, es atávico; es el rechazo al color de piel, al idioma, a las costumbres, en resumen: el pánico a los bárbaros. Pero no nos damos cuenta de que los bárbaros son los únicos que pueden salvar una Roma que con los siglos se envanece y corrompe, que pierde la ambición, y con ello su Kairós, su tiempo oportuno. Cuando las copas nos llegan a pesar más que las espadas, la soledad es una tentación que acaba por convertirse en un esplendor ficticio, en una actitud estéril y peligrosa. Porque no somos nada sin la inmigración. Sin ese flujo de gente que rompe la inercia costumbrista y remueve mitos fundacionales patrióticos, sin ese enemigo externo que se entrevera con nosotros y que es el único que nos puede cambiar el carné de baile, obligarnos a salir de moldes estéticos elitistas y unidimensionales, despertarnos de narcosis acomodaticias, sumirnos en la promiscuidad del feed-back, en la porosidad que rompe el tópico, en la apertura de compartimentos estancos, en lo transversal. Ahora bien, tras esta defensa apasionada, también se impone establecer una acertada política inmigratoria. No obstante, eso sería materia de otro artículo, y ese debería de hacerse con frialdad, reflexión y filtros, aunque siempre con las primeras frases que abren El Gran Gatsby en la cabeza: cada vez que te sientas tentado de juzgar a alguien, ten en cuenta que no todo el mundo ha tenido las mismas oportunidad que tú.

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| jueves, 18 de septiembre de 2008 | 3:13

Como últimamente había oído tantas barbaridades sobre la novela, sinsentidos, estupideces varias y alguna que otra declaración milenarista, había pensado en escribir un artículo, pero se me adelantó el Señor Royuela. Chapeau, señor.

SOLUCIONES HABITACIONALES PARA INDIGENTES LITERARIOS, artículo de Fernando Royuela publicado en El País.
Asistimos en estos tiempos a debates bizantinos sobre la naturaleza de la novela orquestados de espaldas a la realidad. Todo empezó con el anuncio de su muerte, cuando al escritor Eduardo Mendoza se le ocurrió divulgar la tontería. Después otros recogieron el testigo y se lanzaron a hacer decálogos de inexcusable cumplimiento.
Que si la novela está muerta o está viva, que si la novela debe ser ficción o no ficción, que si la novela o es fragmentada o no será, son diatribas estériles de necesidad. Cada cual airea su paja mental y cuenta la guerra según le conviene. Esto es al fin y al cabo muy humano -salvo en el caso de los creacionistas, que como es sabido defienden el origen divino de sus novelas- pero harta igual.
La novela es un género flexible, tolerante y magnánimo en el que todo cabe salvo el aburrimiento. Intentar acotarla o encauzarla carece de sentido histórico y sólo evidencia papanatismo intelectual o crematístico afán de notoriedad.
La novela carece de reglas. La novela es por excelencia el último bastión de la libertad creativa del individuo. La novela es el territorio de la fantasía, el trasunto imposible de la realidad, el big bang del pensamiento libre y el instrumento con el que el mundo se reinventa una y otra vez. Pura catarsis, puro caos, pura pasión.
Me enervan quienes pretenden ponerle puertas al campo para delimitar sus soluciones habitacionales. Me fastidian los doctrinarios de la primera persona del singular, los certificados de defunción del texto clásico, y cuantos pretenden ser modernos echando ketchup en el coño de Madame Bovary.
La novela como vehículo de expresión artística ni está muerta, ni es predicable, ni es previsible. Toda visión del mundo tiene en ella cabida, todo estilo, ubicación y narración asiento. Quienes no tienen una historia que contar, quienes carecen de visión del mundo o son incapaces de desarrollar un lenguaje propio gustan de exhibir su indigencia predicando por los medios el fin de la novela, su mutación genética o su retirada menstrual. Algunos de ellos deberían empezar por releerse el Lazarillo por si pudiera servirles como solución habitacional de su problema literario.
Pero además todo lo dicho es inservible porque por mucho que se empeñen los profetas, sin lector no hay novela. Al otro lado de la escritura aguarda la lectura y muchas veces nos olvidamos de que el lector es juez y parte y de que su decisión resulta inapelable. De nada sirve un texto si no es para ser leído por los demás. Pretender por tanto hacer una novela al margen de un destinatario es tarea inútil que no sólo presupone engreimiento sino también desprecio y estupidez.
Sentado lo anterior que cada cual emprenda la novela que le salga, que fragmente o no fragmente, que ficcione o no ficcione, que escarbe en el intertexto o que le dé la forma de blog, pero, por favor, que no nos dé más el coñazo dogmatizando sobre si la novela tiene sexo o no.

David Foster Wallace

| martes, 16 de septiembre de 2008 | 0:35


In memoriam 1962-2008

Aquí no hay poli bueno ni poli malo, ¿entiendes?, aquí todos somos unos cabrones.
La niña del pelo raro.

El ciego y el elefante

| lunes, 15 de septiembre de 2008 | 17:03


Bien conocida es la alegoría de que los ciegos describen el elefante por la parte que tocan. Va a ser la esencia de este artículo. Acaban de darle el Príncipe de Asturias de la Concordia a Ingrid Betancourt, que lo ha recibido con inmensa emoción y afirmando que no se merece semejante distinción. Bien, no entro a juzgar si había otros candidatos más cualificados para tal honor, ni la conveniencia mediática de dárselo a ella; tampoco voy a hablar de su particular e innegable paso por el infierno a medida que le cortaron las despreciables FARC, ni del infinito sufrimiento que humilló su carne y su espíritu, para todo ello van a sobrar invidentes que, al igual que yo, tocarán su respectiva parte del elefante. Y me refiero a ciegos en toda la amplitud del término, porque es evidente que la falta de libertad es, probablemente, la menor de las torturas que le infligieron, y la imaginación no reproduce de ninguna manera ese horror. Ella da la gracias al ejército colombiano, a Dios y a la Virgen, y habla con esa serenidad de madonna sufriente de concordia y perdón. Perfecto, hasta aquí mi papel de abogado del ángel: al abogado del diablo le interesan otras cosas. Ese abogado de Luzbel quedó maravillado por la rapidez con que se repuso Ingrid Betancourt de una experiencia capaz de reventar voluntades más duras que el acero de Damasco, y no acaba de creerse que sólo el amor y los brazos extendidos sean suficientes para catalizar dicha resurrección. Ese abogado desearía tener un LHC particular para disparar haces de protones a fin de reconstruir el pasado de Ingrid Betancourt en la selva y tener un festín de datos que le puedan aclarar qué está pasando ahora realmente por su cabeza, una mente a su vez desbordada por la inesperada corriente de acontecimientos que pueden acabar de desestabilizar cualquier psique. Seguramente, la experiencia sería similar a la de Colón, que no descubrió exactamente lo que pensaba, pero sí algo muy interesante. Ese abogado continúa tocando su parte de elefante tendenciosa y considera la inmediata catarata de reconocimientos, legiones de honor en el Elíseo, aviones privados a su disposición, vacaciones en las Seychelles, entrevistas con Zapatero y el Papa… que la consagran como un icono de la lucha por la defensa de los derechos humanos, contra la violencia terrorista, posible candidata al Nobel de la Paz, vicepresidenciable en Colombia, etc… y se plantea qué hubiera pasado si el rescatado hubiera sido otro cualquiera de los secuestrados, uno de esos que va de fiado a la tienda con la cerviz gacha para poder comprarse una salchicha, y que no tiene la doble nacionalidad, ni un consorte embajador, ni entra en la categoría estrato 6 en las prioridades del gobierno colombiano, ni… En fin, que hasta en el Averno sigue habiendo clases. El abogado, que opina como Bogdanovich que para mantenerse en la industria del cine -una metáfora más de la vida-, no hay que creerse nada de lo que oigas y sólo la mitad de lo que veas, digo, el abogado continúa reflexionando acerca de cómo de malparada queda la sociedad cuando es necesario todo este espectáculo para dar un poco de luz a una situación endémica, el flagelo de los cientos de secuestrados que aún permanecen en la selva sin posibilidad de reconocimiento público, ni siquiera de un premio, aunque fuese uno de esos que salían en los palos de helado. No es suficiente justificación que la liberada dé réditos mediáticos a los departamentos de márketing de los medios de información, ni la necesidad de mártires y símbolos para que la gente se ponga las pilas, sino que más bien indica una política ineficaz, una intrínseca falsedad social, cierto raquitismo intelectual y una estética nula. No obstante, reconozco que lo fácil es escribir un par de folios como estos apoyando, rechazando, debatiendo o cuestionando la parte de elefante que palpo, mientras me tomo un café sabiendo que luego me voy a comer con un amigo. Lo difícil es pasar por el infierno de Ingrid Betancourt, ese ultramundo digno de Hellraiser por el que ni siquiera pudo acelerar el paso, y que hace complicado que se diluya alguna vez el vértigo no de mirar hacia bajo, sino de seis años mirando hacia arriba, hacia el cielo de la normalidad que le era negado.

15 segundos

| viernes, 12 de septiembre de 2008 | 11:59


¿Se han dado cuenta? Bastan 15 segundos. Es una cuestión química, de empatía, un instinto, algo abstracto. 15 segundos. Cuando conoces a una persona. 15 segundos de trato, de olerla, de estudiar sus gestos, de oír sus palabras, su entonación... 15 segundos para saber si le podrías dos hostias o dos besos, para saber si puede ser tu amigo o será tu enemigo íntimo, para pensar en acostarte, en tener hijos, en no volverle a hablar jamás, en ponerte a la defensiva o abrirle el castillo. Quince segundos. Y te equivocas pocas veces. Quince segundos. Es suficiente.

La muerte no tendrá mis ojos

| miércoles, 10 de septiembre de 2008 | 2:58


Sin muerte, sin finitud, no hay medida, no hay intensidad, ergo la mortalidad es más profunda, pesa más que la inmortalidad. Recuerden que incluso un héroe tan bregado como Odiseo rechazó la inmortalidad, porque sabía que era un regalo envenenado que acabaría por difuminar sus emociones. ¿A qué viene todo este discursito milenarista? Evidentemente, es una manera tramposa de consolarme después de leer que los científicos aseguran que la vejez no es un imperativo de la evolución, sino un proceso alterable. Señores, he de decir entonces que me siento estafado y con ganas de llevar a la Evolución ante el tribunal de Estrasburgo y meterle un paquete a la americana, uno de esos juicios de millones por habernos hecho creer que la senectud era inexorable. No hay nada bueno en la decadencia, en la pérdida de agilidad, de vigor; las canas y las arrugas no te hacen más interesante; el colapso sólo es estético en el arte. Maldigo el cáncer y el Alzheimer, impugno las enfermedades, me opongo al endurecimiento de mi próstata, a la disminución de la testosterona y los tiempos de erección; condeno el daño genético de mis células, me cago en los radicales libres y me quejo de que a mí no me vaya a tocar esa revolución molecular que alargará la vida de nuestros órganos y tejidos. Reclamo mi derecho a un mecánico que regenere mis células madre y poder esperar cincuenta años como Florentino Ariza sin despeinarme; amo la ansiedad, la incandescencia, la impresión de que todas las puertas están por abrir; quiero que todas las horas me hieran, pero ninguna me mate; anhelo las cien vidas de Lazarus Long y mi retrato en el Prado a lo Dorian Gray; no deseo intuir el futuro, sino presenciarlo. Dicen que el universo tiene 13730 millones de años, 120 millones arriba o abajo, pues bien, su luz más antigua es la que necesito poner en mi mesa para leer los premios Príncipe de Asturias de las Letras de los próximos cinco milenios. Porque no hay derecho, hombre, a que una tortuga viva más que yo. No hay derecho a todos los terabytes de sensaciones, reflexiones y experiencias que me son negadas, a los números infinitos de caminos y comportamientos a los que tengo que renunciar. Pretendo ocupar mi vida lejos de mausoleos, mastabas, pirámides o sepulcros megalíticos; conmigo Caronte se va a quedar sin propina, y ni los de CSI van a encontrar la causa de mi defunción. La Pelona va a tener que correr más que Usain Bolt para cazarme, se lo digo yo, y cuando venga Pavese a soltarme su depresiva milonga de que la muerte nos acompaña desde el alba hasta la noche, insomne y sorda, y que al final vendrá y tendrá mis ojos, la voy a mandar al carajo, porque mis ojos, como el famoso replicante, todavía tienen que ver cosas que vosotros no creeríais...

Némesis de verano

| lunes, 8 de septiembre de 2008 | 9:40


No sé quién decía que hay tres cosas que uno puede mirar sin cansarse: el mar, el fuego, y al prójimo que trabaja. Yo añado una más: un libro. En este verano profundo donde la vida todavía puede ser, como decía el Corán, juego y distracción durante unas pocas horas más, les propongo al autor que este año es como la versión literaria de la canción del verano: J. G. Ballard. Quien sea que decida estas cosas ha decidido que este verano toca Ballard, aunque por una curiosa coincidencia, yo siempre le he identificado con la canícula, con el estío, pero, sobre todo, con Benidorm. La primera vez que leí a Ballard fue al borde de una piscina de reflejos zafiro, alrededor de los veinte tacos, en un hotel de Benidorm, y con la perspectiva que da el tiempo creo que lo hice en el mejor lugar posible. Benidorm representa la esencia de la literatura ballardiana, ese futuro localizado en un no-lugar o área urbana clónica, plenamente alienado por las comodidades de una clase media que prefiere la seguridad por encima incluso de la libertad. Al igual que una desgraciada Casandra, Ballard ya me advertía en aquel libro de los adosados amueblados en Ikea, de las clases medias atrapadas en sus hipotecas, de la aparición del fetichismo tecnológico, casi pornográfico, del germen neofascista que se oculta en los centros comerciales e incluso en el bufet mismo de los restaurantes… Empezaba yo entonces a intuir la educación sentimental que se avecinaba, los ultrajes intelectuales, la gangrena social bajo el signo de un espectáculo continuo, el armaggedon tecnológico, esa cierta perversión que implica la simbiosis de lo público y lo privado hasta el punto tan retorcido como kafkiano de inaugurarse en Nueva York academias de telerrealidad, donde te enseñan cómo concursar en los realitys a fin de quedar, irónicamente, más auténtico. No obstante, como la civilización consiste en la capacidad para prever, en adivinar la cornamenta de la crisis, en pronosticar el revolcón, dice mucho de la literatura como instrumento de civilización que haya intuido el siniestro casi total que nos iba a deparar el futuro y por tanto ayudarnos a diagnosticarlo y aplicarle el tratamiento adecuado. Los conflictos siempre son oportunidades, y aunque dejen secuelas nos ayudan a remontar, porque la vida no son más que ciclos, cambios de paradigma, y como bien advirtió Julien Gracq, si tenemos esa tendencia histórica a sacar a bailar a nuestra némesis, a arrasar las estatuas de los héroes, a perdernos en tenebrosos bosques, es porque estamos seguros de poder salvarnos de otra forma. Y seguramente esa forma no será escrupulosa, ni reglada, ni minuciosa, ni precisa, ni perfecta, será casual, romántica e inesperada. Olviden a los predicadores de ceniza y no se preocupen, ya verán como acabaremos arreglándolo todo como buenos enemigos.

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| viernes, 5 de septiembre de 2008 | 17:06


Fotograma de The Fall, la nueva película de Tarsem Singh, el director de aquel delirio estético que fue The Cell. Sin comentarios.

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| jueves, 4 de septiembre de 2008 | 1:28


Volar, como la mayoría de las cosas trascendentales, como la música, como la literatura, es método.
James Salter

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| miércoles, 3 de septiembre de 2008 | 0:03


No sé cuál es el secreto del éxito, pero la clave para fracasar es intentar contentar a todo el mundo.
Bob Hope

Museo Vostell: final y telón

| martes, 2 de septiembre de 2008 | 0:06


Sí, no se froten los ojos, lo que tengo detrás es lo que parece: la carcasa de un MIG de combate soviético, con coches y pianos intercalados. Es una de las creaciones del alemán Wolf Vostell -pronunciese Fostell-, que arribó a la madre patria por los cincuenta, se enamoró de una española y a partir de entonces había que ponerle una pistola en la cabeza para que abandonase el país. Cosas que pasan, en la mejor tradición de Gerald Brenan.
Vostell creó este museo en Malpartida, en un antiguo esquiladero en medio de los Barruecos, un paisaje telúrico que nunca olvidarán, palabra de escritor. Si les gusta el arte, el museo es impactante, original, y si no les gusta, no dejen de ver el estanque que hay detrás. Repito, nunca lo olvidarán, fíense porque las fotos no hacen justicia a la magia del lugar.
Muchísimas gracias a su director, José Antonio Agúndez, que se tomó la molestia de ser nuestro guía y se deshizo en atenciones.
Y bien, todo se acaba, en breve para Madrid. Ya tengo morriña, a qué negarlo. Tan difícil resistirse al reverso tenebroso...