MAN

| martes, 27 de mayo de 2014 | 11:16


Museo Arqueológico Nacional. Acaban de abrirlo hace nada, tras su rehabilitación, y ya he ido dos veces y me queda otro par más. Este “gabinete de maravillas” gigante debería figurar en su lista de cosas por hacer este 2014. Piezas de carácter excepcional que van pautando la historia de España desde hace 30.000 años, magníficamente contextualizadas, y con una intención didáctica que se agradece. Tesoros provenientes de todos los puntos de la península, pequeñas divinidades protectoras con las que consolarnos en las gélidas y terroríficas noches del paleolítico, monedas para comerciar con los fenicios, armas con que formar parte de algún contingente romano o cartaginés durante las guerras púnicas, bosques de capiteles románicos, arcos de Al-Ándalus. La Dama de Elche, autista en su elegancia. Los toros de bronce del santuario de Costitx. El mosaico que celebra la victoria del Equipo Rojo en las carreras de cuádrigas. La Estela de Solana de Cabañas, celebrando el poder en la Edad del Bronce. El Ábaco Neperiano, con toda los arcanos matemáticos guardados en su cajeta de palo santo. El Imperio de los Austrias, los celtíberos, el uso del hueso en la prehistoria, la decoración mudéjar… todo son pistas para saber quiénes somos, de dónde venimos, adónde iremos probablemente. Millones de hombres que nos han precedido con nuestras mismas necesidades y deseos, haciendo las mismas preguntas a la eternidad, cuyo eco da como resultado artes y oficios. Estremecen los actos de canibalismo de los neandertales, fascinan las placas con la ley romana intentando acotar la barbarie, emocionan los artefactos celtas, asombra la orfebrería epigrafiada visigoda, los ritos religiosos orientales, la numismática con todas sus balanzas, matrices, cuños. Somos nosotros. Todos nosotros los que a base de sangre, imaginación, resistencia, capacidad de adaptación hemos cruzado océanos de tiempo para volver a mirarnos en el espejo de cada colección. Cada cerámica. Cada amuleto. Cada sello. Cada punta de sílex. Cada ajuar. Somos nosotros. Sobreviviendo. Obstinados. Intuitivos. Crueles. Hermosos. 

Madrid, abril de 2014

| martes, 20 de mayo de 2014 | 20:36

En la biblioteca Eugenio Trías. Foto cortesía de María Jato. 

Bocatto di Cardinale XLVIII

| domingo, 18 de mayo de 2014 | 17:05


Imagínense una catástrofe ambiental. Imagínense que los restos de la humanidad viajan en un tren que da vueltas alrededor del mundo alimentado por un motor de movimiento perpetuo. Imagínense que en los vagones se crea un microcosmos que reproduce la estructura de clases, el odio, la ambición, el rencor, los privilegios y prejuicios de una sociedad. Tremenda. 


Ultravioleta es una isla y un caluroso verano y una familia que recibe una visita inesperada. Suspense sostenido por una escritura depurada. Sin duda, una novela arrolladora y certera. 

El mundo preantibiótico

| martes, 13 de mayo de 2014 | 13:16

La mayoría de la gente tiene en casa un cajón destinado a las medicinas. De esa chistera extraemos remedios para casi cualquier malestar que nos asole, todo antes que visitar al médico, no vaya a ser que nos diga algo que no nos guste oír. La automedicación suele equivaler a un autoengaño flagrante, basado en el proverbial “me ha dicho fulanito que le dijo menganito que esto es mano de santo“, una firme sustentación teórica a una ruleta rusa que en los últimos tiempos ya no tiene espacio para más balas. Si alguien pensaba que las bacterias eran gilipollas, los últimos estudios demuestran que también ellas nos estudian y aprenden. No vean cómo aprenden. Ante una avalancha de antibióticos mal administrada, los bichos que sobreviven se dedican a blindarse químicamente contra nuestro veneno, y en la siguiente remesa se toman tranquilamente un gintonic a nuestra salud, o mejor dicho, contra ella. Se inicia entonces una carrera armamentística que ríase usted de Reagan: los microorganismos mutan, nosotros desarrollamos nuevos fármacos, y ellos vuelven a cambiar de loriga. Estas “superbacterias”, si tienes la mala suerte de encontrártelas en una calle oscura, apenas tiene tratamientos alternativos, con la consiguiente septicemia, neumonía o la desgracia que te toque, y en un suspiro te encuentras a San Pedro pidiéndote el tique de entrada. Los que se hayan reencarnado unas cuantas veces recordarán cómo era el mundo preantibiótico: la gente fallecía por gonorrea, tuberculosis, sífilis; una muela infectada sería un asunto de vida o muerte; las pandemias asolaban Europa… Las bacterias, como los humanos, son cotillas, disfrutan del rumor, y cada vez que no usemos la proporción correcta de antídoto, ellas se dan entre sí con el codo, se pasan información genética, producirán las encimas para contrarrestar las sustancias que les son nocivas. No hay mayor error que pensar que el enemigo no sabe lo que está haciendo. Y está haciéndolo ahora, en este mismo momento, mientras usted está leyendo este artículo. 

Primeras reseñas en Francia.

| domingo, 4 de mayo de 2014 | 19:55

                                       
                                        LE FIGARO
                                       

                                          LE MONDE