| miércoles, 4 de junio de 2008 | 0:02


LOS SIGLOS CONTADOS


Los libros tienen los siglos contados. De momento, ésa es la conclusión que extraigo de mi estancia en la Feria del Libro de Madrid. Ese objeto sentenciado -lo queramos o no- por las nuevas tecnologías parece que no acusa la crisis, creciendo su facturación en un 6%, dicen que por la confluencia de los fenómenos superventas como Zafón o Ken Follet, por la reducción de los programas de los grandes grupos, por el incremento de la compra de las bibliotecas públicas, por el dinamismo de las pequeñas editoriales, por el crecimiento del número de lectores y por el darwinismo que hace que las pequeñas librerías que sobreviven se conviertan en algo parecido a esas bacterias que han aprendido a blindarse genéticamente contra los antibióticos. Si acaso, se ha producido un fenómeno singular, y es que las horquillas de ventas se han extremado, es decir, que lo que se vendía bien ahora se vende muy bien y lo que mal, ahora fatal. Totalizando, se editan al año 70.000 títulos, y la industria editorial mueve unos 4.000 millones de euros, lo que se traduce en el 0,7% del PIB.
Al margen de los autores como marcas comerciales, del libro como espectáculo, de su mercantilización, de los circuitos literarios, de la mercadotecnia, de todo ese funcionariado del espíritu, con su profusión y bullicio, queda la experiencia individual, el placer de leer. El libro como objeto desaparecerá algún día, cuando los soportes digitales logren la calidad necesaria, pero la literatura permanecerá siempre, porque su materia es la imaginación del lector, y ésta no tiene límite. Es una experiencia intensa, apasionante, personal e intransferible, que está muy por delante del comentario oficial de la crítica, siempre anclada cien pasos por detrás del lector medio. Porque la lectura no ha de ser fatigosa, ni seria, ni rigurosa, ni tediosa, ni abominablemente aburrida, como promulgan los cenizos de siempre, que siguen confundiendo profundidad con pesadez, sino divertida, luminosa e iluminadora, entretenida, emocionante e inolvidable. Como El Gran Gatsby, como Memorias de Adriano, como El Conde de Montecristo, como Crimen y Castigo, como El amor en los tiempos del cólera, como El hombre rebelde, como lo que ustedes quieran.
Tan así tiene que ser, que cuando entramos en una biblioteca o librería, sentimos esa silenciosa excitación ante los anaqueles ordenados y prometedores con historias de hoy y de hace siglos, igualmente frescas; ese estrés ante la demora que tenemos por delante para pensar el sentimiento y sentir el pensamiento. Basta ya de hablar de libros para minorías, de imposturas aristocráticas, de gran literatura: literatura sólo hay una, y nos pertenece a todos, como nos pertenecen a todos Homero, Cervantes o Celine. La literatura es una virtud que nos hace la vida más llevadera, nos da más profundidad de visión, más herramientas de juicio, más espíritu crítico y nos enseña a mirar, a ser más conscientes, más intensos, más lúcidos y por lo tanto más reales. Y al mismo tiempo es nuestro segundo rostro, caprichoso, desordenado, contradictorio, nebuloso, como lo son todos los vicios impunes.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Está lo digno y está lo indigno. Y a cada momento hay que decidir. Equivóquese y estará dando vueltas por ahí, pero estará usted muerto.