Durante los coletazos finales del III Reich, se produjo un espeluznante y perverso fenómeno en las SS en el que -salvando las distancias- se lee una equivalencia perfecta respecto al estado actual de la banda terrorista ETA. En esta temible Orden Negra que se encargó de una manera eficaz y metodológica de organizar un terror que quemó hombres y abrasó fronteras durante seis largos años, hubo una segunda generación de SchutzStaffel nacidos a partir de 1918 que tomó las riendas de la organización casi arrebatándoselas a los fundadores. Eran jóvenes que llevaban desde los diez años sin contacto con otros valores que los del nacionalsocialismo, inmersos en una superstición oscura, inmune a la crítica, y que ya no necesitaban los pretextos ideológicos de Hitler para cometer atrocidades. De hecho, muchos de ellos veían al viejo Adolf como a un abuelo al que se le tenía cariño pero a quien no había que hacer mucho caso. Ellos ya tenían otro dios a quien reverenciar, Heinrich Himmler, el hombre de la aniquilación metódica, el verdugo inmutable con cara de ratón. De esa manera, se limitaban a ser engranajes de la maquinaria, fríos, mecánicos, abstraídos; unos seres a quienes las napolas habían extirpado la conciencia, la inteligencia y el alma y que buscaban únicamente un nuevo orden, la tabula rasa del mundo donde mantener en marcha una revolución nihilista cuyo único fin era ya la destrucción de todo. Ese fanatismo lo comprobaron los Aliados cuando ni sus bombardeos, ni sus ejércitos ni su propaganda lograron minar su voluntad de combate ante una derrota segura.
Yo no voy a escribir sobre Obama. Es decir, me parece fascinante su triunfo, y que hayamos acabado con ocho años de prehistoria para hacer un poco de historia, y que nos provea de cierta ilusión, y que le quede estupendamente tanto el traje como el chándal, pero después del confeti hay que dejarle que se enfrente con un perfil bajo y mucha tranquilidad a los inmensos problemas que le aguardan. Por tanto, y para paliar las inevitables decepciones futuras, amplificadas por la mercadotecnia del nuevo Camelot de un Kennedy negro que posiblemente acabe como el anterior -el sueño, esperemos que no Obama-, voy a hacer lo que mejor se me da: contar una historia que a lo mejor tiene que ver con el futuro presidente o a lo mejor no, ya veremos.
En las jornadas literarias de Pravia venimos a arreglar el mundo, o por lo menos a intentarlo. Y para ello utilizamos la herramienta de la literatura, un instrumento regulador que ayuda a equilibrar los desajustes sociales, compensa miserias cotidianas, e impone una justicia poética diferente de la humana. Alguno pensará que los miembros de la Asociación de Escritores de Asturias somos unos ilusos, y yo le confirmo que sí, afortunadamente sí. Y unos optimistas, porque perder el optimismo significa abrir las puertas a cosas terribles. En esta labor vitalista, en esa visión que en su momento tuvieron gente como Javier Lasheras –lean su maravillosa poesía en Fundación- y apoyaron escritores como Pepe Monteserín –su obra La Conferencia les entusiasmará-, se contó con la ayuda inestimable del Ayuntamiento de Pravia. Un empeño sobresaliente de un concejo donde no sólo reina el homo economicus, que entiende que la poesía no siempre ha de ser devorada por la política, y cuyo marco natural añade un lujo emocional que demuestra que no hace falta ser un Denis Tito y gastarse veintidós millones de euros por una semana a bordo de la estación espacial internacional, basta con un paseo diletante y divagatorio, y quizás con un par de euros para tomarse un café en cualquiera de los bares de Pravia.
En este ambiente de fiesta, y en la biblioteca pública municipal Antón de la Braña, eje del dinamismo cultural del concejo, Rubén Rodríguez, presidente de la asociación de escritores, acompañado por un representante de la consejería de cultura del Principado y Don Juan Antonio de Luis Solar, alcalde de Pravia, se encargaron de estrellar una botella de champán virtual contra la tarde de hoy para inaugurar las VIII jornadas de literatura. Entre el público la mezcla de miembros demuestra, como cada año, que la juventud no es sinónimo de originalidad como madurez no lo es de sabiduría y paciencia. Hablando con Jorge Ordaz me encuentro con la insaciable curiosidad de un crío; compartiendo impresiones con Alejandra Sirvent te das cuenta de que desprende un aire sabio, de quien está convencida de que la capacidad de sentir y pensar la belleza y el orden no es inferior a esa belleza y ese orden. Y sentados aquí y allá, José Havel, Eva Vaz, Herrero Montoto, Manuel García Rubio, Miguel Rojo, José Luis Piquero, Pelayo Fueyo… Mientras, Elvira y Covadonga, eficaces hasta la saciedad, mantienen firme el timón de la organización a base de hierro y terciopelo
El primero en tomar la alternativa es Diego Medrano, que presenta al inconfundible Luis Antonio de Villena. Diego es uno de esos tipos que escriben cada página como si fueran la última, y despliega todo el espectro semántico en el preámbulo, para que Luis Antonio nos demuestre entonces que nosotros tenemos los relojes, pero él tiene el tiempo. Habla de escuchar, el placer de escuchar, de entender, no para defender tu opinión ni seleccionar lo que apoye tus teorías, sino para aprehender con el fin de implicarnos moralmente con el vecino. Habla de su sentido terapéutico, de su utilidad para leer la sociedad, habla con pasión, con capacidad para contar, con mucho sentido del humor, habla, habla, habla… y nosotros escuchamos.
A continuación es el turno de Javier Reverte, presentado por la voz profunda y calma de Alberto Piquero. Previamente, compartí mesa y mantel con Reverte y, sinceramente, fue una delicia. Es un tipo irónico, educado, ameno, no sujeto a escalafones ni compromisos. Imprescindible que ustedes lean su última obra, Venga a nosotros tu reino. Y con él llega el placer de viajar; los fríos heladores del ártico y el polvo reseco de los desiertos más herméticos de un planeta en el que de 6500 millones de personas, 191 viven en países distintos al de su nacimiento. Nos habla de lugares donde no te encontraría ni Dios, ni siquiera Google; del choque frontal con la diferencia, de la obligación de redefinirte, de volverte más sensible a lo que acontece a tu alrededor y desarrollar un pensamiento y una estética alternativa. De esa geografía que no es sólo física, sino personal, y que al igual que Drácula nos incita a recorrer las calles atestadas, sumergirnos en el torbellino y la avalancha de humanidad, participar de la vida, del cambio, de la muerte y de todo lo que hace al mundo ser como es.
Cuando los griegos se refieren al arte hablan del ritmo, pero no como un fluir, sino de algo que mantiene al ser humano en sus límites. Argumentan acerca del ritmo de un edificio o de una estatua, piensan en el ritmo de la danza o de la música. En Pravia suena ahora ese ritmo de las estatuas, la danza o la música: suena el ritmo de la literatura, una literatura alejada de los fraudes del mercado, de la consagración de las ventas, de la falta de criterio, de la posteridad en función de las entradas en los buscadores de la red. Una vez que han comenzado sus noches y sus días, y como decía Eric Clapton, lo único seguro en este instante es que no quiero ir a ningún sitio, y eso ya es algo para alguien que antes corría sin parar.
Un año más llega esa fiesta de la literatura asturiana que son las Jornadas de Pravia. Con esta ya son ocho las ediciones alcanzadas por un proyecto que se inició con mucha ilusión y ha ido madurando en cantidad y sustancia. Durante un fin de semana nos reunimos poetas, novelistas, periodistas, editores… y demás gente de la farándula en una comunión literaria, para trazar un mapa de las sílabas, las letras, los puntos y las comas, e incluso de los locuaces silencios de nuestras obras.
En esta ocasión el motivo que nos reúne son los placeres. Unos placeres civilizados, puedo asegurarles, que no tendrán que ver con el libertinaje, sino con la sonrisa, la ironía y el respeto. El placer de escuchar a gente como Luis Antonio de Villena o el placer de viajar que nos refrendará Javier Reverte. El placer de comer, entre cuyas croquetas y gambas blancas me desenvolveré yo mismo, o el placer de sentir con que nos acariciará Eva Vaz. El placer de escribir con que nos deleitará gente como Antonio Valle y el placer de leer ilustrado por Luis Alberto de Cuenca o José Luis Piquero.
Confesiones, lecturas, mesas redondas, canciones y copas canallas, cenas exquisitas, algún beso furtivo, y la incalculable hospitalidad de Pravia. Estoy convencido, una vez pasada la última página, que otro año más se lograra la empresa de dibujar un gran y perfecto mapa de la literatura asturiana.
La noche del domingo, después de cenar con Alan Álvarez -consulten su myspace- y con un periodista vasco-asturiano con el cual creo estar cultivando una de esas amistades que serán duraderas, nos fuimos a tomar coñac a un local cerca de mi casa. Conversar con determinado tipo de gente sólo te hace más inteligente, estoy convencido de ello, y estos dos son de esa calaña. En un momento dado, el periodista dejó su copa-balón y nos miró con decisión.
-Mira, una vez que te has dado cuenta de que nada merece la pena y todo es un engaño, de que tanto lo absoluto como lo comprensivo no nos sirve para seguir viviendo, lo único que tiene sentido son dos cosas: la búsqueda de la belleza y el lujo, el lujo comprendido como la libertad para realizar el menor número de cosas posibles en contra de tu instinto. Lo demás es propaganda.
A Bunbury le han puesto de vuelta y media por coger frases de poetas y no citarlos. Bien, no seamos hipócritas: si cada de nosotros tuviera que citar todo lo que hemos plagiado, homenajeado, imitado, depredado o traspuesto, las obras ¿originales? deberían de venir con un tocho aparte del tamaño del listín telefónico de México DF. Como dice Maradona, el agua caliente ya está inventada, y estoy seguro de que esos poetas han fusilado con la misma fruición con que lo ha hecho Bunbury, yo o el mismo Bach, si nos ponemos. Vale que no se puede coger una hoja o canción entera y apropiártela, pero ideas, frases sueltas y estructuras están ahí para saquearlas, porque de eso trata el arte. Una prueba irrefutable de incultura es escandalizarse por el plagio. Por ejemplo, Plauto se dedicó a saquear modelos ajenos, incluso a veces se distraía y mezclaba fragmentos enteros de Menandro, Difilo y Filemón; Shakespeare plagió a los griegos y luego a todos sus contemporáneos y le parecía una sana costumbre; Thomas de Quincey era un consumado desvalijador, y Lautreamont decía que el plagio es necesario porque el progreso lo implica y actuaba en consecuencia.
Todos los artistas actuamos de prestado, pero el asunto consiste en saber apropiarnos bien de lo ajeno, como si fuéramos abejas que pican en las mismas flores para luego hacer miel, que no es ni tomillo ni mejorana. Hay que fundir todas las piezas que robemos para hacer líquido de oro y crear algo distinto y luego callar aquello que nos ha socorrido y hablar sólo de lo nuestro. Hay que guardar la receta y mostrar sólo el plato, porque el arte y el entendimiento es ver y oír y sacar provecho de todo y sorber la sustancia de los demás, copiar sus patrones, llenarnos y después vaciarnos… Por cierto, este último párrafo acabo de fusilarlo de los Essais de Montaigne. Lo que no dice mi admirado y ladino Michel es de dónde lo ha sisado él.