Cuando los elefantes pelean

| viernes, 24 de octubre de 2008 | 2:20




La economía, como la moda o el arte, se mueve en tres etapas, primero líneas ascendentes y vanguardistas, luego horizontales y clásicas, y por último descendentes, decadentes, barrocas. A esta última se suele llegar por exceso de confianza, es decir, por lo que ya avisaba Keynes de que el personal se gasta los cuartos no dependiendo de los ingresos estables que tenga, sino por las expectativas de futuro. El problema es que esas ilusiones estaban en manos de predadores, comisionistas y revientacajas que campaban por sus respetos y los nuestros, llámense ahorros, pensiones o puestos de trabajo. Estos malhechores no rendían culto a la racionalidad, sino a un nihilismo compuesto por una mezcla de desregularización, privatización y adelgazamiento estatal que ha terminado estallando como un Krakatoa. Para camelarnos, seguían una estrategia de moda en ciertos así llamados restaurantes, donde los camareros se visten de luto riguroso y los platos son gigantes y cuadrados, y todo para meterte una estocada por factura a cambio de una ración escuchimizada con un nombre que suena a tomadura de pelo. Nos convencieron de que subprime era una variedad de caviar beluga, y al final ha tenido que llegar el Estado con el cuchillo jamonero para cortar unas buenas lonchas de los tipos de interés y volver a crear la confianza necesaria para que no nos muramos de hambre.

El problema es que este pata negra que nos avala y consuela con el 15% del PIB a los españoles y con otros tantos por ciento en el resto de países, no lo van a disfrutar sólo los justos, sino también los pecadores. Ante los compromisos de transparencia, rigor y control estos quinquis deben de estar descojonándose pensando en sus paraísos artificiales de las islas Caiman y en sus fiestas, esas que se dan sobre todo para los que no están invitados. Son los mismos que recibían deslumbrantes salarios, primas y dividendos por tasar viviendas por su valor especulativo y no por su precio histórico o razonable, los mismos que ganaron millones con las recalificaciones, los mismos que concedieron créditos e hipotecas suicidas, y que ahora pretenden irse de rositas porque saben, como de nuevo recuerda Keynes, que cuando uno debe una libra, tiene un problema, pero cuando debe un millón, el problema lo tiene el acreedor.

Lo malo es que quien paga el pato son los de siempre, los que han intentado comprarse una vivienda digna. Y que nadie les hable de economía multilateral ni de flujos financieros ni del alza de combustibles ni de activos tóxicos, porque lo único que les interesa es llegar a final de mes.

Cuando los elefantes pelean, lo que muere es la hierba. Y esto no lo dijo Keynes.