En cuestión de vodkas, tengo por seguro que el rey es el Beluga ruso. Pero este vodka lituano es delicioso. Lo descubrí en un viaje a Vilnius: el primer sorbo helado fue seda, y después el paladar contaminado por el tallo de trigo que flota en el interior de la botella le provee de unos matices singulares que les aconsejo explorar. Además es barato. Son 70 centilitros de placer.
Si voy a El Prado, hay dos cuadros con los
que tengo siempre una cita: El paso de la laguna Estigia, de Joachim Patinir, y El triunfo de la muerte, de Pieter Bruegel el Viejo. En estos días se ha procedido
a restaurar los colores originales de la tabla, y la enunciación de la
inevitabilidad de la muerte sobre todo lo mundano se muestra en toda su gloria,
tanto en la brillantez de sus rojos y azules como en la aparición de detalles
inusitados bajo los repintes y restauraciones. Cuando contemplas el espectáculo,
sabes que Bruegel sabía: la danza de la muerte, el Juicio Final, los batallones
de esqueletos -siempre me acuerdo de los de Ray Harryhausen en “Jasón y los
Argonautas”-, las fauces de lnfierno, recién abiertas. Frente a tanta
barrabasada que pasa por arte, la virguería de Bruegel fulmina cualquier
pretenciosidad y, citando a Murakami, convoca el misterio que hace que las
piedras floten y los corchos se hundan. Los muertos están aquí para llevarse a
los vivos, regimientos de esqueletos, a pie y a caballo, otros que amenizan la
carnicería tocando instrumentos musicales. Carretas llenas de calaveras,
decapitaciones, perros que mordisquean bebés, sodomizaciones, reyes a quienes
la púrpura no libra de la arena del tiempo… Uno de los esqueletos es especialmente
terrorífico: blande una guadaña mientras cabalga arramblando con todo. Los
muertos caen sobre los vivos, una marabunta ósea que realiza el censo de todas
las posibles maneras de morir; el cielo abrasado, la conflagración universal,
los ataúdes desenterrados, la carne sanguinolenta. El hombre, como animal social y cultural que es, no soporta la naturalidad de la
muerte, tiende a pensarla, categorizarla, legislarla, pero Bruegel ejerce de
demiurgo de nuestros vicios y miedos y me propone una tonificante catarsis
que, contrariamente a lo que se podría suponer, ejerce de fulcro para mi buen humor
y salgo siempre con ganas de disfrutar el tiempo que me queda, de ser aquel
Sísifo feliz que escribía Camus. La muerte está ahí, y sucede, en cualquier
momento, porque ocupa todos los resquicios, y contra ella no cabe desenvainar
la espada o rezar o entregarse a ella por voluntad propia o correr para
salvarse: la muerte es aquí y ahora y en todo lugar y en todo tiempo, y cuando
suceda ya no estaremos. Morir no es nada, lo único grave es estar muriéndose,
eso es lo único de lo que hay que preocuparse: que sea algo rápido y limpio.
Entre tanto, seguiré disfrutando de este símbolo que contiene todos los
símbolos.
No soy fan del señor Sánchez
-quien haya leído mis artículos sabe lo que pienso de él-, pero me
ha sorprendido y me interesa el gobierno que ha pergeñado. Acerca del
-vilipendiado en las redes- ministro de Cultura, digo lo mismo: todo el mundo merece
una oportunidad, y más contemplando los anteriores ministros, que excelencia
artística no implica capacidad de gestión, y viceversa. Solo recordar la
lección de Barrio Sésamo que nos regaló Torreblanca: la socialdemocracia utiliza los mecanismos de la
economía de mercado para crecer y los mecanismos estatales para redistribuir el
crecimiento económico logrado. Crecer para repartir, nunca repartir antes o a
costa de crecer. A día de hoy, ya no me interesa demasiado la ironía posmoderna
o si mezclas la ropa blanca con la de color en política, lo que busco es
eficacia, que el país siga funcionando y que continúe unido. Si el señor
Sánchez, después del lamentable balance que lleva acumulado es capaz de
aprender de sus errores y ser venero de un gobierno equilibrado, no seré yo
quien lo acuchille. Ya lo decía Cicerón: una nación puede sobrevivir a los
locos y a los ambiciosos, pero no puede sobrevivir a la traición desde dentro.
Respecto a la paridad o que haya más o menos gays, digo también lo de siempre:
solo me importan los méritos, el sexo o la orientación sexual me da exactamente
lo mismo. Si las intenciones del señor Sánchez son repetir los afeites del señor
Zapatero, mal vamos: por sus obras los conoceremos. El problema evidente es que
no sé si tendrán tiempo u oportunidad para trabajar, y también me preocupan las
promesas que se puedan hacer a cencerro tapado a los golpistas catalanes -que
todavía no conocemos-, así como las concesiones a partidos soberanistas y
formaciones autonómicas. Respecto a un hombre como Sánchez -que estoy
convencido milita en la sentencia gramsciana acerca de que la victoria,
profesionalmente hablando, es un fin en sí misma-, pensar que se puede
convertir en un estadista de la noche a la mañana solo puede entenderse desde
la superstición. Dicho lo cual, les deseo suerte para enfrentarse en estos
meses al asedio de colmillos retorcidos: lo importante es que España funcione y
no ceda a chantajes, que España converja con Europa y que no extravíe el maná público.
Ahorrémonos el pesimismo, que solo es útil en épocas de gloria.
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