| martes, 25 de marzo de 2008 | 0:42



SIMPLEMENTE UN POCO PÍCARO
La semana pasada nos dejó un titán de las letras, un visionario, Arthur C. Clarke, que junto con Asimov y Bradbury, formaba la tríada sagrada de la ciencia ficción anglosajona.
Este patriarca y profeta literario, sin salir de su retiro en Ceilán, imaginó mundos que no existían, extraños y perturbadores, enmarcados por telones de estrellas. Un viaje que comenzó en su infancia, cuando construyó su primer telescopio, un trozo de cartón con dos lentes en los extremos, pasándose la niñez con un ojo pegado en un extremo trazando un imaginario mapa de la luna.
Clarke, gracias a las virtudes de su escritura, la amenidad, el rigor, la claridad y la imaginación, amén de una profunda fe en el futuro y un sincero optimismo cósmico, renovó y popularizó el género como nadie. Quizás haya quien afirme que el contacto definitivo con el gran público lo consiguió a partir de su colaboración con Stanley Kubrick, cuando le conminó a convertir su relato El Centinela en un guión de resonancias épicas. Evidentemente, nadie niega que la grandiosa pieza de Strauss acompañando al fémur del tapir lanzado hacia lo alto y transformándose en una nave espacial, en uno de los montajes más arriesgados de la historia del cine, ofició un matrimonio definitivo con los lectores, pero quien haya leído la posterior novela que escribió a partir del guión de 2001. Una odisea en el espacio, no podrá negar la diafanidad, la serena belleza de unas páginas que igualaban, si no superaban el talento visual de Kubrick.
Para la historia quedarán las tres leyes enunciadas en su libro Perfiles del futuro, que vienen a decir básicamente que el conocimiento sólo puede lograrse a base de aventurarse en lo que habitualmente se considera imposible, y que a partir de cierto grado de sofisticación la tecnología más avanzada es prácticamente indistinguible de la magia.
Clarke murió en Colombo, Ceilán, donde pasó sus años escribiendo, buceando, jugando al pin-pon, e imaginando inventos, algunos de los cuales suscitaron el interés de la NASA. Su vida personal fue caótica, salpicada de matrimonios, divorcios y amores frustrados. A raíz de unos rumores sobre su vida sexual, le preguntaron en una entrevista si era gay, a lo que él respondió con sorna: no, simplemente un poco pícaro.