La danza en la oscuridad

| viernes, 3 de abril de 2009 | 0:48

El settecento fue un siglo crítico para la República veneciana, el esplendor se acababa y comenzaba una etapa de decadencia tanto en la política, como en la economía y la sociedad. No obstante y como siempre, fue el arte quien vivió unos momentos insuperables en una ecuación histórica constante. En los momentos actuales, en pleno desplome global y con la crisis royéndonos los dedos de los pies, no vislumbro aún tal proceso en la geometría mundial, quizás y esperanzadoramente porque no hemos perdido del todo el aliento. No obstante, y si el arte es lo que decía Klee que era, es decir, hacer visible lo invisible; si el arte es hacer algo natural a través de la artificialidad; si el arte deja de estar domesticado en los momentos menguantes de toda sociedad y se sublima, entonces el otro día, mientras veía la película Cerezos en flor, se produjo a mi alrededor la segunda caída del Imperio Romano.


En esta espléndida cinta de la directora alemana Doris Dörrie, sensible e intencionadamente asiática -a veces parece una obra de Kim Ki-du o Kitano-, acerca de la soledad, la monotonía, los amores crepusculares y lo inesperado de la vida, que nos conmueve y nos hace reír al tiempo, aparece el bailarín Tadashi Endo. Y en esa fugaz danza que ejecuta, el Ankoku Butoh, la danza en la oscuridad, algo jamás visto por un servidor, entreví un grado cero en el arte, una trascendencia con los pies en el suelo, y entonces fui yo quien perdió el aliento. Son apenas unos minutos, un extrañísimo sincretismo de baile Nÿ, flamenco, danza expresionista alemana y capoeira en la que la técnica va ahondando capa tras capa en el interior del cuerpo, para intentar atrapar la luz y la sombra, el nacimiento y la muerte, el ser y el no ser, hasta llegar a lo que Tadashi define como encontrar al muerto que hay en cada uno de nosotros. Los muertos sueñan con nosotros, dice, los muertos sueñan… Y por un momento, algo muy fugaz, muy Mono No Aware, esa expresión japonesa que sirve para expresar el esmero extremo, el amor hacia todas las cosas incluso en los detalles más ínfimos, debido precisamente a lo efímero, perecedero y transitorio de todo, digo, por un momento, yo me fundí en esa danza de la oscuridad, en su conciencia aguda de la melancolía. Sin embargo, descuiden, porque a modo de cortafuegos también deseé con firmeza que toda esa intensidad artística no se cargase definitivamente la economía.