| domingo, 28 de octubre de 2007 | 17:27




QUÉ SERÁ, SERÁ…


Radiohead, en un brillante movimiento estratégico para dejar atrás definitivamente a la industria del disco, ha regalado su última grabación In Rainbows en Internet a cambio de la voluntad del comprador, acabando así de dar la puntilla a un sistema de distribución que tiene ya los días contados. El objetivo inmediato ha sido evitar la que de otra manera hubiera sido una inevitable filtración del disco previa a su comercialización, así como reafirmar el valor testimonial del regalo como simple publicidad electrónica para anunciar el mismo contenido en soportes de gama alta o, a su tiempo, un pay per view escenificado en los conciertos en directo. Ciertamente, Radiohead no ha hecho más que replicar musicalmente el hecho biológico de que cada siete años todas las células de nuestro organismo se renuevan, o lo que es lo mismo, el lampedusiano para que todo siga igual todo debe cambiar. Nihil novum sub solem, diría cualquiera, Frank Zappa ya había abierto el camino años atrás creando su propio sello discográfico para conservar el control artístico de su obra, propinando el primer cañonazo en la línea de flotación de la industria, para que Prince acabase el trabajo regalando su música con el periódico The Mail on Sunday, con el consiguiente éxito. El único problema es la carga de profundidad que todo esto ha soltado en las silenciosas aguas de mi conciencia. Como escritor estoy obligado a mantener un difícil equilibrio entre la infancia y la madurez, una especie de limbo donde me es obligado aprender y desaprender para volver a aprender con la misma velocidad, a fin de mantener guanxi con la realidad, como dirían los chinos: buenas relaciones. Y ahora este guanxi me susurra que el tiempo empieza a correr en contra de la literatura tradicional. Yo, como el mercado, tampoco creo que la literatura sea algo destinado sólo para minorías ni sólo para élites, así como desprecio la idea de la divinización de la misma, lo que algunos defienden la librará de toda evolución. Si algo caracteriza a la literatura es su aceptación de la realidad -para luego hacer con ella lo que quiera, sí, pero previa asimilación-, y como tal también es un producto que se vende para que los escritores podamos comer. El espíritu trovadoresco del artista que trabaja gratis o por la voluntad no tiene sentido desde el momento que somos profesionales y, por lo tanto, tenemos derecho a un reconocimiento social y económico por nuestro trabajo. Un escritor no es menos artista ni tiene menos ética por cobrar. Ahora bien, la revolución tecnológica ha traído el llamémosle Espíritu Emule, que opera bajo premisas de conexión y transmisión simultánea de información. Se ha pasado de lo analógico a lo digital ante el extrañamiento de cientos de escritores y críticos que siguen manejando utensilios del pasado evidentemente obsoletos para reflejar la realidad, cuando en la experiencia cotidiana se utilizan herramientas de última generación. Entre los múltiples desafíos que ello entraña, tanto de competencia con otras formas de ocio, así como de representación o soporte, lo que quiero tratar hoy es lo más relacionado con la maniobra de Radiohead. Me refiero a que si es una mera cuestión de tiempo que el libro electrónico alcance la perfección necesaria para sustituir a la edición de papel -al margen de sus valores fetichistas-, y como las nuevas generaciones de lectores no tendrán los problemas de las actuales para disfrutar de la lectura en pantallas de plasma, por lo que nuestras novelas no tardarán en poder ser descargadas gratis de la Red, ¿cuál será la estrategia a seguir por los escritores? ¿Regalaremos nuestras creaciones y cobraremos por productos asociados o por publicidad en las Web desde las que se puedan descargar?, ¿sacaremos el pecunio de las lecturas en directo? Acuérdense de la canción: qué será, será… whatever will be, will be…