Seis siglos de pintura flamenca y belga, Van Eyck, Memling, Van der Goes, Gérard David, Pourbus...
Bélgica 2: Brugge-Groeningemuseum
De IGNACIO DEL VALLE | miércoles, 29 de septiembre de 2010 | 23:16Cada vez que busco referentes económicos y sociales miro siempre en dos direcciones: Alemania o Finlandia. Los motivos son personales y, por lo tanto, absolutamente parciales. No obstante, tengo la sensación de que son dos países que poseen lo que en diseño se denomina lo supernatural, es decir, diseños tan cotidianos que a fuerza de uso y costumbre se han hecho invisibles, tan útiles, tan prácticos y necesarios que acompañan nuestra existencia sin reparar en ellos, un lápiz, una grapa, la huevera... Lo que quiero decir es que son países que no necesitan argumentarse, su vigencia es irrefutable, son oportunos, pragmáticos, perfectos ejemplos de supervivencia. Esto me sirve de prólogo para hablar del tema que toca hoy: I+D+i. Mientras en España se anuncian nuevos recortes en las partidas de I+D+i, que se suman a las ya ejecutadas, en Alemania se ha alcanzado un pacto por la investigación, un amplio consenso entre las fuerzas políticas y los agentes económicos y sociales para garantizar presupuestos adicionales a las instituciones germanas. ¿Por qué? Porque saben que Estados Unidos y China están afilando sus sables sobre la desidia europea; porque el desarrollo pasa por la inversión en cerebros, que son los que crean la ciencia de frontera ergo las innovaciones disruptivas, o sea, las que marcan un antes y un después y dan metros de ventaja; porque ahora los adelantos pasan por la biotecnología y la nanotecnología, por la robótica inteligente, por las neurociencias, por la electromovilidad, por la ingeniería de los nuevos materiales, por la conversión energética. En Alemania se alcanza ya el 3% de PIB para mantener la competitividad, y dos tercios de la inversión la aporta la industria; se incentiva la inversión fiscalmente, se financia la investigación, se ayuda al establecimiento de cooperaciones entre las instituciones, se atrae el talento extranjero. Ah, y no se lo pierdan, se ha fundado un centro de Estética Empírica para cubrir el vacío de humanidades, donde los científicos y artistas pueden establecer canales de comunicación. Por estos predios, y sin querer mitificar a una Alemania que tiene sus propios problemas, deberíamos preguntarnos al estilo mayéutico de Cicerón cuándo se acabará esta audacia imprudente, cuándo esta locura seguirá riéndose de nosotros. Siempre salgo leso en ciertas comparaciones con los diseños supernaturales de nuestros vecinos del norte, y sinceramente, en cuestión de emulación, pasión, obsesión y competencia, no veo por qué tenemos que ser menos. ¿Soy un optimista irredento? No, lo que soy es un vitalista, que es distinto.
Yo no quiero ser un chico Almodóvar, yo lo que quiero ser es un chico Berlanga. Sí, quiero actuar en uno de esos esplendorosos planos-secuencia en los que aparecen dios y la madre de personajes, a cada cual más delirante, y donde la farsa, la sátira, el humor negro, la crítica y el esperpento se combinaban en retablos inolvidables. La mala leche de Berlanga ya venía de lejos, según el director, exactamente a los tres años de nacer ya se estaba cagando en la sociedad española; pero el título de este artículo no proviene de tan escatológica declaración, sino del motete con que le bautizó Jesús Franco debido al perfeccionismo con que filmaba cada plano, soltando un sonoro 'vaya cagada' tras cada uno de ellos. Todo esto y más lo visioné en el pase al que me invitó mi amigo Antonio Gómez Rufo, escritor y biógrafo del cineasta, en la sala Berlanga de Madrid, antiguo cine California. José Luis García Sánchez homenajeó al maestro con su película 'Por la gracia de Luis', una historia protagonizada por un rosario de actores que trabajaron bajo la batuta de Berlanga, aunque en realidad fuese una declaración de amor, un abrazo cálido, un beso directamente en los morros, a lo soviético. Y con cada escena, aumentaba mi deseo de ser un chico Berlanga, quería ser Agustín González en 'La escopeta Nacional' para decir la burrada aquella de «baja de ahí y besa los pies a esta santa, que lo que yo he unido en la Tierra, no lo separa ni Dios en el Cielo. Anhelaba dirigirme por aquella dependencia carcelaria de El Verdugo, fría y desolada, hacia una puerta sin retorno bajo su cámara fija y en encuadre picado. Le hubiera echado una firmita a Mefisto por disfrazarme de San Dimas como Pepe Isbert en Los jueves, milagro, y cada ídem aparecer ante Manuel Alexandre y hacer prodigios. Joseph von Sternberg, Kurosawa, Hitchcock, Orson Welles, Billy Wilder, Howard Hawks, Buñuel, Kubrick... Mr. Cagada compite en esa liga, no lo duden. Y a día de hoy, entre tanto chichinabo que consigue una subvención para sus pajillas mentales, don Luis García Berlanga nos ha dejado sobrada muestra de que si las películas son buenas, puedes contar el final, que da exactamente igual. Sucede con Plácido, con Calabuch, con Bienvenido Mr. Marshall... un cine que, como decía Stanley Donen, es otro nivel de verdad, más profundo, el de los sentimientos, el de las emociones, el de los pormenores que hablan de la totalidad. Un cine que te agarra por el cuello y no te suelta, aunque Mr. Cagada seguramente preferiría que su cine fuese como el candirú, ese pez que se aferra al interior del pene. Y tampoco te suelta.
Leo un artículo sobre la crisis del trigo en Rusia, su embargo y la consiguiente escalada de los precios. De repente, unos incendios producidos en mitad de los estepas existencialistas de la Rodina, provocan que en Maputo, la capital de Mozambique, se produzcan salvajes manifestaciones para que baje el precio a fin de poder sencillamente comer, al tiempo que en el encorbatado mercado de futuros de Chicago los 'brokers' se mueven con la actividad de un hormiguero inundado para que el precio suba, con el propósito de comprarse un nuevo descapotable. A su vez, este incremento del celemín, también esencial para el alimento del ganado, ha precipitado una subida en el precio de la carne de vacuno, lo que ha obligado a una reunión de los principales productores de materias primas agrícolas -USA, China, India y Rusia-, para que se sienten en una mesa y se impliquen en la construcción de políticas apropiadas para contrarrestar dicha bajamar. Sin embargo, Rusia no parece que vaya a ceder en su embargo debido a la brutal destrucción de cereal, mientras los especuladores siguen echando gasolina al fuego -valga la redundancia- para que los precios no bajen y, para más inri, acaban de aparecer los 'hedge founds' como hienas en torno a una gacela herida, aumentando un mucho por ciento sus posiciones de compra de este material. Ahora bien, la oscilación positiva del precio del trigo y las materias agrícolas en general hace que la agricultura aumente su rentabilidad y los agricultores puedan invertir en tecnología, lo que implica que empresas especializadas en fertilizantes y maquinaria eleven su cuenta de resultados, etcétera.
Y ahora yo les podría hablar del concepto del tiempo oriental frente a la metronomía occidental, en el que la mariposa no cuenta los meses sino los momentos, de la flexibilidad, de la holística, del susto ante el sentido de producto acabado de los occidentales, porque para el asiático lo acabado no puede ser sino perfecto, ergo algo que no es posible, y también de que para ellos las cosas no se hacen, sino que se van haciendo y tal y tal. Pero no, yo sé que aquí de lo que se trata es de la otra mariposa, también holística pero más puñetera, que puede hacer que porque suba el precio del cereal en un remoto pueblo ruso a mí me caiga encima un piano. Y sin despeinarse.
Curiosa revisitación del género. La Roma Imperial jugándosela más allá de la muralla adriana, western de persecución, paisajes nevados a lo Jeremías Johnson, cierto gore, personajes compactos, algo de kitsch que no la desdora, los pictos que son más malos que la tiña, los romanos llevándolas por todos los lados, un casi final con una decisión tan cruel como realpolitik... Los dioses nos han olvidado, dice el héroe, ahora crearemos nuestro destino. Me gustó, me gustó...
En la T-4, buscando la puerta de embarque de mi avión este agosto, entramos un grupo en uno de los ascensores acristalados. Fue uno de esos momentos en que todos se quedan aguardando a que baje sin reparar en que nadie ha tocado el botón. Al cabo de un rato, una voz con acento argentino:
-Bueno, señores, me temo que alguien debería tocar el botoncito. El cacharro es inteligente, pero no listo.
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