Ganas tenía de leer a Kjell Askildsen, y por fin conseguí un ejemplar de Los perros de Tesalónica. Y... me defraudó. Al menos en este libro demuestra ser un plomo, y evidentemente alguien se ha pasado con la medicación al compararle con Cheever o Carver. Lo bueno es que siempre hay antídotos contra el aburrimiento. Al lado tenía otro libro de relatos esperando en la cola: El secreto del arte, de Enrique Murillo. Un señor que le pone a un cuento el título de ELOGIO DEL TRANSPORTE PÚBLICO y sale indemne, es que es muy bueno. Delicioso.
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