Rolling the Empire: Pla and the reshape
De IGNACIO DEL VALLE | jueves, 27 de septiembre de 2012 | 14:36
De todos los autores que han escrito sobre Nueva York, Felipe Alfau, Julio Camba, Mendoza, Conget... yo creo que quien formuló una de las preguntas más precisas e inteligentes sobre la ciudad fue Josep Pla. A la vista de todo el espectáculo de las casas de nubes -así llamaba Madox Ford al skyline-, el catalán no pudo menos que formular: ¿Y esto cuánto cuesta?
Efectivamente, la corriente sanguínea de la ciudad no es granate, es verde y gris como sus billetes. Una corriente que alimenta su complejo de Proteo, una extenuante transformación inacabada e inacabable que me hace afirmar lo mismo que Pla: Me doy cuenta de que hoy es el día de mi vida que he visto más cosas.
Rolling the Empire: from coast to coast
De IGNACIO DEL VALLE | jueves, 20 de septiembre de 2012 | 10:40
Imogen Cunningham.
A partir de hoy comienzan mis crónicas ROLLING THE EMPIRE, una aventura americana que me llevará a recorrer Estados Unidos durante un mes, desde el estado de Nueva York a la costa californiana. Señores: veremos prodigios.
Henry Kissinger no es solo el objeto de la ira de los artículos de Christopher Hitchens, o el premio Nobel de la Paz que alentó -Operación Cóndor mediante- la mitad de los golpes de estado de Latinoamérica. También es el tipo que ha visto pasar diez presidentes de Estados Unidos y que, junto a uno de ellos, Richard “tricky dick” Nixon, estableció relaciones diplomáticas con la China maoísta. Solo por haber sido un observador de primera mano de la sociedad y la política china de las últimas décadas, ya merece la pena leer su “China”. A partir de documentos y conversaciones con sus líderes ha cartografiado la estrategia seguida por el imperio del centro en su ascenso en la escala geopolítica mundial. De entre las muchas cosas apasionantes que podemos sonsacar al libro, destaca la diferente concepción mental que guía a los habitantes del dragón en su gestión de la realidad, basada en el juego del Wei qui, que recurre a la sutileza, a la acción indirecta, a la acumulación paciente de ventajas relativas, en contraposición a la visión occidental del todo o nada del ajedrez. Asimismo, tenemos el viaje de Confucio a Mao con un ritornelo a Confucio, analizando la historia del “Gran Juego” con Corea, India, Vietnam, Taiwán, Japón, las fronteras con Rusia… en la que los ideales de un país chocan de continuo contra los imperativos de la realidad geopolítica. Personajes claves como el mismo Mao, Jruschov, Zhou Enlai, Nehru, Deng Xiaoping, Jiang Zemin… desfilan por sus páginas entreverados con conceptos como el Shi, el arte de comprender la materia en estado de cambio, estrategias tan bizarras como “cómo tocar el culo del tigre y que este no reaccione” o frases redondas como “toda solución siempre es un camino hacia un conjunto de problemas relacionados con ella“. Tras ajustados análisis, la conclusión de Kissinger es que China y Estados Unidos son dos países con una envergadura excesiva para ser dominados, lo que debería obligarles a una coexistencia para no repetir el nefasto precedente de la rivalidad germano-británica durante el siglo XX. Ahora bien, sobre toda la buena voluntad siempre hay una incógnita apuntando como un misil: ¿cuál es el uso real que quiere hacer China de su actual poder?
La princesa está triste, qué tendrá la princesa, los suspiros se escapan por sus labios de fresa… Parece que Cristiano se levanta cada día como Françoise Sagan diciendo aquello de “Bonjour tristesse”. Pues mira, Ronaldo, qué le vamos a hacer: lo que yo tengo es pena. Por ti. Porque no tienes derecho, porque no tienes vergüenza, porque has hecho el ridículo. En realidad, porque eres un crío. Y eso que yo soy un “madridistadelosdetodalavida”. Este síndrome de la princesa se debe básicamente a un problema educativo. Si eres joven, con pasta, con cientos de churris queriendo un hijo tuyo y el circo global poniéndote incienso, lo normal es que se te vaya la olla. Ahí entra tu santa madre, o tu familia o amigos en general, o tus entrenadores, o quien sea que deba realizar la labor de cortafuegos para que tu ego no se expanda a la velocidad del universo. Alguien que te quiera o en su defecto que te aprecie y sea capaz de decir las verdades del barquero, a fin de contextualizar cada gol, cada euro que ganas en un mundo mucho más complejo que hacer tu entrenamiento diario, elegir el deportivo del mes o cuidarte las mechas. No eres un dios dorado, como gritaba Robert Plant en sus delirios roqueros, sino un señor que cobra diez millones de euros solo por mover una pelotita -con gracia, eso no te lo niego-, y que los embolsa debido a un perverso y desquiciado mecanismo de oferta y demanda que alguien tiene que explicarte. Aparte de eso, nada. Eres buen mozo, e incluso al margen de estas cagadas, seguro que eres un buen chaval, y si eres listo tienes a partir de aquí un sendero de sensatez que recorrer, porque de las caídas hay que aprender. Rodéate de gente que no te diga tanto lo que quieres oír como lo que te conviene; no leas solo las secciones deportivas de los periódicos; no te ensimismes en el campo y celebra todos los goles del Madrid, aunque no sean tuyos -qué te he visto no hacerlo, calamar-; y si Messi es mejor, estúdiale más, corre más, céntrate en lo que tienes que hacer: tu trabajo. La mayoría de las veces la disciplina supera al talento. Aunque con el argentino es complicado, ya lo sé. Pues eso, Cristiano, cuídate ese narcisismo, que el infierno está empedrado de ellos. Y por supuesto: hala, Madrid.
“El poder del perro“, la novela de Don Winslow, no es una obra maestra por lo mismo que la selección de baloncesto hispana no ganó a los yanquis en la final olímpica de Londres: “por el pelo de un gochu“. Esta gran tragedia méxico-americana es arrebatadora, adictiva, durísima, hermosa. Y sangrienta, sobre todo sangrienta, tanto que los hemoglobínicos protagonistas de “True blood” o “Amanecer” se hubieran instalado en ella como en un resort de Puerto Vallarta. Miren que yo escribo de vez en cuando escenas violentas, pero después de leer algunas de las que salen en esta novela -le he cogido manía a las motosierras-, me declaro un habitante de los mundos de Bob Esponja. Eran 720 páginas las que me metí entre pecho y espalda, pero podían haber sido otras tantas y no me hubiera despeinado. Creo que es lo mejor que se puede decir de un libro. Winslow cuenta la guerra sin cuartel contra las drogas que se libra en México y Estados Unidos, con conexiones vasculares en medio mundo, y cuyos tentáculos se extienden como las células inmortales de un cáncer por todo el tejido social y político de los países. Mediante giros y más giros inesperados -algunos nudos están resueltos de una manera soberbia-, la novela avanza desde 1970 hasta nuestros días sin que haya un solo santo a quien ponerle una vela: la Guerra Fría, la DEA, los narcos colombianos, las FARC, la Iglesia, China, el tráfico de armas, la Cosa Nostra italiana… En un momento dado se dice: “en ausencia de Dios, solo queda la naturaleza”, y la naturaleza, señores, es truculenta y desconoce la moral. Cierto que “El poder del perro” falla en su final, que no está a la altura de la intensidad precedente, y a veces te pierdes en el exceso de personajes, pero el chile que te sirve no dejará de picar por ello durante muchos meses en tu garganta. Western, saga mafiosa, enciclopedia del narcotráfico, novela de frontera… “El poder del perro” es todo eso y más: una piscina de sangre, un chute de “barro mexicano”, un diálogo lleno de adrenalina a lo Michael Mann, una narcomansión con zoo incluido, una casa de putas con las hetairas más bellas del planeta… ¿Para cuándo una serie de la HBO con el pinche Shakespeare con sombrero vaquero, camisa color menta, botas de piel de avestruz y pistolas tuneadas por Versace?
El gran Curzio Malaparte decidió hacerse una casa, y se la encargó al arquitecto Adalberto Libera. Eligió un escarpado litoral de la isla de Capri, no muy lejos del lugar donde Tiberio erigió su palacio Villa Jovis. El mismo Malaparte se encargo del diseño y la rectificación de los planos de un lugar extraño, sensual, quimérico e irrepetible. Lo bautizó "CASA COME ME".
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