De
IGNACIO DEL VALLE
| domingo, 24 de abril de 2011 | 22:27
Miren lo que escribe Ivo Andric en su novela Un puente sobre el Drina acerca de la juventud de 1913:
La vida se presentaba ante sus ojos como un objeto, como un campo de acción en el que dar libre curso a sus instintos liberados, a sus curiosidades intelectuales y a sus hazañas sentimentales que no conocían fronteras. Todos los caminos se abrían ante ellos: probablemente no llegasen a poner el pie sino en un escaso número de aquellos caminos, pero, no obstante, la embriagadora voluptuosidad de la vida consistía en eso precisamente, en que podían escoger libremente la senda que quisiesen y pasarse después a otra, y a otra, según les viniese en gana. Todo lo que los demás hombres, pertenecientes a otras razas, a otros países y a otros tiempos habían logrado crear y poseer en el transcurso de las generaciones, merced a esfuerzos seculares, a costa de sus vidas, de renuncias y sacrificios más grandes y más valiosos que la vida, todo esto se ofrecía a ellos como una herencia accidental, como un peligroso regalo del destino. Parecía increíble y fantástico, y, a pesar de todo, era cierto: podían hacer lo que quisiesen de su juventud, y hacerlo dentro de un mundo en el que las leyes de la moral social y personal, incluso la lejana frontera del crimen, estaban, por aquel entonces, en plena crisis, siendo libremente interpretadas, aceptadas o rechazadas por cada grupo y por cada individuo. Aquellos jóvenes podían pensar como querían, juzgar sin trabas acerca de cualquier cosa; osaban decir lo que les venía en gana y, para muchos de ellos, sus palabras valían tanto como sus actos y satisfacían sus necesidades atávicas de heroísmo y de gloria, de violencia y de destrucción; pero sus palabas no llevaban implícitas la obligación de actuar, no suponían una responsabilidad en el que las había enunciado. Los más capacitados despreciaban lo que les era necesario aprender y subestimaban lo que podían hacer, vanagloriándose de lo que ignoraban y entusiasmándose con aquello que quedaba más allá de sus fuerzas. Es difícil imaginar una manera más peligrosa de entrar en la vida...