En una de esas sobremesas que se alargan infinitamente, salió el tema recurrente de la amistad. Comenzamos a hablar de los esfuerzos y avatares que conlleva mantener las amistades, y más en estos tiempos donde todos hemos sufrido en mayor o menor grado los rigores de las decepciones. Al final, concluimos dos reglas para que las amistades tengan alguna vocación perdurable:
1-Los amigos no pueden trabajar contigo o ejercer el mismo oficio -evitamos las conjuras por competencia-.
2-A los amigos debe irles bien en la vida -evitamos las conjuras por envidia-.
Tras esta destilación, mi contertulio me miró con profunda desolación: "y aun así, Nacho, esto no nos asegura nada...".
Ayer fui a cortarme el pelo: Cuánto tiempo, Ignacio, me saludó. Sí, hacía mucho que no venía. ¿Te estás dejando el pelo largo? La crisis de los cuarenta, ya sabes. Pero si eres de mi quinta, cuarenta y dos. Parece que se está alargando. ¿Y cómo te lo dejo? Hazme las puntas, quiero dejarme coleta. Okei, ponte cómodo. Mi peluquero me colocó el babero y comenzó a mojarme el cabello. Nos pusimos al día de nuestras cuitas y avatares, y le pregunté cómo iba el negocio. Jodido, respondió, porque la gente está jodida. La mitad de mis clientes ha perdido el trabajo, y cuando llegan a este sillón te cuentan sus desgracias, y mira, uno no es de piedra. Hubo una temporada en que llegaba a casa con la cabeza como un bombo. Mi peluquero comenzó a chascar las tijeras con habilidad y prosiguió: Ignacio, aquí siempre se ha hablado de fútbol, de tías, de lo de siempre, pero llegó un momento en que la gente solo hablaba de la pena negra, del miedo a perder el trabajo, o de la frustración y la incertidumbre cuando lo había perdido. Muchos también decían que se volvían a sus pueblos. Y así hasta que llegó un momento en que quedaron saturados de malas noticias y se paralizaron. Ya no iban a manifestaciones, ya no se cagaban en los políticos, ya ni siquiera se quejaban. Mi peluquero cambió el ángulo de la tijera y siguió en silencio como un Eduardo Manostijeras castizo. ¿Y ahora como les ves?, abundé. Pues ahora vienen comentando el programa del Wyoming y parece que se ríen un poco más, también recuerdan cuando los abuelos les decían que ahorrasen y pensaban que chocheaban, eso era cuando España eran capaz de organizar Juegos Olímpicos, la soberbia de ser español, y tal. ¿Y cómo piensas que va a acabar esto?, inquirí. Ni idea, Ignacio, y más teniendo en cuenta que los que votaban a sus partidos siguen haciéndolo con las excusa de que si Bárcenas hizo esto, con los ERES hicieron lo otro. Lo único que tengo claro es lo que nos ha ayudado a aguantar. ¿Y que fue?, me interesé con curiosidad. Los pantaloncitos cortos esos que han estado de moda este verano. Las chicas pasando arriba y abajo con el culo al aire, eso ha levantado la libido del personal. Ah, exclamé. Y bueno, Ignacio, te lo dejo así o lo corto algo más.
Los cuentos de Enrique Serna rezuman sexo y mala leche. O al menos los compilados en “La ternura caníbal“, el libro editado por Páginas de Espuma. El contar de este escritor mexicano puede resumirse fielmente en la frase de unos de sus relatos: “empezaba a brotar el lodo por debajo de la leyenda áurea”. Una visión perspicaz de la vida como demolición, una eterna lucha de clases y sexos. Y, sobre todo, ese instinto insuperable de una libido que impregna hasta los resquicios más ocultos de nuestra personalidad, ese “egoísmo salvaje de los cuerpos en llamas“. No es un libro redondo, pero tampoco creo que lo pretenda, e incluso en los cuentos en los que falla el KO final o son directamente previsibles, siempre hallamos un elemento apreciable. En el “Entierro maya” juega con una amarga ironía estancada en los cangilones de una inacabable noria de rencor; en “Soledad coronada” dispone una venganza que a pesar de su éxito no acaba de redimir al perdedor de su eterna condición; en “La vanagloria” nos habla del pozo de Danaides que es el ego de un artista, a todas luces imposible de llenar, un tema que también explota en “Los reyes desnudos“, la miseria del talento, la rivalidad que lleva a la condescendencia y la falta de admiración, ergo, la ruptura; en “Material de lectura” construye una de esas relaciones longevas a base de añadir ladrillos de desprecio mutuo -esenciales las digresiones sobre “El Código Da Vinci”-, etc... Quizás las historias que más decepcionen son la de la pareja de swingers, “Drama de honor”, debido precisamente a que su rabioso crescendo no está resuelto a idéntica altura, y “Cine Cosmos”, un retrato del amor homosexual y decadente al que podría habérsele sacado más jugo. No obstante, mi cuento preferido es el magnífico “El converso”, con un lujurioso cura como protagonista, pecador, descacharrante, contradictorio y sufriente, con el que pasarán de la carcajada al dolor y de la rijosidad al terror sin que sepa ni cuándo ni cómo. En todo caso, Enrique Serna es claro, consciente de ser un Tusitala y de querer hacer honor al título en cada página. Un tipo serio que les hará reír.
Gastronomías del mundo mundial: Días mexicanos
De IGNACIO DEL VALLE | domingo, 8 de septiembre de 2013 | 16:54
Entrante: Escamoles o huevas de hormiga
Plato: Mixiote de carnero. Cerveza Victoria. También vale Montejo.
Postre: Chongos zamoranos.
Digestivo, o sea, copazo: Ron Abuelo, 7 años. Entra solo.
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