NOSTALGIA DEL CAZADOR
Hace un año y pico, cuando estaba promocionando los emperadores extraños, recuerdo que una de mis paradas fue Valladolid. Recuerdo también que allí me presentó un escritor local, llamémosle J., de unos 60 años, un tipo entrañable y muy sabio en sus apreciaciones, y que tenía un estilo de dietario parecido al de Josep Pla. Recuerdo que durante la comida y cena que compartimos yo no paraba de tomar notas mientras él hablaba, ciertamente era todo un personaje capaz de soltar frases del tipo "el mayor espectáculo del mundo es la bondad" de una manera natural, sin impostación, como si pidiera el pan u otra botella de vino. Toda una veta aurífera para un escritor.
Esa noche, después de la cena, fuimos a pasear por la plaza mayor de Valladolid. Y recuerdo que en un momento dado de nuestra pausada conversación, cruzaron por delante un grupo de adolescentes, unas primorosas, turgentes y escandalosas lolitas que, en aquella noche de viernes, se dirigían hacia la zona de copas. Cuando pasaron él se detuvo, y las siguió con una mirada melancólica, de una profunda nostalgia. Luego me cogió del brazo con fuerza y me dijo:
-Ignacio, tú todavía no lo entiendes, pero créeme: en el instante en que dejamos de cazar, en cierta manera, empezamos a morir.
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2 comentarios:
Joder, me has amargado el dia.
Tampoco es para tanto, hombre. A mí me parece que la frase podía tener algo de boutade, a medida que te haces mayor las prioridades cambian, y cosas que antes te parecía imposible prescindir de ellas, luego te aburren. En fin, hay que saber ir adaptándose a los años, es la base del éxito antropológico. Pero sobre todo, hay que saber retirarse a tiempo de todo. De hecho, es un arte.
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