Se confunde la libertad para hacer dinero con la libertad en sí, esa parece ser la conclusión del sólido y emocionante opúsculo de Tony Judt, una defensa de la socialdemocracia a través de la reconstrucción de la historia del Estado de Bienestar en Occidente, y la consiguiente denuncia de su progresivo desmantelamiento en los últimos treinta años. Una fórmula que tras las guerras mundiales redujo la desigualdad, el desempleo y la inflación mediante la intervención estatal a fin de que, como escribía Condorcet, esa libertad ya no sea, a los ojos de una nación ávida, más que la condición necesaria para la seguridad de las operaciones financieras, ha devenido en una generación obsesionada con la riqueza e indiferente al resto de consideraciones. Es el eclipse del pensamiento político frente a los mercados, un cambio tectónico que liquidó la denominada economía moral. Judt, siguiendo la afirmación de Keynes de que para la emancipación de la mente es imprescindible hacer primero un estudio de la historia de las opiniones, hace desfilar por sus páginas a Roosevelt, De Gaulle, al antedicho Keynes, Malraux, Reagan y la Thatcher -tanto monta-, la Nueva Izquierda, los neoliberales, el 68 y aledaños… estableciendo una hoja de ruta del apogeo de la vieja y buena tradición liberal hasta el actual y sombrío estado de cosas. Desempleo salvaje, desigualdades flagrantes, una juventud sin horizontes, castas impermeables de millonarios… El panorama a veces resulta desolador debido al retroceso de la regulación estatal y a la ralentización, cuando no desaparición de la meritocracia, la movilidad social y la democratización de la alta cultura para elevar el nivel de los gustos populares en vez de limitarse a satisfacerlos -¿de qué nos suena esto?-. Si bien en ocasiones Tony Judt se pasa de catastrofista, ya que el Estado no ha retrocedido tanto como él postula, lo que resulta meridianamente claro es que para defender la democracia y unos buenos desagües, recordando a John Betjeman, es cardinal articular de nuevo no sólo las responsabilidades del Estado, sino las del ciudadano que lo legitima -su capacidad crítica, sus exigencias a ese mismo Estado-. El objetivo es la máxima igualdad -por arriba, no por abajo-, porque cuanto más igualitaria es una sociedad, más confianza segrega, más estabilidad, más facilidad para aplicar las medidas radicales en la arena pública. Citando de nuevo a Condorcet: al Tesoro siempre le resultará más barato mejorar la condición de vida de los pobres para que puedan comprar grano que bajar el precio del grano para ponerlo al alcance de los pobres.
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5 comentarios:
Olé, olé y olé. RIP para Tony Judt y Condorcet. Un abrazo para tí, Nacho.
Le he robado Zizek a tu marido, ese libro estará secuestrado hasta que lo termine :)
Sí, quédatelo cuanto te haga falta, tiene un ExLibris, así que no se te olvidará que no es tuyo
:-)
Žižek es un provocador interesante y un buen analítico del presente, pero hay que tomárselo con un buen saco de sal, jaja...Tony Judt, por otra parte, era un tío muy sobrio con una visión moderada y comprometida a la vez. Una gran pérdida.
Buen exlibris, por cierto. Pero el impuesto revolucionario es el impuesto revolucionario.
Lo malo es que muchas de las medidas anticrisis perjudican precisamente a quienes menos ingresos tienen. Si no ingresan mas no pueden consumir. Cae de cajon.
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