La herencia de Joseph Goebbels no tendrá fin. Mi malvado favorito sigue dando clases magistrales desde su chamuscada tumba a los políticos de nuevo cuño. Su manera de utilizar el lenguaje como una ciencia a fin de convencernos de que los perros en llamas se pueden acariciar, tiene su continuidad en un nuevo diktat de la cosmética política: el storytelling.
La herencia de Joseph Goebbels no tendrá fin. Mi malvado favorito sigue dando clases magistrales desde su chamuscada tumba a los políticos de nuevo cuño. Su manera de utilizar el lenguaje como una ciencia a fin de convencernos de que los perros en llamas se pueden acariciar, tiene su continuidad en un nuevo diktat de la cosmética política: el storytelling.
La economía, como la moda o el arte, se mueve en tres etapas, primero líneas ascendentes y vanguardistas, luego horizontales y clásicas, y por último descendentes, decadentes, barrocas. A esta última se suele llegar por exceso de confianza, es decir, por lo que ya avisaba Keynes de que el personal se gasta los cuartos no dependiendo de los ingresos estables que tenga, sino por las expectativas de futuro. El problema es que esas ilusiones estaban en manos de predadores, comisionistas y revientacajas que campaban por sus respetos y los nuestros, llámense ahorros, pensiones o puestos de trabajo. Estos malhechores no rendían culto a la racionalidad, sino a un nihilismo compuesto por una mezcla de desregularización, privatización y adelgazamiento estatal que ha terminado estallando como un Krakatoa. Para camelarnos, seguían una estrategia de moda en ciertos así llamados restaurantes, donde los camareros se visten de luto riguroso y los platos son gigantes y cuadrados, y todo para meterte una estocada por factura a cambio de una ración escuchimizada con un nombre que suena a tomadura de pelo. Nos convencieron de que subprime era una variedad de caviar beluga, y al final ha tenido que llegar el Estado con el cuchillo jamonero para cortar unas buenas lonchas de los tipos de interés y volver a crear la confianza necesaria para que no nos muramos de hambre.
Lo malo es que quien paga el pato son los de siempre, los que han intentado comprarse una vivienda digna. Y que nadie les hable de economía multilateral ni de flujos financieros ni del alza de combustibles ni de activos tóxicos, porque lo único que les interesa es llegar a final de mes.
Cuando los elefantes pelean, lo que muere es la hierba. Y esto no lo dijo Keynes.
Esta vez mi sentido arácnido falló estrepitosamente. Por lo general, puedo oler a un cultureta como los tiburones huelen una gota de sangre: a treinta kilómetros. Y entonces hago lo contrario del bicho, es decir, huir como alma que lleva el diablo. Pero esta vez falló. No sé a qué fue debido, en serio, quizás al vino español, o a que estaba pendiente de una de las azafatas del Círculo de Bellas Artes, que tenía un aire a mi adorada Connie Nielsen, o simplemente que estaba en Babia. El resultado fue que cuando terminó la presentación, allí estaba, como el dinosaurio de Monterroso. El cultureta me miraba con sus ojillos de cultureta y su rictus agrio y mezquino sojuzgando a los mortales por no sufrir tanto ni ser tan sensibles como él. De inmediato, el cultureta comenzó a hacer lo que normalmente hacen los culturetas, preguntarme si estoy escribiendo alguna novela -para comprobar si por algún afortunado albur tengo sequía creativa-, y si así es cuándo sale -para hacerle un seguimiento a fin de comprobar que no vendo tanto como con la anterior y buscar las críticas que me pongan a parir-. A continuación, sin apenas dejarme responder, el cultureta sigue haciendo lo que normalmente hacen los culturetas, intentar que se le conceda la atención enfermiza que ellos creen que merecen y dar la lata de una manera grandilocuente. Tieso como una escoba, comienza con los habituales comentarios gratuitos y oportunistas sobre los otros culturetas a quienes tiene que hacer la pelota, sigue con las frases cargantes y supuestamente profundas que mantienen su fama de cultureta, y por último da la tabarra con la posteridad. Yo siempre me he preguntado a qué se debe que los culturetas tengan esa fijación con la posteridad, con esa placa en una calle que nadie reconoce o esa estatua que cagan las palomas y mean los chavales del botellón o esa entrada en un diccionario que nadie lee. En fin. El cultureta sigue haciendo concesiones a su vanidad y me larga que cree que su obra perdurará, porque él tiene que decir algo al mundo y a las generaciones venideras, me suelta que se está preparando para ello ordenando sus manuscritos y archivando sus notas -originales, los llama-, y que incluso cabe la posibilidad de que se cree un premio o una biblioteca o una fundación con su nombre, o todo a la vez. Mientras me cuenta todo eso, yo no paro de mirar al cultureta con diplomacia y algo de pena, de ser testigo de su pueril miedo a la muerte y su inútil intento de perpetuarse. Y me pregunto si su mezquino y cargante ego no le deja ver la realidad. Una realidad en que los escritores se mueren y desaparecen del mapa borrados por el empuje de los vivos. En que de vez cuando las modas pasajeras sacan a alguno del olvido para volver a desaparecer en el barullo de la historia. En la burbuja del mercado literario que engulle y mastica y luego caga generaciones de escritores con mucho más talento que el del cultureta. En la progresión geométrica del ruido informativo actual, en la cantidad de medios con los que hay que competir, en nuestro inútil intento de que las lágrimas no se pierdan en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Finalmente, el cultureta, que estoy seguro de que no sabría encajar el éxito porque tampoco sabe asimilar su fracaso, se despide de mí con esa sonrisilla de superioridad de quien se sabe enviado por los dioses y ha demostrado que es un autor coherente -es decir, poco leído- a un autor comercial -es decir, leído-. Y entonces yo sólo me hago una pregunta: ¿hace cuánto que este cultureta no echa un kiki en condiciones?
Ah… oigo pronunciar la palabra NASA y escucho los vientos solares, el ruido galáctico, los agujeros negros, la energía oscura, las gigantes rojas, las enanas blancas, las cuerdas y supercuerdas, los agujeros de gusano, el túnel cuántico, el horizonte de sucesos… NASA, como todas las palabras anteriores, suena a algo equidistante entre álgebra y música, y a mí siempre me hace rebosar orgullo que una fortuita ocurrencia cósmica, una diminuta ramita en la enorme arborescencia de la zarza de la vida, como nos define Stephen Jay Gould, haya logrado crear la NASA y con ella superar nuestro eterno miedo a elegir entre libertad y seguridad, y jugarnos los cuartos en una partida gigantesca en la que nuestros faroles se llamaban Explorer, Voyager, Mariner, Columbia, Galileo, Apollo, Pioneer, Viking, Hubble, Phoenix Lander, Estación Espacial Internacional…
Ahora que la NASA cumple cincuenta años es el momento de recuperar aquel impulso abandonado cuando perdieron a su enemigo íntimo, la URSS, que tanta caña les dio y que sin duda fue el acicate que les hizo realizar todas aquellas proezas legendarias. The Right Stuff, Lo que hay que tener, es una frase que repetían constantemente en Elegidos para la Gloria, la épica, irónica y desmitificadora novela de Tom Wolfe -brillantemente adaptada al cine por Philip Kaufman-, en la que narra los primeros pasos de la frenética y a veces suicida carrera espacial estadounidense, protagonizada por tipos tan geniales como chiflados que la noche antes de meterse en un cacharro volador para batir el récord de velocidad o rozar la estratosfera con el morro de sus aparatos, se estaban emborrachando en un bar perdido en medio del desierto. Si necesitaban algún enemigo íntimo para recuperar lo que hay que tener, que no se preocupen, los chinos y sus taikonautas han cogido la antorcha y ahora ponen en órbita algo más que las patatas que les reprochaba Mao. De hecho, los americanos ya van cayendo del guindo y han empezado por algo: contra el diseño del logotipo gusano, han vuelto a recuperar el de toda la vida, el diseño albóndiga, con el que lograron sus conquistas más atronadoras.
Ahora que se acaba una época y comienza otra y nadie sabe cuáles serán sus perfiles; ahora que la política fracasa como instrumento regulador de miserias y desajustes sociales, en estos tiempos descreídos y antiépicos, nos queda otra justicia poética diferente fuera de la Tierra, un futuro que pasa por la conquista del Cosmos, como aseguro Neil Armstrong en la celebrada gala del Smithsonian en Virginia. Si bien ha habido desastres, Columbia, Challenger… el mayor desastre sería olvidarnos de la responsabilidad que tenemos para con las generaciones futuras, depositadas de momento en el desarrollo de la futura cápsula Orion, que debería despegar en el 2014 con la Luna como objetivo, el paso previo a grabar las estrías de nuestras botas espaciales en el rojizo polvo de Marte. Y que los talibanes de toda calaña sigan prohibiéndonos hacer volar cometas. Je.
El grupo se llama 30 seconds to Mars. La canción, The kill. Los tipos hacen unos vídeos espléndidos, pero adivinen a qué película hace referencia éste en concreto. A propósito, hay sorpresa: el cantante es el actor Jared Leto. Yo tampoco sabía que tenía un grupo.
Vielen dank für die Empfehlung, geliebte Otti.
En las afueras de Berlín, junto al lago de Wannsee, hay un área de vacaciones para la gente más acaudalada, una zona hermosísima repleta de mansiones, bosques, puertos deportivos y playas, que guarda un secreto abominable: la Casa de la Conferencia. Aquí, en esta lujosa e idílica mansión, el 20 de enero de 1942, se celebró una reunión entre Reinhard Heydrich y otros 14 oficiales de las SS, entre los que se contaba Adolf Eichmann, para decidir la Endlosung, la Solución Final, y determinar la exterminación de 11 millones de judíos de toda Europa.