ORGANIZACIÓN
No sé si conocen ese chiste en el que en medio de una bacanal, a oscuras, uno de los participantes la detiene de repente pidiendo que enciendan la luz y con un apremiante grito: organización, organización. Ante la pregunta desconcertada de uno de sus compañeros acerca de la causa, él explica sofocado: porque somos diez tías y tres tíos y ya me han dado cinco veces por el culo.
Me río mucho con este chiste, todo lo que no me río con la hipocresía con que se trata el tema de la prostitución -por otra parte la misma que se utiliza para las drogas-. Decir que la prostitución se puede eliminar, de momento es como decir que Madeleine está en Marruecos, que los etarras fueron los culpables del 11-M, que Elvis sigue vivo, que a la Obregón le explotaron las tetas en un vuelo transoceánico o que el bigote que les salía a las antiguas atletas de la Alemania democrática era algo natural. Por eso hay que pedir organización.
Gijón, Oviedo, Madrid... toda ciudad tiene una zona o zonas donde se ejerce el segundo oficio más antiguo del mundo -el primero, evidentemente, es cazar-. Por mucho que se intente obviar su existencia o pasar de vez en cuando la escoba o colocar cámaras de vigilancia, las prostitutas, como el dinosaurio de Monterroso, aún siguen ahí. Con sus pantalones ajustados o minifaldas o sugerentes tops al margen de las condiciones metereológicas; separadas a distancia prudencial para que el cliente pueda elegir sin presiones, pero lo suficientemente cerca de sus compañeras para pedir auxilio si las cosas se ponen feas. Unas moviendo el bolso, otras mascando chicle; unas del sur, otras del este, y el resto del país. Así están las cosas. Las campañas de sensibilización sobre la esclavitud sexual dirigidas a los clientes, con eslóganes, trípticos y marquesinas, resultan una pérdida de tiempo porque a los clientes se la refanfinfla. Cada noche se abre el mercado del sexo, la subasta al mejor postor, ya sea en la calle o en los puticlubs, esas cárceles doradas donde las princesas cautivas, entre olor a desinfectante, cortinas con estampados de leopardo y mármoles imposibles, se pasean con cara de aburrimiento a 25º para que puedan ir medio desnudas y el cliente se muera de sed. Muchas envían parte del dinero que ganan a sus países de origen y dicen que están muy bien y que trabajan de camareras. Unas camareras que cumplen horarios maratonianos de seis de la tarde a cuatro de la mañana, para que tengan que dormir hasta bien entrado el día y no haya tiempo de pisar el exterior.
Lo dicho: organización. Sobre todo organización. El sexo como acto de explotación es una mierda, pero mientras logramos que a las ranas les salga melena y que los elefantes sean rosas y vuelen, necesitamos organización. Una regulación del sector, protección sanitaria, medidas fiscales, asesoría jurídica, reinserción social... Y, esencialmente, borrar el estereotipo de que una mujer se prostituye porque quiere, cuando todos sabemos que la necesidad puede hacerte comer incluso carne humana. Organización. Mucha organización. Y recordar que cuando un país ejerce censura sobre sus vicios, es que no está muy seguro de sus virtudes.
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