Si voy a El Prado, hay dos cuadros con los
que tengo siempre una cita: El paso de la laguna Estigia, de Joachim Patinir, y El triunfo de la muerte, de Pieter Bruegel el Viejo. En estos días se ha procedido
a restaurar los colores originales de la tabla, y la enunciación de la
inevitabilidad de la muerte sobre todo lo mundano se muestra en toda su gloria,
tanto en la brillantez de sus rojos y azules como en la aparición de detalles
inusitados bajo los repintes y restauraciones. Cuando contemplas el espectáculo,
sabes que Bruegel sabía: la danza de la muerte, el Juicio Final, los batallones
de esqueletos -siempre me acuerdo de los de Ray Harryhausen en “Jasón y los
Argonautas”-, las fauces de lnfierno, recién abiertas. Frente a tanta
barrabasada que pasa por arte, la virguería de Bruegel fulmina cualquier
pretenciosidad y, citando a Murakami, convoca el misterio que hace que las
piedras floten y los corchos se hundan. Los muertos están aquí para llevarse a
los vivos, regimientos de esqueletos, a pie y a caballo, otros que amenizan la
carnicería tocando instrumentos musicales. Carretas llenas de calaveras,
decapitaciones, perros que mordisquean bebés, sodomizaciones, reyes a quienes
la púrpura no libra de la arena del tiempo… Uno de los esqueletos es especialmente
terrorífico: blande una guadaña mientras cabalga arramblando con todo. Los
muertos caen sobre los vivos, una marabunta ósea que realiza el censo de todas
las posibles maneras de morir; el cielo abrasado, la conflagración universal,
los ataúdes desenterrados, la carne sanguinolenta. El hombre, como animal social y cultural que es, no soporta la naturalidad de la
muerte, tiende a pensarla, categorizarla, legislarla, pero Bruegel ejerce de
demiurgo de nuestros vicios y miedos y me propone una tonificante catarsis
que, contrariamente a lo que se podría suponer, ejerce de fulcro para mi buen humor
y salgo siempre con ganas de disfrutar el tiempo que me queda, de ser aquel
Sísifo feliz que escribía Camus. La muerte está ahí, y sucede, en cualquier
momento, porque ocupa todos los resquicios, y contra ella no cabe desenvainar
la espada o rezar o entregarse a ella por voluntad propia o correr para
salvarse: la muerte es aquí y ahora y en todo lugar y en todo tiempo, y cuando
suceda ya no estaremos. Morir no es nada, lo único grave es estar muriéndose,
eso es lo único de lo que hay que preocuparse: que sea algo rápido y limpio.
Entre tanto, seguiré disfrutando de este símbolo que contiene todos los
símbolos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario