El Crack

| jueves, 19 de mayo de 2016 | 9:05

Si continúan teniendo en la cabeza la imagen de Alfredo Landa haciendo el chorras y persiguiendo suecas, tienen que ver las películas El Crack I y II de José Luis Garci. Es cine, es negro, y es español. Germán Areta, alias El Pulga, antiguo poli y ahora “private eye“, el personaje que clava Alfredo Landa, es capaz de echarle un litro de gasolina por encima a Harry El Sucio y poner una cerilla a bailar. La España de finales de los 70 y comienzos de los 80, todo caspa y pantalón elefante, tiene a su particular héroe que recorre Madrid como si fuese Nueva York o San Francisco, y sin ningún tipo de complejos dice que para qué se traen a Madrid templos egipcios -Debod- si ya tenemos aquí al lado La Almudena. Este hijo de puta sentimental, rodeado de secundarios memorables -el barbero que se inventa un pasado en Brooklyn, José Bódalo haciendo de El Abuelo…-, tiene frases contundentes, de esas que se cuelgan en Twitter: “Ya sé que tengo cara de idiota, pero me jode la gente que se fía de las apariencias”, “Hace mucho tiempo que está lloviendo mierda, y si quiere que le diga la verdad, yo ya noto ni el olor”. Madrid es un personaje más de las películas, sus calles de noche, sus parques, sus edificios, la omnipresente Gran Vía, y nos dice que aunque nuestra mente está en Nueva York, Penn Station, el Empire o el Madison Square -la tremenda venganza final sucede en NYC-, no debemos estar acomplejados. Al tiempo, José Luis Garci nos cuenta la transición y las claves de esa “nueva España“, con especial relevancia en El Crack II, mediante una actuación espléndida de Arturo Fernández -sí, el de chatina- haciendo de Don Gregorio, un alto empresario que intenta comprar a Arteta, y que le da un speech prefigurando un futuro que se llenará de Marios Conde, y de una superestructura empresarial que dará las órdenes a los políticos y en la que ya no habrá capos di tutti capi, sino redes de poder que se retroalimentarán y renovarán como serpientes de Gorgona. Inevitablemente, en la película también hay fallos y alguna actuación cursi e irrelevante, pero lo importante es el desparpajo que se respira en su rodaje. Miramos a los padres norteamericanos con fervor y respeto, pero les dejamos claro que, como se pongan farrucos, también ellos pueden “alegrarnos el día”