En los momentos
difíciles surgen flores extrañas. Es la frase que se me ocurre para definir
esta miniserie protagonizada por el talentosísimo Benedict Cumberbartch, basada
en los libros del aristócrata Edward St,.Aubyn. Tocar el fondo del infierno
lleva su tiempo, y Patrick Melrose, trasunto del escritor, se toma el suyo mediante
un cóctel de alcohol, drogas, ironía y autocompasión, a causa de una psique
destrozada por los abusos de su padre cuando era niño y la ausencia de una
madre alcohólica, ella era una niña
perfectamente conservada en un tarro de dinero, alcohol y quimeras. La
clase alta británica, hipócrita y amoral, es minuciosamente despiezada con un
ritmo intenso y agridulce, apoyado en una utilización sublime del color en cada
escena. Sadismo, adicciones, mordacidad, alguna epifanía, intentos de suicidio,
transgresión de todo tipo de tabúes: una ruleta que va girando en busca de una
bala terminante que nunca llega. La gente
nunca recuerda la felicidad con el cuidado que le dedica a recordar cada
detalle del sufrimiento. Patrick Melrose mira desde su habitación de hotel
-carísima, of course- y se pregunta en un bajón de la farlopa y el caballo para
qué sirve una ventana si no es para tirarse por ella. Si la victoria tiene solo
un relato y la derrota cientos, la serie se aplica en contar los numerosos
puentes que han quedado rotos sobre las turbulentas aguas del inconsciente, repletas de tenebrosos marrajos: Martinis, clubes privados, sobres llenos de billetes en
el bolsillo -dinero que le llega del cielo, dinero sin sudor-, traumas, chutes
de heroína, la voz en off de sus pensamientos torturados, humor negro.
Precisamente la acidez es uno de sus aciertos: vamos a menos, dice una de las amigas de Patrick, antes mis amigos me contaban cómo utilizaban
la mantequilla en sus sesiones de sexo, ahora me relatan cómo la han quitado de
sus dietas por el colesterol. Cinco únicos capítulos que se corresponden con
las cinco novelas de St. Aubyn: un viaje desde los años sesenta en el sur de
Francia, que pasa por NYC en los ochenta y termina en Gran Bretaña a principios de
2000, en el que destaca un terrorífico Hugo Weaving -si recuerdan a Elrond en
El Señor de los Anillos y al agente Smith
en Matrix-, como padre de Patrick, que les quitará el sueño, o peor, se lo
llenará de pesadillas infantiles. Gran serie, entretenimiento de calidad, y un
personaje con el que se reirán, le tendrán compasión y en ocasiones se
desesperarán: la heroína es lo único que
realmente funciona, lo único que detiene la carrera del hámster en la rueda, la
heroína es el séptimo de caballería, se enrosca en mi sistema nervioso como tu
gato se enrosca alrededor de su cojín preferido, es como un puñado de gemas
cayendo de tu mano.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario