Como decía Tolstoi todos los periodos de bonanza se parecen, pero cada crisis es complicada a su manera. Y a la crisis patria, aparte de todos los males desconocidos, se le ha unido uno muy familiar: la financiación autonómica. Ya he repetido hasta la saciedad que intentar contentar a todo el mundo es el camino más rápido para fracasar. Ese rollo de intentar integrar por diferencias ya no se lo cree nadie, y lo de a ti te doy por bilateral, a ti por multilateral o por dispersión geográfica o por coste diferencial de la lengua o por envejecimiento del personal, tampoco cuela. Lo único evidente es que ahora este circo está regido por el Schadenfreude, es decir, por esa felicidad que resplandece más ante el resentimiento de los otros; vamos, el hispánico para triunfar de verdad los demás tienen que fracasar. Todo se ha reducido a una lucha sin tapujos por el pedazo más grande del Estado, lo que finalmente conlleva un reino de taifas, una atomización que acabará estallando por las violentas contradicciones que implica. Aunque me temo que las costuras acabaran estallando antes por cuestiones políticas, porque ningún navío puede ser dirigido por cinco capitanes a la vez o por un capitán cuyas decisiones estén condicionadas por el resfriado de un grumete.
En el fondo de todo este follón subyace lo de siempre: el miedo. Porque no es el poder el que corrompe, sino el miedo a perder ese poder, y a su vez el miedo al látigo del poder corrompe a los que están sujetos al mismo. No obstante, los ciudadanos debemos tener meridianamente claro que tan peligrosos como los regímenes totalitarios es el uso indiscriminado de la tolerancia, y que si a los niños se les riñe porque rompen cosas, también hay que enseñarles lo que hay que romper. El statu quo actual es una de esas cosas que alguien debe de cortar antes que el cúmulo de negligencias, clientelismos y corruptelas infecten de tal manera al Estado que este adelgace hasta unas anoréxicas y peligrosísimas proporciones. Nada de agachar la cerviz, nada de esconder las heridas no vayan a disgustar al verdugo; la adoración del fetichismo fragmentario que acusa la posmodernidad no tiene nada que ver con el Estado. Porque la libertad no significa ausencia de normas ni de deberes ni de límites ni de autoridad. Porque, como Saint-Just, yo también le tengo menos miedo a la austeridad y al delirio de unos que a la ductibilidad de otros. Porque cuando uno no puede usar topónimos españoles en una provincia que ha estado toda la vida en el mapa patrio, es que la cosa ha empezado a joderse.
2 comentarios:
Exacto.
Pd.-Muy chulas las fotos de Silesia.
Silesia es maravillosa, pero se te van a congelar hasta la ideas :)
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