HEAT
Escribo esto desde una playa perdida de Chipiona, mientras un sol crustáceo me reboza de sudor y me demuele poco a poco. No sé cuántos botellines de agua y cañas me habré tomado ya, pero hoy soy plenamente consciente de que nuestro cuerpo no es más que millones y millones de células y oxígeno ardiendo lentamente en una hoguera que puede durar cien años. Intento leer los periódicos para pergueñar algún artículo, la captura de Karadzic, el tocomocho de la banda ancha, la detención de uno de mis actores fetiche, Christian Bale, aquellas pobres chicas tiradas en una playa de Nápoles, la gira imperial de Barack "Adriano" Obama... ninguna idea prende, todas se escurren por mi cerebro hamacado como el sudor por mi frente y por mi espalda mientras juro en arameo. Calor. Calor sofocante, ¿dónde está ese mar helado en mi interior del que hablaba el poeta? No logro escapar de esta penitenciaría de horas amarillas y requemadas, de estos cielos ultramarinos rayados por la transitoria plata helada de algún avión que no hace más que recordarme las estrías escarchadas de la Fortaleza de la Soledad, donde Supermán pasa bien agustito este julio que parece un agosto. No es el calor del sol remansado en la piel, que la sume en una laxitud extrema y convierte la leche bronceadora en un agradable tono broncíneo, sino el que desconcertó y volvió impredecible a Mersault, el que desquicia al mercurio y hace saltar las alertas del ozono troposférico. Es un calor que da golpes como un boxeador ensañado en el cuadrilátero, y hace vibrar de tal manera la atmósfera que vuelvo a ver en Panavisión el majestuoso y larguísimo plano de Omar Sharif acercándose en Lawrence de Arabia. Cada vez más próximo, me da por pensar cómo es posible que los beduinos combatan el calor con frazadas de ropa y té hirviendo. Y luego se me ocurre que soy una planta fotovoltaica que está recibiendo la suficiente energía solar para alumbrar toda Andalucía. Y luego me pongo a elucubrar que el mundo exterior no existe, que es una reconstrucción teatral del cerebro y el sol no es el sol y la luz y el color y los bañistas y mi tumbona no son más que asépticas ondas electromagnéticas, moléculas que se mueven con mayor o menor energía. A lo mejor yo también empiezo a delirar, como Mersault. Acaso lo más conveniente es que me levante y me vaya urgentemente al chiringuito a por otra cerveza helada y me ate con una cadena al aire acondicionado. Porque este sol es psicotrópico, es el sol de castigo que se estrella en las duras aristas de las armas, llaga de luz los petos y espaldares y flamea en la punta de las lanzas, el ciego sol que quema y abraza al Cid que cabalga todo polvo, sudor y hierro por la estepa castellana... Sí, definitivamente se me está yendo la olla: directo a por otra cerveza...
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