TAITANTOS
Nos damos cuenta de que nos hemos hecho adultos cuando ya no nos riñen. O, de repente, un día por la calle nos piden la hora y nos llaman señor y tú te acuerdas de todo el árbol genealógico de ese indocumentado. O te sorprendes de que los mayores te traten como a un igual, y de que los jóvenes te miren desconfiados, como si de golpe algo les hubiera distanciado de ti. Cualquier día te sacan una foto o te miras al espejo y ves un rostro que no acabas de conocer, y luego caes en la cuenta de que eres tú, y no te explicas ese cambio repentino, porque te sientes igual y crees que tus maneras son las mismas. Entonces no entiendes a los demás, pero sabes que algo pasa. En breve empezará a gustarte que te digan que no debes pasar de los treinta, y a ti te parece de perlas -aunque sepas que la gente miente- y no haces nada para contradecirlo, pero acaban por preguntarte y entonces aparece el conflicto, sí, alguno más de los que aparento, sí, pero cuántos, insisten, y acabas confesando la edad con la boca pequeña y acordándote de Sarita Montiel. Te preguntas si lo de crecer es más fácil para las chicas, quizás ellas a través de la maternidad se conviertan en mujeres, lo quieran o no, y que los chicos al tener que hacer la transición solos son un poco más vagos, pero no acabas de sacar conclusiones claras. Demi Moore hablaba de que su felicidad se basaba en el olvido de la juventud y en la celebración de la madurez, claro que tampoco explicaba por qué si la cosa era así se había operado de todo, por qué tenía un equipo de maquilladores que tardaba dos horas en prepararla antes de cualquier aparición pública y por qué se había echado un novio impúber. No sabes, no acabas de verlo claro, y a veces desearías tener uno de esos cacharros que te guían por el mundo, donde introduces la calle, pulsas una tecla y te aconseja que te vayas poniendo a la derecha y que a doscientos metros gires. Lo peor es que la edad ni siquiera te da sabiduría, sólo experiencia, y eso no acaba de servir de mucho. Ingmar Bergman afirmaba que él no había pasado nunca de los quince años, y tampoco sabes si eso debe darte moral o quitártela del todo. A la postre todo acaba en los griegos, y tu pensamiento también, y como le decían a Héctor en la Ilíada, la tristeza es nuestro destino, pero nosotros no tendremos el consuelo de que nuestras vidas serán cantadas para siempre por todos los hombres que vendrán.
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5 comentarios:
Al menos, leyendo esto, no me siento tan solo en esto de crecer. Que sí, que sí, que lo hace todo el mundo todos los días, pero, en fin, qué poco me gusta eso de cumplir años. Si al menos Marilyn me cantara como al señor presi...
http://community.livejournal.com/fertextos/
Primero, los hombres tenéis una holgura mayor para llevar con buena cara los años que se van sumando. No lo digo porque las mujeres no puedan llevarlos con buena cara también. Las mujeres más atractivas y a las que que se les dice que se conservan mejor son los que lo hacen. No obstante, la madurez
masculina puede ser un as, si se combina con buena cabeza, lucidez y sentido común. Ahí tenemos a Sean Connery, o la eterna belleza de Paul Newman al que algunas le darían la papilla con tal de ser acariciadas por sus respetuosos ojos azules. En fin, no creo que el meollo de la cuestión radique en este punto. Sobre la belleza femenina, por ejemplo en el caso de actrices maduras, tengo menos autoridad para pronunciarme, pero tenía un compañero de facultad al que le encantaba Faye Dunaway, y Sofía Loren es una mujer que supongo que pocos querrían tener como abuela.
Segundo, ¿se cumple años? Pues a fastidiarse. ¿Pero es fastidioso cumplir años? A mí no me lo parece. Se entra en etapas distintas, lo que no es malo a no ser que te empiece a dar la lata el reuma o tengas algún otro problema de salud. Es casi entrañable verse la
cara en el espejo y descubrir una
arruguita y pensar en todo lo que has pasado para que esa arruga llegara a la vera de tu ojo sobre todo si has aprendido algo bueno
con ello. ¿Has aprendido algo bueno con ello?
Otra cosa es la tristeza. Eso es algo más grande que envejecer, es independiente de la edad. El otro día Miguel Rojo me dijo que era la mujer más triste del mundo. Evidentemente, es un exagerado y no le hice caso. No soy la más nada del mundo. Yo me limité a decirle que era una triste feliz. No es incompatible; para mí es muy compatible.
Crecer, sobre todo crecer. Y cuando
envejezcamos, que podamos mirar con orgullo nuestras arrugas.
P.S. Oye, pero no te pases, te quedan cuatro años para la crisis de los cuarenta ;)
Otra P.S. No he desvelado ningún dato que no fuera ya público, lo digo por la edad. Por cierto, me gustaría tener la foto que nos hicieron el otro día en los Premios de la Crítica, me pregunto si no te importaría mandármela. Gracias.
Un abrazo.
Soy géminis:
O no, igual estoy siendo demasiado optimista y envejecer es una mierda.
No me gusta disculparme cuando he dicho las cosas sin mala intención, pero disculpa si no he mostrado sensibilidad en mi último comentario hacia tu artículo. Todo el mundo tenemos complejos y hablar de los complejos o de las inseguridades más reacias de uno mismo en público es muy valiente. Yo también tengo complejos pero no tengo ovarios para escribir un artículo. Creo que hablaré de ellos en un cuento, porque seguro que podré tratar las cosas con más sentido del humor, y además, no serán míos, cargaré con ellos a un desdichado personaje, a una desdichada que echará toda la melancolía, toda esa bilis negra hecha literatura. Y llegará a un lector o a una lectora que tal vez se sentirá identificado. No sé qué diablos hago yo escribiendo tanto sobre esto. Me gusta el acierto, por eso me enmiendo. Me iré a una isla caribeña unos días para dejar de amenazar con parrafadas prescindibles. Lo dicho, un artículo valiente.
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