A Bunbury le han puesto de vuelta y media por coger frases de poetas y no citarlos. Bien, no seamos hipócritas: si cada de nosotros tuviera que citar todo lo que hemos plagiado, homenajeado, imitado, depredado o traspuesto, las obras ¿originales? deberían de venir con un tocho aparte del tamaño del listín telefónico de México DF. Como dice Maradona, el agua caliente ya está inventada, y estoy seguro de que esos poetas han fusilado con la misma fruición con que lo ha hecho Bunbury, yo o el mismo Bach, si nos ponemos. Vale que no se puede coger una hoja o canción entera y apropiártela, pero ideas, frases sueltas y estructuras están ahí para saquearlas, porque de eso trata el arte. Una prueba irrefutable de incultura es escandalizarse por el plagio. Por ejemplo, Plauto se dedicó a saquear modelos ajenos, incluso a veces se distraía y mezclaba fragmentos enteros de Menandro, Difilo y Filemón; Shakespeare plagió a los griegos y luego a todos sus contemporáneos y le parecía una sana costumbre; Thomas de Quincey era un consumado desvalijador, y Lautreamont decía que el plagio es necesario porque el progreso lo implica y actuaba en consecuencia.
Todos los artistas actuamos de prestado, pero el asunto consiste en saber apropiarnos bien de lo ajeno, como si fuéramos abejas que pican en las mismas flores para luego hacer miel, que no es ni tomillo ni mejorana. Hay que fundir todas las piezas que robemos para hacer líquido de oro y crear algo distinto y luego callar aquello que nos ha socorrido y hablar sólo de lo nuestro. Hay que guardar la receta y mostrar sólo el plato, porque el arte y el entendimiento es ver y oír y sacar provecho de todo y sorber la sustancia de los demás, copiar sus patrones, llenarnos y después vaciarnos… Por cierto, este último párrafo acabo de fusilarlo de los Essais de Montaigne. Lo que no dice mi admirado y ladino Michel es de dónde lo ha sisado él.
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