MAR BLANCO
Siendo realistas, al final todo acabará en pólvora mojada, porque hay demasiados intereses -en materia de terrorismo, inmigración, culturales, económicos y humanos- para que perduren desacuerdos profundos. Sin embargo, es necesario cortar a tiempo esa lógica de crío pequeño que no pide para conseguir, sino para ver hasta dónde puede llegar. Ya lo decía Heine: donde se empieza quemando libros, se acaba quemando hombres, y salvando las distancias, como te cojan un dedo, terminan quedándose con el brazo. No debe quedar ni una sombra de duda acerca de que no habrá cosoberanía o rendición.
Ahora bien, los molinos de la historia muelen despacio, y Mohamed VI tiene una paciencia infinita, máxime cuando Ceuta y Melilla no pueden esperar nada de la ONU, se hallan fuera del paraguas de la OTAN, y ni la UE ni Francia están demasiado interesadas en que seamos fuertes en la zona. Por todo ello nos quedamos solos a la hora de torear las ambiciones alauitas, y para ser capaces no basta con afirmar que son España sólo de boquilla, también es necesaria una política que tenga en cuenta su extrapeninsularidad, el fenómeno migratorio, su escasez de recursos, su alta densidad de población, y que por muchas banderas rojigualdas que veamos, el porcentaje de musulmanes es ahora del 40%. Allí sabemos que lo agradecen todo, que nunca ofrecen comida recalentada a sus huéspedes y que la distancia que les impone la geografía la salvan con entusiasmo. Pero también sabemos que la lealtad se paga con lealtad. Así que firmeza, determinación, cierta prudencia, y un brindis al sol recordando que por aquellas tierras llamaban al Mediterráneo el Mar Blanco, debido al intercambio cultural de seis culturas, un blanco que era la fusión de seis colores: cananeo, arameo, mesopotámico, griego, latino y bizantino.
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