EL POLÍTICO INCESANTE
La verdad es que me daba mala espina. ¿Quién? Pues el señor Sarkozy, quién va a ser, por eso he dejado que el humo de la pólvora se acabase de aposentar tras la batalla antes de escribir una línea sobre él. Tenía cierto aire a pirata revenido, de esos que vienen y te la meten doblada y se llevan la plata al igual que los cazatesoros del Odyssey. Comenzar el mandato con un entierro -mayo del 68-, nunca augura nada bueno. Si a eso le añadimos un gratinado de medidas, conexiones y convicciones algo bochornosas o incómodas: que los alumnos se pongan en pie cuando entra el profesor en plan florido pensil; cierta ideología neocon; su obsesión con que Ankara ni huela Europa; sus vínculos con los medios de comunicación, la mayoría periódicos que pertenecen a grupos industriales que reciben contratos del estado -recordemos que el director de Paris-Match fue despedido tras publicar una foto de Cecilia Sarkozy y su amante en Nueva York, en agosto de 2005-; o esos devaneos mesiánicos y populistas en plan Pequeño Corso, pues finalmente no me hacía más que concluir que era el mismo perro con distinto collar. No obstante, he aquí que Sarko, con la prosopopeya que le caracteriza, comienza a hacer hincapié en un concepto de vida que yo comparto, la autoexigencia permanente, la idea de perseverancia, de coraje, de trabajo, de rigor, de disciplina, de humildad, de diálogo, de capacidad para escuchar y para enfrentarse a los fracasos, de convivencia con la duda, de la reinvención de uno mismo, de la ruptura de esquemas y convenciones, es decir, de las condiciones esenciales para cualquier logro vital. La fama cuesta, bien lo sabe este hijo de inmigrantes de zancada rápida y ambición infinita, que tuvo que llegar a la cumbre sin pasar por la ineludible Escuela Nacional de Administración Francesa, criadero oficial de las élites. Pero, ¿sería capaz de ser fiel a ese ideario una vez tomado asiento en el solio de la República?, ¿podría transformar realmente el status quo que ha provocado la decadencia de su país? Para sorpresa general, su estrategia de transversalidad política no se ha limitado a manejar citas de Camus, Blum o Zola, sino que ha acelerado incluso la velocidad de la luz a la hora de tomar medidas: liquidación del gaullismo, tratamiento de choque a la fiscalidad francesa, simplificación del Tratado Constitucional Europeo, viaje a Berlín para robustecer las relaciones con Merkel y a España para acercar posturas con Zapatero, confirmación de la meritocracia con el nombramiento de una hija de magrebíes para el ministerio de Justicia, apertura al centro con posibles ministros socialistas… Audacia, audacia y aún más audacia, la proclama de Georges Jacques Danton ante la Convención durante la Revolución Francesa y que Sarkozy no se cansa de repetir. Por el momento, la cosa pita. Sin embargo, todo poderoso recibe un mapa para extraviarse en cuanto viste la púrpura, y Sarkozy, aunque no lo crea, también. Eso se debe a que el ego es el cáncer de la razón, y al final, siempre vence la estupidez, la tuya o la de otros, eso da igual. En realidad, la única interrogante es cuánto tardará en ser aplastado por sí mismo y qué le dará tiempo a hacer. Dicen que el húngaro es tan difícil que es la única lengua que respeta el diablo; Sarkozy tiene ascendencia por ese lado. Es posible que Luzbel tenga eso en cuenta a la hora de darle una prórroga. Yo le deseo suerte. Y tiempo.
ESQUELETOS EN EL ARMARIO
La Defensora del Menor polaca quiere que expertos de su departamento analicen si la famosa serie de dibujos animados infantil de los Teletubbies, realizada por la BBC, fomenta la homosexualidad. La sospecha persigue especialmente a Twinky-Winky, que lleva un bolso, es morado y tiene un triángulo en la cabeza, símbolo que utilizaron los nazis para marcar a los homosexuales. La primera vez que lees esta noticia, te descojonas. Luego te dan ganas de llorar -claro que más luego te das cuenta de que se trata del mismo gobierno que quiere eliminar de la lista de libros de los programas escolares a tipos como Gombrowicz, Dostoievski, Goethe, Conrad… porque dicen que se trata de autores incomprensibles para los menores, y vas entendiendo-. En fin. Un amigo de esos tan gays que en vez de salir del armario es capaz de meterte dentro, me ha sugerido que proponga una investigación sobre el osito Winnie the Pooh, que también pierde bastante aceite; sobre Epi y Blas, una sospechosa pareja de hecho que duermen en la misma habitación desde que yo tengo memoria de Barrio Sésamo; y ya de paso, otra más sobre Espinete, que debe tener en el móvil la melodía de YMCA, de los Village People. Yo, soltero, entero y hetero, sigo repitiendo con cierto cansancio la frase de aquel ateo alemán cuando los nazis comenzaron a cerrar iglesias y perseguir curas: por el amor de Dios, hoy hasta es necesario luchar para defender una fe que uno ni siquiera tiene. El problema es que éste no es un hecho aislado, sino la punta de lanza de una nueva Cruzada homofóbica. En la semana del Orgullo Gay de Moscú, grupos radicales estuvieron repartiendo estopa ante la inactividad de la policía; los mismos follones que se suceden en Moldavia, Israel, Letonia, Rumanía… En 1969, la revuelta en el pub Stonewall de Nueva York fue el pistoletazo inicial de la revolución gay y lesbiana en el mundo, un arduo camino desde la tolerancia cero hasta el reconocimiento legal y los matrimonios civiles. En España hasta hace poco teníamos una Ley de Peligrosidad Social en la que se quedaron enganchados cientos de miembros de este colectivo, encarcelados, apalizados, sometidos a terapias aversivas a base de electroshocks… y se señalaba con el dedo a los violetas, mariposos, sarasas, maricones, tríbadas, tortilleras, los de la cáscara amarga, los de la acera de enfrente… No obstante, permaneció sobre todo un fuego en el yo, el fuego del amor a la vida, que se iba a resistir al reduccionismo y continuaría abriendo centímetro a centímetro la puerta del armario global. Esta señora Defensora no se da cuenta de que el pobre Twinky-Winky no va a fomentar nada en los críos que éstos no tengan ya dentro, trátese de un homosexual, un heterosexual, un bisexual, un pansexual, un transexual o un loqueseasexual. Sin embargo, y al margen de consideraciones jurídicas y reivindicaciones pioneras, quizás lo que mejor defina las aspiraciones del colectivo homosexual -y de cualquier colectivo- sean las palabras de Rampova Cabaret: No queremos que nos persigan, ni que nos discriminen, ni que nos maten, ni que nos curen, ni que nos analicen, ni que nos expliquen, ni que nos toleren, ni que nos comprendan: lo que queremos es que nos deseen. Creo que todo el mundo coincidimos en que una vida sin deseo no merece la pena ser vivida, es decir, que hagan el favor de dejar a Twinky-Winky menear el bolso o lo que quiera menear, que la vida son dos días, y uno lo pasamos durmiendo, o sea, que no me toquen a Dostoievski.
Algo huele a podrido en Dinamarca, y disculpen si fusilo por millonésima vez al Bardo. Sí, una peste, un hedor, un tufo como el que inundó Nápoles hace un par de semanas cuando la Camorra se negó a recoger la basura de la ciudad. La hediondez en España no procede de la basura, pero sí tiene que ver con la Camorra. Con una especial, y como el paté de los anuncios, de casa de toda la vida: los jetas. Efectivamente, los caraduras, los sinvergüenzas, esos tipos con el morro de cemento armado protagonistas de un idilio eterno sin afecto ni ideología, una unión simbiótica entre el empresario sobrado de pasta y falto de escrúpulos y el político falto de pasta y sobrado de ganas de que le falten también los escrúpulos. Hace tiempo que, como los fanáticos que define Santayana, redoblan sus esfuerzos en la medida que olvidan el objetivo; antes quizás era un poco de dinero negro para las municipales, o el master para el niño, o ese chalecito en la sierra, que con el sueldo público no se llega a fin de mes, ya se sabe. Eso era antes, claro. Ahora no hay que darles de comer aparte, ahora necesitan un pesebre de medio kilómetro. El problema es que toda gota malaya acaba haciendo agujero, y la infinita desidia del ciudadano medio empieza a ponerse a prueba con la deuda familiar superando los 800.000 millones de euros, la gente obligada a destinar un 40% de sus ingresos a la compra de una vivienda, y los metros de las casas acorralando por momentos a sus moradores a la manera de Casa Tomada, el prodigioso cuento de Cortázar. De ahí a que las hipotecas comenzasen su caída libre y se controle el Euríbor como quien se controla el colesterol, no había más que un paso. ¿Y entonces qué? Pues entonces una vez que salta la liebre, que no deje de correr y no permitir nunca más que nos digan que está lloviendo cuando en realidad nos están meando. Detener ese chapapote inmobiliario que se extiende por Valencia, Castellón, Baleares… no es más que el primer ladrillo de otra construcción, ésta individual, personal, que es el fractal necesario para el cambio social. Porque no sólo es la intención o la naturaleza de los actos lo que determina su valor moral, sino también la indiferencia. Es decir, después de depositar una papeleta en la urna y que todos los partidos lean los mismos resultados de manera diferente, y al margen de los colores que hayan salido en cada municipio, critique, exija, denuncie. Critique que anden hablando del ombligo de Adán o de cuántos ángeles pueden bailar sobre la punta de una aguja, cuando de lo que deberían hablar es de mejorar los mecanismos de la administración para frenar proyectos abusivos e insensatos; exija que dejen de crecer grúas como si fueran setas por todo el litoral mediterráneo, hasta el punto que se urbanice cada día el terreno equivalente a tres campos de fútbol; denuncie el lanzallamas de residuos, ruido y contaminación con el que se inflaman segundo a segundo nuestras posibilidades de seguir habitando el planeta. San Agustín dijo que la esperanza tiene dos hijos maravillosos: la ira y el valor; una por cómo están las cosas y la otra para cambiarlas. Más claro, el agua. Y si últimamente parece ser que ha devenido en realidad uno de los sueños más lisérgicos de todo freakie de la literatura, o sea, que Shakespeare escribiese la continuación de El Quijote -se ha autentificado que Cardenio es del Bardo-, todo es ya posible. Incluido otro mundo.
No, no voy a hablar del sabrosísimo libro de Strindberg, sino del infierno de toda la vida, chamuscado y tétrico, con el que se castiga ad aeternum la perfidia humana. Benedicto XVI ha decidido resucitar el mito del Averno, presumo que incluso cogiendo por sorpresa a un amodorrado Luzbel. El infierno, como todo mito poderoso, pervive en la memoria de la comunidad más allá del tiempo y la historia, y define las ensoñaciones y anhelos de los mortales; en este caso, resulta un artefacto fantástico para pastorear a los fieles de cualquier religión, ya sea política o religiosa, porque el miedo es el más eficaz factor de socialización y sometimiento. No entro en las razones últimas por las que Roma ha optado por este súbito movimiento trilero de dondedijedigodigodiego, pero sí en el sentido. Es decir, si tenemos en cuenta que la naturaleza no es el reino de la armonía y la ley, sino de la chapuza, el azar, la crueldad y el oportunismo, ¿qué sentido tiene añadir más dolor? En un mundo de hooligans nucleares, de madres que tienen que pedir tutela oficial contra sus hijos, de cayucos náufragos, de atentados en aeropuertos, de biosferas degradadas, de desplomes de Bolsa, de marines que circulan en un cinta de Moebius como patos en un tiro al blanco de feria… ¿qué sentido tiene desempolvar atrabiliarios látigos de inquisidor, calderas humeantes, llanto y crujir de dientes, el fétido aliento de los condenados? La labor natural de la Iglesia es consolar, y esa es la Iglesia que todos admiramos, la que se protege de sí misma y no pretende seguir manteniendo un sol pregalileista dando vueltas alrededor de la tierra. La misma iglesia que vivaquea en medio de la desgracia y abre cocinas económicas, subvenciona convoyes humanitarios, envía misioneros a la boca del lobo, y hace que los vampiros se pongan más pálidos de lo que habitualmente suelen estar. Por ello, por el sentido, la idea misma de un infierno que no sea más que un elemento folklórico al que perdonamos la vida como si fuera uno de esos toros negros de Osborne que adornan los horizontes de España, porque llevan ahí mucho tiempo, porque incluso hacen bonito, se me antoja absurda. Igual que le debió de parecer al místico y literato andaluz del siglo XII, Ibn al-Arabi, que no tuvo la suerte de poder expresar su opinión en un artículo y debió construir una argumentación muchísimo más elegante y sutil que la mía para decir lo mismo, sobre todo porque corría el riesgo de que le cortasen la cabeza por hereje. Ibn al-Arabi sostuvo frente a los alfaquíes que, en el Día del Juicio (Kiyamat al Kiyama), la inmensidad del amor divino transmutaría el tormento de aquellos condenados en la Gehenna en una perdurable felicidad: convertidos en seres ígneos, como hay criaturas empíreas o acuáticas, los réprobos no sólo vivirían felices en su elemento, sino que sufrirían si tuviesen que abandonarlo, pues sería su estado natural. Lo dicho. Otro día hablamos de Strindberg.
Ya no hay buenos malos. Sí, esos villanos reales o virtuales que te mantienen pegado a la pantalla en medio de infinitas sorpresas, giros argumentales, suspense; o que pronuncian frases tan brillantes como injustas; o que subrayan su maldad con una elegancia o una contumacia que provoca incluso síndromes de Estocolmo. Así, a vuelapluma, me acuerdo de dos grandísimos hijos de puta, uno histórico y otro de celuloide, que firmarían la famosa aserción de Fromm acerca de que el mal, el verdadero mal, es la absoluta ignorancia de todo y de todos, incluso de uno mismo. Uno es el clérigo cisterciense Arnaud Amaury, que el 20 de julio de 1209, durante la toma de Béziers, en medio de la Cruzada contra los herejes cátaros, ante la pregunta de los soldados de cómo distinguir a los católicos de los cátaros, respondió: Matadlos a todos; Dios reconocerá a los suyos. El otro es el vizconde de Valmont –magníficamente interpretado por John Malkovich en la adaptación cinematográfica del libro de Laclos- un tipo amoral y depravado que, fiel a su naturaleza de escorpión, no cesa de repetir su famoso no puedo evitarlo mientras fustiga a la malhadada madame de Tourvel. Sin embargo, me temo que hoy en día la realidad es mucho más prosaica. Los malos son tan mediocres en su conducta, tan lastimosos en su manera de enfrentarse a las consecuencias de sus actos, tan planos en su retórica fundamentalista, que de no ser por las sangrientas imágenes de Atocha pensaríamos que su estupidez es digna de compasión. ¿Cómo si no explicarnos el ambiente de verbena entre los islamistas confinados en las cárceles de Madrid por el 11-M, porque creían que sus abogados defensores les evitarían la condena contándoles a los jueces algún cuento de hadas a costa de los agujeros negros de la investigación? ¿Acaso creían que iba a haber a última hora un trasvase de votos en plan festival de Eurovisión que les salvaría? ¿Es posible que un tipo como Rafá Zouhier declare a bombo y platillo que se pone en huelga de hambre y acto seguido se vaya a desayunar? Un circo, eso es lo que es, pero uno donde a los perritos amaestrados los ponen como leones salvajes y a los payasos alcohólicos como arriesgados trapecistas. 200 son los kilos de Goma2 Eco robados de la mina Conchita, 191 las personas que pagaron con su vida la idiocia integral de estos impresentables, más de 1700 los heridos de Atocha, 40.000 los años de cárcel que piden los fiscales por tamaño sinsentido… Pero la vida no son cifras, sino indicios, de lo que está por llegar, de lo que viene o de lo que se fue. Y en este caso, en los patios de Alcalá-Meco y Valdemoro los cabecillas ya empiezan a darse cuenta de que tienen tantas posibilidades de salir inocentes como de que un españolito pueda comprarse un piso en Madrid. Rabei Osman El Egipcio se enfada hasta con su sombra. Slimane llora amargas lágrimas. Youssef Belhadj, Abdelmajid Bouchar, Hassan El Haski… inician huelgas de hambre. Definitivamente, los buenos malos no resultarían tan patéticos, a lo sumo enarcarían las cejas o soltarían alguna frase lapidaria aceptando lo irreversible. Todos estos presuntos asesinos vinieron a buscar algo, y ahora se van a llevar más de lo que habían venido a buscar.
Es para estar por encima de la Naturaleza, señor Allnut, para lo que se nos ha traído a este mundo, le decía una estricta y maravillosa Katharine Hepburn a un mercenario Bogart en La Reina de África. Al parecer, tanto Humphrey como el director, John Houston, se tomaron a pies juntillas la frase y procuraron mantenerse durante todo el rodaje a base de whisky, como nuevos Übermenschen salidos de algún sueño dipsómano de Bukowski, que el agua ya se sabe, para las ranas, porque algo tendrá si la bendicen. La misma literalidad que parecen tomarse en Cambio Radical, así como los cientos de personas que al año se operan en España: estar por encima de la naturaleza, tunear el modelo de serie que nos han colocado, corregir el diseño divino. Y a mí me parece bien. Si gracias a una nueva arquitectura de la epidermis, una oreja recortada por allí, una nariz griega por allá, unos pechos que desafíen la gravedad por acullá, una persona es capaz de sacar un billete de vuelta de esos viajes interiores, mal iluminados, turbios y solitarios que son los complejos, pues bienvenida sea. Es cierto que la belleza interior es esencial, y como en toda arquitectura que no sea de pastel, la vivienda se debe hacer de dentro a afuera, creando espacios de comodidad íntimos y resolviendo la fachada con los condicionantes impuestos en el interior. Pero nadie puede soslayar que la belleza exterior posee una irracional autoridad a la que nadie es inmune, y si ésta te la pueden regalar a cambio de unos puntos de sutura, que dónde hay que firmar oiga. Evidentemente, siempre habrá predicadores de ceniza que pontifiquen en contra, la mayoría moralistas de esos que postulan que la mayor moralidad es no procurarse la propia felicidad. Sin embargo, hay algo más en toda esta fiebre del bisturí que la búsqueda de un ElDorado de belleza y juventud. Algo más antiguo y profundo tras las novedosas y superficiales cirugías aderezadas de antioxidantes, cremas celulares, inyecciones de plasma, radiofrecuencias, cosmocéuticos… Esta nueva secta alérgica a la edad, que desafía el decreto ley de los radicales libres, lo hace dentro de la tradición humana del control, la individualidad y el poder de la voluntad. Lo imposible siempre ha sido la medida del hombre. Y al fin hemos encontrado un enemigo digno de nosotros: el tiempo. Esquivar su mordedura, torear al morlaco de la vejez, trucar la tómbola genética. Una constante, la del desafío más grande, que nos ha acompañado desde que en alguna llanura de Tanzania el primer mono sintió el impulso megalómano de erguirse. La historia entera de la humanidad no ha sido más que ese lo que sea en todas direcciones y a todos los niveles, una desmesura que ha creado una crónica de grandeza, pero también de estupidez y crueldad. Y esa hipertrofia volitiva es la que nos permitirá, me temo, enfrentarnos de nuevo al absoluto y trasplantar nuestros cerebros a nuevos cuerpos tersos y tensos, y más adelante, en otra contorsión genial, descargar nuestras mentes en máquinas para derrotar las servidumbres biológicas, viviendo en sistemas virtuales, universales, ilimitados. Sí, al fin, la inmortalidad. Ah, les aseguro que yo pagaría por ver la cara que habría puesto Mary Shelley.
Acabo de regresar de Barcelona: Sant Jordi es impresionante, sin paliativos. Hasta el punto de que un nativo me comentó que la diada real de Cataluña es ya el 23 de abril, como quedó rubricado popularmente un año más. Y en este artículo podría hablarles del luminoso barullo, de los cinco millones de rosas vendidas, de un calor sobre el que pontificaría de inmediato Al Gore, de los escritores mediáticos y de los escritores de verdad, de los guiris que no se creían que era un día laborable, de las cervecitas con las Ray-Ban puestas, de un júbilo semejante al que produciría una nueva victoria europea del Barsa… Pero hoy prefiero darle la vuelta a la postal y recordar una posible cara B de la ciudad. Es un hecho que leí en un reportaje y que siempre recuerdo cuando aterrizo en Barcelona, un homenaje que la vida le hizo a la literatura. Cómo empezar. Quizás como en los títulos de las películas, enumerando a los protagonistas: 2001. Marzo. Doce del mediodía. Los Encantes. Barcelona. Más de seiscientas diapositivas en un mercadillo. La misma mujer retratada en todas ellas. Un publicista holandés que las encuentra curiosas y las compra. De regalo, una película de ocho milímetros en la que también aparece la desconocida. Una idea: montar una exposición con una recopilación de esas imágenes. Un objetivo: conocer a la mujer y devolverle todo el material. Hasta aquí lo visible, lo anecdótico, incluso lo romántico. A partir de aquí las conjugaciones de estados de ánimo, las confulgentes magias emocionales, el misterio. Y una palabra: tesón. Firme, enfáticamente, el fotógrafo ha retratado a su mujer año tras año (etiquetando minuciosamente cada foto con la fecha y el lugar donde ha sido sacada). Por no saber, no sabemos ni su nombre, sólo que a ella le gustaba posar y a su marido fotografiarla. Por ello, es un documento anónimo, que invita a imaginar la vida de la gente, de los desconocidos con los que nos cruzamos cada día; aunque, de los dos, yo me imagino mejor al hombre, locamente enamorado, adorando más que retratando: Tamarín, junio de 1956, ella en la playa, morena, algo entrada en carnes, sobre una toalla; Lloret de mar, agosto de 1956, con camisa blanca, apoyada contra un coche; Badalona, junio de 1957, de perfil entre un maizal, con una rosa en la boca. Me lo imagino un poco calvo, esmirriadito; un funcionario color gris perla, muy apañado, de ésos que no se sabe nunca si han sido jóvenes, que a falta de aliento artístico va perfeccionando su técnica a base de oficio, de voluntad: Lafranch, julio de 1958, con sombrero de paja y unas gafas de sol, en una cala; Camp de mar, julio de 1959, firme como una estatua frente al mar; Formentor, julio de 1959, con falda floreada, sentada sobre una roca. Estableciendo ritmos, concentrándose en las diversas partes del rostro, trabajando sobre ella, transformándola, ponte así, así vida, un poco más de lado, mientras ve pasar, desesperado, la vida a través de su objetivo, y con la vida el tiempo que va deshaciendo el objeto amado, ahora siéntate allí, amor, sonríe, así, perfecto. Imagino el formidable pulso mantenido a lo largo de lustros contra la licuefacción de la edad, haciendo, rehaciendo, apretando obsesiva, concentradamente el disparador; olvidando conscientemente que el tiempo termina siempre por condenar al fracaso cualquier acción: Andorra, marzo de 1960, con un anorak blanco, acostada sobre la nieve; Barcelona, marzo de 1960, de pie frente al edificio de Seguros La Catalana; Monserrat, septiembre de 1967, con camisa amarilla y una cordillera de fondo. Mirando, constantemente mirando, sin pensar, sin preguntar, únicamente sintiendo, exactamente igual que medio siglo antes lo hiciera un Cezánne, un Pisarro, aunque él no tenga ni idea de quiénes son, ni falta que hace, ahora de lado, mi vida, justo, justo así, estás preciosa; un poco héroe, un poco santo, cambiando el carrete con rapidez cuando se le acaba, no vaya a ser que el tiempo se le adelante; yendo siempre un poco más allá, y un poco más, para lograr atrapar el misterio, para lograr su fijeza, como si ella pudiera morir menos de esa muerte que son las cosas arrastradas por el tiempo, levanta un poco la barbilla, cielo, un pelín más, porque el mundo con ella es un sueño y, sin ella, es sólo el mundo, mira hacia aquí, amor, sonríe, sonríe, así, así, no te muevas, quieta, quieta, muy quieta...
RUIDO DE FONDO
Ruido y nada más que ruido. Es la sensación que tengo últimamente cuando escucho la radio, veo la televisión, leo los periódicos, navego por Internet… Ruido, y en especial, uno concreto: ruido político. Una bilis sonora que parte de políticos que parecen haber regresado a la edad del pavo y que, en un alarde de hormonas otoñales, se dedican no a hacer política, sino a escenificarla. Durante la representación exigen que les dejen participar en un remedo de Cambio Radical para hacer la cirugía estética al país y que no lo reconozca (esta vez sí) ni la madre que lo parió. El método de presión sigue siendo tan antiguo como andar de pie, la misma estetización de la política, la misma plaza, sala o arena repleta de altavoces, pancartas, eslóganes. Multitudes enfervorizadas, bramantes, aplaudidoras. Un arsenal retórico siempre preparado a la espera del momento mágico y fugaz de la conexión con los informativos. Las consignas, tan monótonas e irracionales como los decimales de Pi, agitándose en una cadencia narcotizante hasta vaciarlas de contenido y llenarlas de emociones, esa alquimia de la repetición que siempre espera que el plomo se convierta en oro, y en este caso, la mentira en verdad. Cadáveres guerracivilistas que amenazan con balcanizar España, enseñas anticonstitucionales, conspiraciones terroristas, boicoteos a la libertad de expresión, convocatorias de referéndums populistas, que la abuela fuma y que el cielo terminará por caérsenos encima, como decían los galos de Astérix. Todo, absolutamente todo, con un solo objetivo: que nunca deje de haber ruido. Porque si permiten un solo segundo de silencio, alguien podría pensar y llegar a la conclusión de que no habrá ningún invierno nuclear si algunos de ellos siguen sin vestir la púrpura; que la abolición de matices, el trazo grueso, no facilita demasiado la tarea de juzgar personas y circunstancias; que no hay dos Españas, una fuerte e intransigente y otra débil y afeminada, sino una sola que tiene que comprar el pan cada mañana y pagar la hipoteca y quedar con los amigos a tomar copas el fin de semana; que de tanto hacer los gestos, quizás algunos se hallan olvidado de para qué sirven. Ya digo, ruido. Ruido y cacharros vacíos, que son los que más ruido hacen. Bien pensado, a lo mejor habría que hacer lo mismo que el zoológico tailandés de Chiang Mai, que pone pelis porno a sus osos panda para que se animen un poco y se pongan retozones, ya que al parecer practican la abstinencia sexual. Y en el caso de algunos políticos, pasarles pelis que les enseñen a dotar de nuevo de significado esos gestos anorgásmicos, tal vez Nixon, puede que Julio César, y se dejen de practicar la abstinencia mental.