Las últimas estadísticas del cine español confirman el absoluto desarbolamiento del modelo. Como si nos hubiera pasado por encima una carga de elefantes cartagineses, la facturación, los rodajes y los presupuestos se desplomaron, mientras el paro se elevaba como el helio. ¿Cuándo se darán cuenta los gobiernos de que el cine es una cuestión de estado? No se trata únicamente de incentivos fiscales o modelos de financiación, sino de una poderosa y eficacísima herramienta para la imposición de la idea de España en el mundo. Los gringos captaron hace mucho este concepto, utilizando las cámaras para la creación del imaginario nacional y su expansión por el planeta, colonizando usos y costumbres en el resto de países sin disparar un solo cartucho. Se trata de aplicar la idea cervantina de enseñar y deleitar a un mismo punto, de aplicar el “entertainment” a la manera de Billy Wilder o Robert Rossen. Siempre imagino que esta mentalidad hubiera cuajado en decisiones políticas y que un John Ford nacido en Cangas se hubiese aplicado a rodar en España. En vez de un género denominado Western, tendríamos uno llamado Conquistadores; y Centauros del desierto, con sus esplendorosas coreografías de personajes a lo largo y ancho del Monument Valley, sería sustituida por las hazañas de Cortés y Bernal Díaz del Castillo en su épica entrada en México, mientras el Álamo sería borrado por la inverosímil resistencia de Blas de Lezo en Cartagena de Indias. Esto sería aplicable a todo, y como en la canción de Los Nikis, los McDonalds estarán de vacas flacas y vencerá la tortilla de patatas, en Las Vegas se jugará al cinquillo y la moda será el rojo y el amarillo. No me canso de repetir que la realidad se crea, es una cuestión de trabajo, valor y un poco de suerte. Tomen nota de los chinos: como toda potencia seria, ha creado su propia fábrica de sueños -llámese maquinaria propagandística- en una ciudad costera llamada Qing-dao. Pueden fracasar, porque Hollywood es un estado mental macerado con mucha pasta, soberbia, lujuria, talento y glamour, pero al menos lo intentan.
Ante todo, confirmar que soy galdosiano. Un firme enamorado del manicomio político-social fundado por el escritor, en el que se remata sin descanso y con humor, vicios morales, manías y profesiones en barroco retablo. “Las novelas de Torquemada” casan al milímetro con este ideario, una tetralogía con Francisco Torquemada como protagonista, usurero feroz y estrafalario empeñado en su vertiginoso ascenso social cual “Bel Ami” de pacotilla, en el marco histórico de la Restauración. La decadencia de la nobleza tradicional fusionada con el ascenso de la burguesía fenicia, deja la puerta abierta a este personaje de “alma ennichada y puñalera”. En su meteórica promoción, Galdós retrata el choque brutal entre la imaginación y la realidad tan de estirpe cervantina, especialmente a través de las ínfulas sociales de las aristócratas arruinadas con las que emparenta, mientras se impregna de las maneras y pule su lenguaje -para regocijo del autor, cuyas extraviadas peroratas ridiculiza de continuo-. La gracia de nuestro héroe tiene mucho que ver con el famoso enunciado de Gabriele D´anunzio: “Soy falso… pero sinceramente falso“. Nuestro berroqueño Torquemada es un avaro franco, a quien ni la posibilidad de pasar de prestamista a financiero logra endulzar esa pena del desembolso necesario para acomodar su entorno material a la situación de prohombre. Resultan magníficas las broncas con su cuñada acerca del dispendio del nuevo tren de vida, así como la confirmación de que es un personaje sin fisuras, cuando incluso en la hora de la muerte regatea la salvación de su alma con el mismísimo Creador. A la postre, en un circo lleno de majaderos, arbitristas, locos, aprovechados, gandules, nobles trasnochados, chismosos, comparsas, espiritualistas, pedantes, masoquistas y pobres de solemnidad, Francisco Torquemada es el único personaje con las cartas boca arriba, incluso de una manera cándida: un tacaño de una pieza. Entremedias, Galdós nos regala prolijas y delirantes descripciones, como la de la esposa de don José Donoso, orgullosa de su mala salud, o frases que brillan como gotas de oro entre toda la corte de los milagros: “Qué hizo Dios, al crear al hombre, mas que fundar el eterno sainete”. También nos hace una summa narrativa repasando técnicas en prosa y poética habidas y por haber, crónica, cuento, sermón… épica, dramática, lírica… Asimismo, es postmoderno mucho antes del postmodernismo, autorreflexión, parodia, autoconciencia, metaficción… Pero, sobre todo, hay una constatación en toda su dialéctica: Benito Pérez Galdós, cachondo, mundano y elocuente, se lo pasa estupendamente cuando escribe.
Un mono se asomó a un río y vio un pez moviéndose. El mono pensó: "Ay, ese pez se ahoga". Rápidamente, lo sacó del agua y el pez se agitó con intensidad. El mono pensó: "Ay, este pez está contento". Al poco, el pez se muere. El mono pensó: "Ay, si hubiera llegado antes...".
Los días 5 y 6 de octubre, encuentros con los lectores y firmas en el Festival du Polar de Villeneuve les Avignon. Les esperamos.
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