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Durante los coletazos finales del III Reich, se produjo un espeluznante y perverso fenómeno en las SS en el que -salvando las distancias- se lee una equivalencia perfecta respecto al estado actual de la banda terrorista ETA. En esta temible Orden Negra que se encargó de una manera eficaz y metodológica de organizar un terror que quemó hombres y abrasó fronteras durante seis largos años, hubo una segunda generación de SchutzStaffel nacidos a partir de 1918 que tomó las riendas de la organización casi arrebatándoselas a los fundadores. Eran jóvenes que llevaban desde los diez años sin contacto con otros valores que los del nacionalsocialismo, inmersos en una superstición oscura, inmune a la crítica, y que ya no necesitaban los pretextos ideológicos de Hitler para cometer atrocidades. De hecho, muchos de ellos veían al viejo Adolf como a un abuelo al que se le tenía cariño pero a quien no había que hacer mucho caso. Ellos ya tenían otro dios a quien reverenciar, Heinrich Himmler, el hombre de la aniquilación metódica, el verdugo inmutable con cara de ratón. De esa manera, se limitaban a ser engranajes de la maquinaria, fríos, mecánicos, abstraídos; unos seres a quienes las napolas habían extirpado la conciencia, la inteligencia y el alma y que buscaban únicamente un nuevo orden, la tabula rasa del mundo donde mantener en marcha una revolución nihilista cuyo único fin era ya la destrucción de todo. Ese fanatismo lo comprobaron los Aliados cuando ni sus bombardeos, ni sus ejércitos ni su propaganda lograron minar su voluntad de combate ante una derrota segura.
4 comentarios:
Chapeau.
Sobre el post anterior.
Final inesperado. A mí no se me hubiera ocurrido!:
http://es.youtube.com/watch?v=EBwqbqZ3L60&feature=related
A lo mejor no hace falta extirpar nada. Hay gente que simplemente nace dañiña.
Inquietante el asunto.
Saludos
Me temo que, salvo casos muy concretos y desesperados, casi todo es una cuestión de educación.
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