Una isla en invierno. Un escritor perdido en una novela. Extrañas galerías subterráneas y una explosiva tormenta que se acerca amenazante. Aquí, en esta isla, las fronteras entre la realidad y la ficción se difuminan y los sueños juegan un papel demoledor. Sueños de panteras que hablan y susurran al oído palabras incomprensibles. Y el amor. Y el sexo. Y el pasado que vuelve para desgarrar el alma y desatar su violencia contenida. Y la literatura...
Ignacio del Valle ha escrito su novela más personal, una historia donde descubre por primera vez los demonios y miedos del creador y se enfrenta a los temas que importan en la realidad y las ficciones: el amor feroz, la fragilidad de la amistad, la sensualidad sin freno, la violencia, los tabúes, el conflicto entre la realidad y el deseo...
Un thriller en aparente calma, pero violento y despiadado, un juego metaliterario en cuyo escenario vivirán los personajes la más terrible de las pesadillas.
Con las ilustraciones de Miguel Navia.
Te contaré también otra penosa experiencia de los tiranos. Efectivamente, no reconocen menos que los particulares a los hombres valerosos, sabios y justos; pero, en lugar de admirarlos, recelan de que los valientes se atrevan a emprender alguna acción por amor a la libertad, de que los sabios tramen alguna conjura y, en cuanto a los justos, de que el pueblo decida alinearse con ellos. Y cuando por recelo quitan de en medio a tales personas, ¿quiénes quedan a su servicio, sino los injustos, viciosos o serviles? Los injustos son de fiar, porque temen, exactamente igual que los tiranos, que si las ciudades consiguen la libertad, se hagan también dueñas de ellos; los viciosos, gracias a las facilidades presentes, y los serviles, porque ni ellos mismos aprecian la libertad.
Este miércoles 18 de enero estaré en el festival Pamplona Negra en una mesa sobre Literatura y Memoria Histórica con Juan Laborda, Félix Modroño y Carlos Erice. Les esperamos!!
Es un thriller psicológico. Es una novela
de terror. Es una road movie. Aún no tengo claro por cuál decantarme, lo único
que sé es que “El silencio de las tierras altas“, la novela del noruego Steinar
Bragi, es de lo más absorbente que he leído en los últimos meses. El libro me
ha tenido pegado a la página siguiendo el viaje en jeep de dos parejas de
treintañeros por el centro volcánico y desértico de Islandia, sin cobertura de
teléfono, sin estaciones de servicio, rodeados de una niebla perenne. Un viaje
que no es solo físico, sino también moral, que les obliga a desplazarse tanto
por el terreno como por su pasado para ajustar cuentas consigo mismos, rodeados
por una naturaleza hostil que acelera la aparición de sus fantasmas. De nada
les sirve la hípertecnificación, su arrogancia urbanita o su riqueza; la
amenazas indefinidas cada vez se vuelven más inmediatas, a lo Twin Peaks o Una pura
formalidad, la película de Tornatore, y la tensión va atando cada vez nudos más
estrechos. La aparición de una vieja casa habitada por un par de ancianos y una
avería en su vehículo, que les obliga a compartir el espacio, no mejorará las
cosas. Asimismo la mitología nórdica, repleta de leyendas perturbadoras, se
dan citan en esas desoladas latitudes para mezclarse con las rencillas
personales, los traumas infantiles y los miedos. La novela es opresiva, es
enfermiza, y en algunos momentos se desliza por vertientes oníricas -casi
psicoanalíticas- que dificulta la interpretación de lo que está sucediendo,
pero precisamente en esos intervalos, tan caliginosos como la niebla que les
rodea, es donde el texto puede alcanzar su máxima estatura con la ayuda de un
lector forzado a interpretar dichas runas literarias. Muchos se perderán y
comentarán que no acabaron de entender, y otros muchos encontraran una
explicación a su medida, y en ello reside la grandeza de los libros: pequeños
mamíferos hambrientos, montoncitos de huesos, cuartos ocultos, tormentas de
arena, apariciones fantasmagóricas, angustias modernas, la búsqueda de algún
tipo de redención… todo esto da para mucho en las manos adecuadas, tanto de un
lector como de un escritor.
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