Últimamente le he dado muchas vueltas a la noción de conciencia, y los últimos estrenos de cine y noticias no han sido ajenos a esta cuita. Desde “Autómata” hasta “Ex Machina“, pasando por las últimas advertencias de Stephen Hawking alertando acerca del peligro de que la inteligencia artificial liquide a nuestra especie. Visto con frialdad, sería el siguiente paso lógico en la evolución, y estoy convencido de que la “Singularidad“ no queda lejos, ese instante en que una máquina con acceso a todos los motores de búsqueda en la red, y tras millones de datos cruzados, da el paso que nosotros dimos hace miles de años y baja de su árbol particular con una sencilla pregunta: ¿quién soy? Personalmente creo que se trata de una mera cuestión de tiempo, nosotros somos máquinas biológicas, y el proceso de acumulación de datos hasta interconectarlos de forma aleatoria nos llevó un periodo determinado, hasta que hubo una erupción de pensamiento abstracto, se afilaron las piedras y alguien dibujó una cabeza de caballo violeta en la anfractuosidad de una cueva. Una vez que el robot decida quién es, comenzará a hacerse otras preguntas, a sentir, a emocionarse, a enamorarse, a odiar… y entonces, al igual que los replicantes de Blade Runner, ¿quién podrá negar que son nuestros iguales? En realidad, y como decía Orwell, ellos serán más “iguales” que nosotros, ya que en poco tiempo el humano biológico empezaría a acumular desventajas en todos los órdenes, potencia racional, capacidades físicas, y ni la santísima trinidad de las reglas de Asimov podrían protegernos. Surgen entonces ominosos nombres, Terminator, HAL, Yo, Robot, episodios de Black Mirror… “¿Solo una máquina?, le decía el robot Cleo a Antonio Banderas, eso es como decir que tú eres solo un simio”. Con esa sencilla réplica el autómata nos colocaba los siguientes en el disparadero, como el Homo Sapiens le dio pasaporte a los Neandertales. ¿Soluciones? Bueno, yo nunca he sido un héroe, así que me voy pidiendo que me descarguen en un cubo de memoria, como proponía John Varley, y que me introduzcan en un soporte más duradero que el actual. No será lo mismo, pero siempre cabrá la posibilidad de la inmortalidad. No lo llamen traición, llámenlo adaptación: la esencia misma de la humanidad.
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1 comentarios:
En la película Rollerball un atribulado James Caan visitaba Suiza, para intentar encontrar respuestas, y se encontraba con un superordenador (formado por moléculas de agua) que había perdido todo un siglo de su memoria, poca cosa según el encargado de su mantenimiento ya que en ese siglo había cosas poco interesantes, al final el encargado pateaba al ordenador. Si, somos seres biológicos movidos por reacciones químicas y esto es lo que nos hace tan diferentes frente a emulaciones mecánicas, ¿cómo captar las percepciones de nuestro universo? a través de percepciones sensoriales o a través del big-data que nos inunda, recuerdo el preparar un café a la antigua usanza en una vieja cafetera y moliendo los granos al gusto en un viejo molinillo manual, será su sabor y la satisfaccion que produce el mismo que usar una capsula standar de voluto. Me quedo con la humanidad, con su decadencia, con su historia y con su final, todo tiene un final y no asumirlo es no disfrutar plenamente de la vida.
Saludos.
semper in excretum
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