Hace nada, en un programa de la televisión china para buscar pareja, “Si eres tú“, una de las concursantes, cuando uno de los romeos le propuso un romántico paseo en bicicleta, le contestó que prefería llorar en un BMW a reír en tan humilde velocípedo. A algún mandamás encargado de la “armónica sociedad” se le cayó del susto la taza de té de jazmín, y comenzó a vociferar la prohibición de dos tercios de la parrilla de entretenimiento: de nuevo el decadente y pútrido Occidente había contaminado la pureza de los ciudadanos chinos. No obstante, y contra lo que hagan cien censores más con sus tazas de té de jazmín, el germen de la destrucción del totalitarismo en el Imperio del Centro ya está plantado. En estos momentos se trata solo de un reloj en descuento. Porque la caída de las dictaduras ya no se produce en los biliosos campos de la ideología, sino en los paraísos sin dioses de los malls, en los ámbitos sin tiempo y sin castigo de los centros comerciales de perenne iluminación, en las ofertas, en los halagos de las dependientas, en los descuentos. A través de la Red -ese laberinto que ni el más alocado filósofo de la Hélade pudo jamás imaginar-, bullen todas las formas del mercado, en las pantallas de televisión, en las fotografías de las tiendas de moda; el consumismo que nos vincula emocionalmente con las compras, que nos define identitariamente, un diálogo con lo que tenemos y lo que queremos tener, con los deseos, las formas de expresarse, las aspiraciones. Los consumidores chinos, cubanos, iraníes, venezolanos, coreanos del norte… sencillamente exigirán esa demanda aspiracional, ser o al menos parecer lo que no son, porque, como decía Loreal, ellos lo valen. Es humano querer ser seducido, tentado; experimentar esos cinco minutos de gloria que te proporciona ese vestido nuevo, o ese lápiz de labios, o esa camisa ideal. Es nuestra condición, y contra miles de años de evolución nada puede hacer la ingeniería de las almas. Los queridos líderes del mundo no son conscientes de que desde el instante en que una mujer entra en una tienda de lencería y coteja dos prendas, la pólvora que hay bajo todo trono entrará en ignición. Porque todos queremos que se cumplan nuestros sueños, y la condición innegociable es despertar.
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5 comentarios:
Me imagino que quienes acuden a un programa de televisión para buscar pareja, buscan cualquier cosa menos una pareja a la que aguantar de por vida. En ese caso, creo que solo cabía esta opción tan extraña: preferir llorar en un BMV, que reír mientras se pasea en bicicleta.
Anteponer el lujo a la felicidad.
A fin de cuentas toda la vida es elegir. Lo elegido es lo que marca la diferencia. Y a veces lo elegido lo vale o no.
Eso desde el principio de los tiempos hasta la eternidad :)
Pues yo si prefiero reir en una bici que llorar en un BMW. De hecho, prefiero ir en bici a ir en un BMW, de veras, es cosa de gustos, no una pretension ideologica.
En fin, no creo que sea tan 'natural' encontrar la felicidad en el consumo como nos puede parecer hoy en dia. Hay otras fuentes de felicidad, algunas, en mi opinion, superiores en cuanto a la capacidad de producir placer. Por ejemplo el debate, y si polemizamos como ahora, mejor ;-)
Dar, yo opino lo mismo que Madre Teresa de Calcuta: Elige la persona que te haga sonreír, porque ella logra sacar lo mejor que hay en ti.
Creo que un paseo en bicicleta lo mismo. Quede claro que yo también lo elegiría. La felicidad no exige nada de ti, en cambio el lujo lo exige todo.
Saludos
Yo creo que podemos tenerlo todo y podemos tenerlo ahora :)
Esa condición innegociable de despertar me llevó a despertar este año, cuando lo leí en prensa. No ando yo muy motivada, no creas.
La ilusión, la motivación, la ambición, siempre han sido motores de mi vida. Eso de tenerlo todo…me suena. O al menos querer tenerlo todo. Ahora aspiro a tener salud, a sobrevivir, a tener fuerzas para levantarme cada día, trabajar y criar a mis hijos.
Vivo. Y no me agobio con tenerlo todo. Y mucho menos YA. Fui una adolescente impaciente. Soy una mujer que respeta los “tempos”…lo contrario en un músico sería pésimo. Todo lo que pueda ser para mí, y a su debido tiempo. No se le puede meter prisas a la vida, Ignacio. Es un grave error.
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