| lunes, 9 de julio de 2007 | 13:54


DÍAS DE INVIERNO EN MARTE

Hay cosas a las que uno no puede acercarse ni con escepticismo ni con calma. Una de ellas es el cambio climático. Y eso se debe a que las cosas suelen estar prefiguradas por lo que las rodea, es decir, que por eso no se encuentran precipicios profundos pero buenos que dejan que te equivoques y no te matan cuando caes en ellos. Nosotros llevamos demasiado tiempo tentando esa caída, introduciendo día a día una bala más en el tambor del revólver con el que suicidarnos como raza. Mientras calentamos el planeta a una velocidad doce veces superior a normal y se cocina la mayor catástrofe de la historia -que ríanse ustedes de las guerras mundiales-, ocho señores en una ciudad de Alemania no fueron capaces de ponerse de acuerdo en un plan para recortar las emisiones de gases. La lógica de algunos países como China o India es que los que deben encargarse de enfriar el planeta han ser los países ricos, que son los que han hecho caja a base de echar humo, que ahora les toca a ellos; la respuesta de Estados Unidos es que o caldo para todos o matamos a la gallina. A ninguno le falta razón, pero todos están equivocados. Creyendo que luchan por un futuro sostenible y de bienestar para sus hijos, lo que hacen es liquidar directamente el futuro. Los expertos mantienen que a este ritmo la temperatura en el planeta subirá entre uno y medio y seis grados en 2100, o sea, a la vuelta de la esquina. En puridad, bastará con que suba dos grados para que el hielo que encontraremos en los Polos o en el Himalaya no nos dé ni para las piedras del whisky y, en un efecto dominó, los ríos se conviertan en un recuerdo de postal, miles de personas se mueran de sed y el nivel del mar nos suba hasta la barbilla, un mar que se irá convirtiendo poco a poco en una sopa muerta, llena de bacterias y medusas. ¿Que soy un exagerado? Respóndanme sólo a una sencilla pregunta: ¿cuándo fue la última vez que recuerdan un invierno de mármol, de esos que disfrutábamos cuando éramos unos críos porque no podíamos ir a clase, debido a que el suelo era una plancha de cristal? Una cosa es creer en cosas que no son y otra en cosas que no pueden ser, trátese de triángulos redondos, elefantes voladores o que el planeta sigue indemne después de utilizarlo como retrete los últimos ciento cincuenta años. Quien mejor definió la causa de este desastre fue Thoureau, que vino a decir que quien pasea por un bosque sólo para disfrutar de él lo llaman holgazán, y quien lo tala indiscriminadamente y quema el terreno será elogiado como emprendedor hombre de negocios. Entre esa afirmación y el día de furia del ejecutivo bilbaíno que destrozó el cráneo de su hija en su apartamento londinense, seguramente acosado por los demonios de estrés, o el suicidio sistemático de currantes japoneses y alienados -no necesariamente por este orden-, sólo median esos ciento cincuenta años. La primera globalización quería comprender el mundo para dominarlo, con la meta de ser más libres y más felices; hoy la globalización quiere competir sin más, se ha convertido en una meta en sí misma sin recibir a cambio más libertad y más felicidad, pero nutriéndose de Himalayas, mares, ejecutivos bilbaínos y currantes japoneses. Tenemos que volver a trazar una frontera entre lo laboral y lo personal, porque a menos que no empiecen a salir las cuentas, nuestros nietos verán el próximo invierno en las futuras colonias de Marte. Eso si hay billete.

2 comentarios:

Fernando Alcalá dijo...

Hay veces que una entrada dice tanto y tan bien que cualquier cosa que le añadamos sobra. Sin embargo, a mí lo que me gustaría es saber dónde comprar un billete de esos. No por nada, sólo por si las moscas...

http://community.livejournal.com/fertextos/

Begoña Argallo dijo...

Tremendo y lúcido a la vez, en verdad que da para la reflexión. Algo debería de hacerse para que al menos nos quede un poco de hielo para el refresco en plena ola de calor :)
Reflexionaré acerca de esto. Me voy a mi silla de pensar.