En uno de los últimos The New
Yorker hay un artículo de Elizabeth Kolbert, The psychology of inequality, que trata diversos estudios acerca de
la relatividad de la riqueza, que dan resultados tan inesperados como
significativos. Estos experimentos llevados a cabo por economistas concluían
que los trabajadores que descubrían que cobraban menos que sus compañeros no realizaban
proyecciones de futuro optimistas y pensaban que llegarían a ponerse al nivel
-como defienden determinadas teorías-, sino que se mostraban molestos y
valoraban menos su trabajo, dando el pistoletazo para la búsqueda de uno nuevo,
mientras que esos mismos compañeros, cuando descubrían que estaban por encima
del sueldo de sus colegas, tampoco se ajustaban a las teorías clásicas que o
bien los mostraba inquietos por la posibilidad de perder su capacidad
adquisitiva o bien se mostraban contentos por hallarse por encima del resto: se
enfrentaban a esa realidad de manera indiferente. Es decir, con las cuentas en
la mano, los que estaban en la cima no se consideraban ganadores y el resto se
consideraban directamente perdedores. Elizabeth sigue abundando en su artículo
acerca de una pregunta que parece obvia: qué es sentirse pobre. La respuesta
puede parecer evidente, pero si se considera que en muchos casos la medición de
la riqueza se realiza en comparación con el resto, la contestación no queda tan
clara. Y sí, les adelanto que es posible ganar muchísimo dinero y sentirse
pobre. Durante las entrevistas que se hicieron en una franja privilegiada de NY
-y hablamos de ingresos entre los quinientos mil y dos millones de dólares
anuales, que en algunos casos subía hasta los ocho millones-, los interrogados
no parecían sentirse excepcionalmente bien situados, porque tenían en cuenta
que su vecino de casoplón tenía un avión privado, y eso, según ellos, sí era
estar forrado -a saber lo que pensaría el tipo del avión del que tiene un avión
y un yate, y así hasta el infinito-. También resultaban desconcertante las
conclusiones acerca del comportamiento: quienes se sienten pobres tienen más
tendencia a comportamientos de riesgo -por ejemplo, en las apuestas-, mientras
quienes se sitúan en franjas más estables de ingresos son conservadores.
Evidentemente, estoy resumiendo a grandes pinceladas todo lo que se cuenta,
pero, de todo, me quedo con uno de los múltiples epílogos que finalizaban los
experimentos: cuando le dijeron a una de las señoras entrevistadas que se
hallaba entre el uno por ciento de la personas más privilegiadas del país, ella
destacó que sí, pero que se hallaba en el mismísimo fondo de ese “uno”, y subrayó
“la diferencia entre la base y la cúspide de ese uno por ciento es enorme”.
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1 comentarios:
Es cierto lo que cuentas pero en mi opinión los ricos que se sienten pobres son unos miserables. Es mi opinión. Más miserables que quienes viven en la calle y duermen en cartones.
Los ricos que se sienten pobres son capaces de lo que sea para escatimar dinero a sus empleados por ejemplo. Y les duran tan poco que no entienden por qué. Y los empleados no suelen explicárselo, saben que en el fondo lo comprenden bien; se sienten liberados lejos de todo ese engranaje que les asfixia de diversas formas en las que todo es manipulación. Y un asco.
Me alegra ese estudio que lo deja todo tan claro. Saludos
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